martes, 22 de marzo de 2016

LOS PECADOS Y LAS DECISIONES ETICAS

Los pecados y las decisiones éticas Juan Gerardo Martínez Borrayo Introducción En este texto se han abordado los siete pecados capitales que la tradición cristiana nos ha dicho son el origen de la perdición de nuestra alma. Sin embargo, aunque la mayoría de las personas en el mundo profesan una creencia religiosa, el buen comportamiento ya no nos planteamos en términos religiosos, sino de saber si estamos viviendo una buena vida. En su libro “ética para amador”, Fernando Savater (1991) dice que se debe de distinguir entre moral (“Moral es el conjunto de comportamientos y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos”), de ética (“Ética es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras «morales» que tienen personas diferentes”). Aunque él en lo personal dice que la ética es el arte de saber vivir. Así pues, un problema es saber si caer en falta con uno o más de los siete pecados capitales, nos hace vivir una mala vida. Pero hay otro problema que muy soslayadamente las definiciones de moral y ética de Savater abordan. ¿Cómo podemos hacer buenas decisiones que nos hagan llevar una buena vida? Cuando define la moral solo dice que aceptamos normas y comportamientos y cuando define ética dice que reflexionamos sobre la validez de esas normas y comportamientos. Este es un problema filosófico que tiene muchísimo tiempo y que en la actualidad está siendo estudiando con lo que se conoce como dilemas morales. Dilemas morales Un dilema moral es una narración que plantea un conflicto. El más famoso de todos los dilemas morales es el del tranvía, propuesto por la filósofa inglesa PhillippaFoot (1967). La situación que plantea es la siguiente: una persona está parada junto a una vía de un tranvía, justo donde está la palanca de desvío; en una de las vías van caminando cinco personas y en la otra una ¿a cuál de las dos debería de desviar el tranvía? Este dilema tiene variaciones que están diseñadas para resaltar diversos aspectos delos dilemas morales. Una de estas variantes es la del sujeto obeso. Se supone que en lugar de estar parado a un lado de las vías, en esta ocasión el sujeto está arriba de un puente junto con una persona muy obesa y se da cuenta de que el tranvía está fuera de control y que más delante van caminando cinco personas. Pero sucede que el hombre que está a un lado de él, es lo suficientemente voluminoso como para poder detener el tranvía ¿debería de empujarlo para detener el tranvía? Sería una vida a cambio de cinco. Sentido moral Dilemas como estos han sido diseñados y puestos en línea en la Universidad de Harvard, particularmente por Marc Hauser (quien ya no trabaja ahí por haber actuado de forma no ética al reportar sus investigaciones). Se le denominó Moral Sense Test y ha sido traducido a diversos idiomas, entre ellos el español (Encuesta de Juicio Moral), para evaluar a la mayor cantidad de personas en todo el mundo. Las conclusiones a las que han llegado es que el juicio moral es el mismo, independientemente de la religión, nivel de educación, sexo y afiliaciones políticas de las personas. Es decir, tenemos un sentido moral o sistema intuitivo de lo que está bien y que está mal que opera en todas las personas del mundo (Banerjee,Huebner y Hauser,2011). Semejante conclusión se enfrentó con críticas inmediatas de parte de quienes sostienen el relativismo cultural; pero anteriormente se había realizado una investigación en una población Maya (Abarbanell y Hauser, 2010) que precisamente respondía a esta cuestión. Sus resultados confirmaban, en términos generales, la hipótesis de que las decisiones morales tienen un carácter universal. Pero lo que es universal, no es tanto el contenido de nuestros juicios morales, sino la capacidad de tomar esas decisiones. A esto se le conoce como la analogía lingüística. Se dice que así como al nacer tenemos la capacidad universal para adquirir cualquier idioma, de la misma manera nacemos con la potencialidad de asumir cualquier código ético que se nos ofrezca. Esta analogía fue propuesta por primera vez por John Rawls (1971). Es una teoría sobre la estructura de nuestra psicología moral, y en particular el conocimiento (que opera inconscientemente) que los miembros maduros de una comunidad tienen para enfrentar dilemas morales, y los mecanismos por medio de los cuales los niños adquieren esta competencia moral. Asume que hay ciertos principios que son compartidos entre todos los miembros de nuestra especie, mientras que el contenido está abierto a variaciones de la misma manera en que funciona la lingüística. Veamos el ejemplo de la eutanasia. Aquí existe lo que se llama el sesgo de omisión (las acciones que causan daño son consideradas peores que omisiones que causan daño -Baron y Ritov, 2004-). En el caso de la eutanasia, hay dos tipos, la activa y la pasiva. En Alemania ambos tipos son legales, mientras que en Estados Unidos solo lo es la segunda. Sin embargo, en ambos países los sujetos tienen el sesgo de omisión, es decir, se cree que no es lo mismo dejar morir a alguien, que aplicarle una sustancia que lo mate (Hauser, Tonnaer y Cima, 2009). Razón y emoción en la moral ¿Por qué las personas tienen el sesgo de omisión? O en términos más generales ¿en qué se basa nuestro sentido moral para tomar decisiones éticas? Las respuestas han sido básicamente dos: Son resultado de un razonamiento deliberado (postura de Immanuel Kant que quedó plasmada en su obra “Crítica a la razón práctica”); o son intuiciones morales basadas en las emociones (postura de David Hume y su obra principal en ese sentido es “Investigación sobre los principios de la moral”). El filósofo y científico cognitivo Joshua Greene ha diseñado experimentos utilizando la resonancia magnética funcional para explorar las contribuciones de la emoción y la razón en nuestros juicios morales. Sus hipótesis eran que si el dilema moral apela al razonamiento, entonces se esperaría que se activaran las regiones cerebrales que intervienen en ese proceso psicológico; si en cambio requiere de nuestras emociones, serán otras partes del cerebro las que intervendrán. Cuando se utilizaron dilemas morales personales, pongamos el caso de dos hermanos que tienen relaciones sexuales (Unger, 1996), diseñadas para despertar nuestras emociones, hay una notable actividad (Green, Sommerville, Nystrom, Darley y Cohen2001) de las zonas que intervienen en las emociones (la circonvolución frontal media, la circonvolucióncingulada posterior y la circonvolución angular). Al comparar dilemas morales fáciles contra difíciles (si la respuesta de los sujetos era rápida entonces se supuso que el dilema era de fácil resolución; pero si se tardaba mucho tiempo entonces se asumió que debió de ser difícil) se observó que en los dilemas difíciles se activóla corteza prefrontal dorsomedial, la parte inferior de ambos lóbulos parietales y la corteza cingulada, todas ellas regiones cerebrales relacionadas con la razón (Greene, Nystrom, Engell, Darley y Cohen, 2004). Pero si los sujetos estaban juzgando situaciones morales en el que las consecuencias utilitarias (como es el caso del dilema del tranvía) entraban en conflicto con reglas morales como ¡no causes daño a otros!; este conflicto o tensión afectaba directamente a la circonvolucióncingulada anterior (zona que se activa cuando los individuos se encuentran ante opciones o elecciones que entrañan conflicto). Pero no solo eso, el grado de activación, está relacionado con el tiempo que lleva dar la respuesta; entre más se tardaran en dar la respuesta más se activaba esta región cerebral. Por último, Greene descubrió que cuando los sujetos iban contra la corriente, declarando que era lícito hacer algo que la mayoría creía que no lo era, mostraban una activación mucho mayor del córtex prefrontal dorsolateral, zona que interviene en la planificación y el razonamiento. Lo que nos dicen los trabajos de Greenees que si no hay emoción, no hay tensión moral. El conflicto emocional proporciona la marca delatora de un dilema moral. Todos los estudios de imágenes cerebrales realizados hasta la fecha, muestran inequívocamente que las zonas que intervienen en el procesamiento de emociones se activan cuando emitimos un juicio moral, sobre todo en los casos que hay conflicto. Es decir, al parecer son las emociones la base sobre la cual emitimos nuestros juicios morales. Moral, cerebro y lesiones Hay tres áreas más de investigación que apoyan esta tesis de la función prioritaria de las emociones para la toma de decisiones morales. El comportamiento moral de personas con lesiones cerebrales, ya sea cuando se lesionaron en la adultez o si la lesión ocurrió en la infancia y el estudio de las condiciones cerebrales de quienes toman las peores decisiones morales: los psicópatas. Comencemos con el primero. Antonio Damasio y sus colegas han preparado una prueba (Iowa GamblingTask) para ilustrar los casos de déficit en la toma de decisiones y distinguirlos de otros casos de lesión cerebral(Bechara, Damasio y Damasio, 2000). La prueba consiste en un bote de dinero y cuatro mazos de barajas de cartas boca abajo. Levantando cartas de las barajas, los sujetos pueden perder o ganar dinero. Dos barajas dan ganancias netas a largo plazo, mientras que las otras dos dan una pérdida neta; para aumentar el conflicto, las dos barajas ganadoras ofrecen pequeños premios y castigos, lo que aumenta la tentación de tomar cartas de las otras barajas, debido a sus mayores premios. Mientras los sujetos eligen cartas, el experimentador registra su temperatura emocional a partir de la sudoración de la piel. Después de voltear unas cincuenta cartas, las personas normales eligen cartas solamente de las dos ganadoras e ignoran prácticamente las barajas malas. Pero en cambio, los pacientes con lesión en los frontales, se dejan seducir por los elevados premios asociados a las barajas malas y siguen eligiendo las cartas como si fueran inmunes al castigo y a la pérdida neta a largo plazo que acompaña a su estrategia. Pero no solo hay diferencias en la cantidad de dinero que ganan unos y otros; también las hay en cuanto a la respuesta de su piel a cada elección de la carta. Los sujetos normales dan muestras de grandes variaciones en la sudoración a lo largo del juego, con picos que corresponden a las cartas tomadas de las barajas perdedoras. Pero en cambio, los pacientes tienen respuestas de sudoración planas, sin ninguna diferencia entre las cuatro barajas. Sus decisiones son cortas de miras. Sin lóbulos frontales que controlen las regiones emocionales del cerebro (la amígdala sobre todo) la tentación ataca y el futuro se vuelve irrelevante. Por último, pero no menos relevante, los pacientes con lesiones en los lóbulos frontales no presentan un déficit en la resolución de problemas ni en la inteligencia en general. Damasio y sus colegas pusieron a prueba a estos pacientes adultos con el dilema del tranvía. Cuando los leyeron los pacientes parecían normales, es decir, distinguían entre acciones moralmente lícitas y acciones prohibidas, y daban al respecto justificaciones de un nivel avanzado. Es decir poseían una competencia moral normal; pero, y he aquí el problema, tenían una actuación moral anormal. Por ejemplo, decían que era lícito empujar a una persona obesa delante del tranvía con el fin de detenerlo y salvar a las cinco personas que iban caminando más delante; o bien, no ven ninguna diferencia entre causar un daño intencionado, de infligir daño pero como un efecto secundario. Sus respuestas son anormales en el sentido de que están liberados de las molestas ambigüedades que la mayoría tenemos cuando consideramos algo más que las consecuencias de la acción de alguien; estos pacientes ven los dilemas morales con la claridad de un perfecto utilitarista. Carecen de los contrapesos emocionales en sus acciones, pero también de algunas de las competencias pertinentes cuando se trata simplemente de juzgar la licitud moral de un acto. Lesiones en la infancia Las investigaciones sobre la relación entre la moralidad y el cerebro también se han preguntado si las lesiones que se producen en la primera infancia, el déficit resultante ¿es el mismo, diferente o no lo hay en absoluto, debido a la plasticidad y las capacidades de reorganización que tiene un cerebro inmaduro? Damasio y su equipo (Anderson, Bechara, Damasio, Tranel yDamasio1999) han reunido un grupo de sujetos que sufrieron lesiones en los lóbulos frontales cuando era niños sin lenguaje y apenas comenzaban a gatear. Dos de los casos más antiguos que registraron sufrieron lesiones antes de su segundo aniversario y de adultos, ambos fueron repetidamente condenados por pequeños delitos. El carácter repetitivo de los delitos hace pensar en una incapacidad para aprender de los errores o en un desprecio por las normas sociales. Cuando a esos mismos sujetos se les presentaron los dilemas morales elaborados por Lawrence Kohlberg (Colby y Kohlberg, 1987), sus registros fueron totalmente anormales, correspondientes a niños inmaduros. Estos indicios nos muestran que nuestra psicología moral tiene al menos dos pilares: una capacidad de razonamiento que nos permite justificar porque algunas acciones son lícitas y otras no lo son; pero esto no nos explica porque, para una amplia gama de dilemas morales emitimos juicios rápidos en ausencia de justificaciones coherentes. Así, no solo necesitamos nuestra inteligencia para ser y comportarnos de manera moral, sino que también intervienen las emociones, ya que ellas también dirigen nuestros veredictos morales. La psicopatía Todos cometemos faltas a la moral y sentirnos mal por eso es un signo de ser una persona sana. Pero no es lo mismo derramar un líquido sobre una persona que asesinarla. Así, tenemos por un lado las transgresiones morales que están definidas por sus consecuencias en los derechos y bienestar de otras personas. Y por otro lado están las transgresiones a las convenciones sociales, las cuales son violaciones a las conductas que estructuran las interacciones sociales (Blair, 2007). Las personas normales distinguen entre transgresiones morales y sociales porqué solo las morales están asociadas con un verdadero sufrimiento en las personas; así que si existiera una persona que tiene problemas para distinguir cuando alguien está sufriendo, entonces tendría problemas en hacer la distinción entre transgresiones morales y sociales; y ese es precisamente el problema con los psicópatas. Los psicópatas no saben hacer esa distinción. Les falta la moralidad basada en el cuidado de los demás (care-basedmorality) (Blair, 2007). Se han hecho estudios, en donde se ha comprobado que tienen una disminución de sus respuestas autonómicas (sudoración y respuesta galvánica de la piel) al presentárseles imágenes de personas sufriendo (Blair, Jones, Clark y Smith, 1997) y no reconocen las expresiones de tristeza y miedo (Dolan y Fullam, 2006). Esto sugiere que un factor crucial para las decisiones morales es la apreciación de las respuestas emocionales de las otras personas. También que los sistemas neuronales que están implicados en la psicopatía pueden ser importantes para el desarrollo moral. Los estudios neuropsicológicos han identificado dos regiones centrales en la psicopatía: la amígdala y la corteza prefrontal ventromedial (CPFVM). Por ejemplo, se ha visto que las personas psicópatas tienen deficiencias en el condicionamiento aversivo ya que tienen un aumento del reflejo de miedo al ver amenazas visuales; estos deterioros son iguales a los que presentan personas con lesiones de la amígdala (Blair, 2006). También se ha visto que los psicópatas tienen problemas con la Iowa GamblingTask, exactamente igual que los sujetos que describimos anteriormente con lesión en la CPFVM. Antes de continuar debemos de aclarar que la psicopatía no es una condición neurológica. Es decir, no está asociada con lesión de una región particular del cerebro. Es un desorden del desarrollo que se caracteriza por una reducción en la culpa, la empatía, carencia de vínculos significativos con quienes los rodean y la realización de actos antisociales, incluyendo la impulsividad y pobre control conductual (Lynam, Caspi, Moffitt, Loeber y Stouthamer-Loeber,2007). Sobre todo tiene aumentada la agresividad instrumental, aquella que usa la agresión y el daño para lograr sus metas personales (Frick, Cornell, Barry, Bodin y Dane, 2003). Teniendo en cuenta esto, podemos observar que los estudios de neuroimagen en individuos psicópatas han mostrado una reducción de la actividad de la amígdala y en la región rostral de la corteza cingulada anterior y de la CPFVM en respuesta a palabras emocionales, durante el condicionamiento aversivo y a caras con expresiones emocionales (Gordon,Baird y End, 2004). La amígdala y la CPFVM están implicadas también en la emergencia del razonamiento moral; por ejemplo, hay un incremento de la actividad de la CPFVM en respuesta a elecciones morales (Luo y cols., 2006); también se ha observado un mayor o menor incremento de la actividad de la amígdala y de la CPFVM en respuesta a la mayor o menor severidad de una transgresión moral. Dado que las investigaciones sobre la amígdala y la CPFVM no han precisado sus roles funcionales R. J. R. Blair del Programa de Humor y Ansiedad del Instituto Nacional de Salud Mental, propone (2007) que la amígdala es crucial para el aprendizaje, mediando las respuestas emocionales y las representaciones de los estímulos condicionados dentro de la corteza temporal; con ello se posibilita que los sujetos aprendan que es lo bueno o lo malo de las acciones. Básicamente dice que el aprendizaje de lo que es moral (aprendizaje de que ciertas acciones dañan a otros y que por eso mismo deben de ser evitadas) yace en el rol de la amígdala. Los psicópatas son el caso extremo de personas que no responden a las señales de daño y dolor de sus congéneres. Es por eso que son bastante más difíciles de enseñarles a ser sociables (Oxford,Cavell y Hughes,2003). Por otro lado, la amígdala se relaciona fuertemente con otras regiones cerebrales, como son la corteza prefrontal orbital y la CPFVM, proveyéndoles de un reforzamiento. Es decir, si la CPFVM representa la información de las acciones mías y de las personas que me rodean, la amígdala se encarga de dotarlas de emociones positivas o negativas. En los psicópatas, lo que pasa es que este reforzamiento de la amígdala se interrumpe y no se puede evitar realizar acciones que son emocionalmente aversivas (Koenigs y cols., 2007). Esta propuesta tiene potenciales implicaciones terapéuticas tanto farmacológicas como psicológicas. Dentro del primer tipo se está trabajando con drogas que tienen como blanco a la amígdala modulando su actividad, enfocándose específicamente en la serotonina y la noradrenalina. Por el otro lado, la terapia psicológica que más parece funcionar es la técnica de extinción basadas en la terapias cognitivo-conductual. Lo más seguro es que ambos tratamientos terminen siendo utilizados para lograr que se asocien las acciones que hieren a otras personas con una respuesta emocional en el psicópata. Psicología positiva. ¿Neurociencia positiva? Hablar de las decisiones éticas solamente desde el punto de vista de las lesiones cerebrales y de la psicopatía, por más luz que den para entender nuestro comportamiento moral, es contar solo la mitad de la historia. Es necesario entender también como, porque y quienes son cooperadores, generosos y altruistas. Víctima identificable Por increíble que nos parezca, somos mucho más sensibles al sufrimiento de un individuo que el sufrimiento de una masa de personas. Veamos un ejemplo. Jessica McClure tenía 18 meses de edad en 1987; estaba jugando en el patio de la casa de su tía en Midland, Texas, EEUU, cuando cayó en un pozo de agua de siete metros de profundidad y quedó atrapada. Su rescate fue seguido por millones de persona en todo el mundo y, al ser rescatada, generó tanta alegría que la familia recibió 700, 000 dólares en donaciones. En 1994 ocurrió el genocidio en Ruanda cuando los Hutus asesinaron a unos 800, 000 Tutsis y la cobertura que realizó la cadena de noticias de la CNN fue mucho menor que la dedicada a la tragedia de la niña.¿Por qué? Se trata de un asunto muy complejo que involucra factores como la falta de información sobre la evolución de un determinado acontecimiento, el racismo, la magnitud de la tragedia y la distancia que hay entre nosotros y el lugar en donde está ocurriendo el problema. Pero lo que nos interesa aquí son los procesos psicológicos que subyacen al altruismo. Para entender esta situación Small y Loewenstein realizaron un experimento en el 2005 en el que, por llenar un cuestionario, a los participantes les daban 5 dólares. Al terminar se les daba información sobre el problema del hambre en el mundo y se les preguntaba cuánto estaban dispuestos a donar. Esa información sobre el hambre se les dio en dos versiones, en una se les daba datos estadísticos como a cuantas personas estaba afectando la escases de alimentos, la cantidad de lluvia que había caído y el número de personas que se había tenido que mover de residencia debido al hambre. Había otro grupo al que se le proporcionaba información sobre Rokia, una niña de 7 años de Mali, que vivía en extrema pobreza y estaba a punto de morir de inanición. Ellos encontraron que a los que se les dio la información de la niña donaron el doble comparados con los del grupo de estadísticas. A esto se le llama el efecto de la víctima identificable. En otras investigaciones se ha encontrado (Spence, 2006) que a mayor número de víctimas, menor es el dinero recibido en donativos. Incluso, se capta menos dinero si el donativo que se pide es para la prevención, más que para salvar a personas que ya están enfermas. Experimentos como estos y otro más, demuestran que estamos más dispuestos a donar dinero, tiempo y esfuerzo para ayudar a víctimas identificables, pero ¿Cuáles son las razones de esta forma de actuar? En primer lugar está la proximidad, ya sea física o bien los sentimientos de parentesco; no sólo no conocemos personalmente a la inmensa mayoría de las personas que sufren, sino que además nos resulta difícil sentir tanta empatía hacía ellas como hacia nuestros parientes, amigos y vecinos. Un segundo factor se llama intensidad. Si alguien se corta el dedo y no grita, llora y enseña la piel desgarrada y sangrante es poco probable que nos conmueva. Por último, existe el llamado efecto de una gota de agua en el océano, el cual señala que la fe que tenemos en nuestra capacidad individual de ayudar a las víctimas disminuyen entre más grande sea el problema. Lo que nos dicen las investigaciones es que para hacer que las personas sean altruistas debemos de mover los sentimientos de los sujetos, haciéndonos sentir a las víctimas como cercanas, verlas como sufren y que podemos hacer algo por ellas. Pero también nos dicen algo que es mucho más interesante y perturbador: el pensamiento racional bloquea la empatía. Se realizó un experimento que nos lo demuestra(Small, Loewenstein y Slovic, 2007); dividieron a los participantes en dos grupos, a unos les pusieron a resolver un problema matemático y a otros les pidieron que pensaran en un político (para hacerlos enojar). Posteriormente les pusieron las dos reseñas del problema de hambre que mencionamos antes (la condición estadística y la de la niña Rokia). Desgraciadamente, a quienes se les había puesto en un modo calculador (al resolver los problemas de matemáticas) se volvieron unos avaros, ya que donaban una cantidad muy pequeña para ayudar a paliar el hambre, no solo en la condición en la que habían leído las estadísticas, sino que también, y lo que es más deprimente, en la condición en la que habían leído la historia de Rokia. Cooperación Y sin embargo, hay muchos datos que nos dicen que somos seres inherentemente cooperadores. Una montaña parece ser más alta cuando se va a escalar a solas que cuando se sabe que alguien te va acompañar a subirla (Schnall,Harber, Stefanucci y Proffitt, 2008) o se estima que un objeto es más pesado cuando se va a levantar solo que cuando se va a tener ayuda (Sebanz y Shiffrar, 2007). Estas investigaciones nos ponen en evidencia que no solo vemos el mundo a través de nuestros ojos, sino también del grupo del que formamos parte y que la cooperación social no es solo una cuestión de lo que se supone que debemos de hacer (posición racionalista de Kant), sino que es algo que está muy dentro de nuestra naturaleza (teoría de las emociones de Hume). ¿Cómo es que apareció en la evolución de los seres humanos la conducta cooperativa? Parte de la respuesta tiene que ver con lo que se llama selección de grupos, en la que se aplica casi la misma lógica de la selección natural de individuos; aquí se dice que si un grupo es más exitoso que otro puede ser resultado de la conducta individual de cada uno de sus integrantes, de tal manera que si en un grupo existen muchos altruistas este grupo tiene mayores oportunidades de sobrevivir que el otro. Se sugiere(BoydyRicherson, 2009) que la evolución biológica ha ido viniendo de la mano de la evolución cultural, de tal manera que las instituciones sociales que incrementan la cooperación favorecen la carga genética de los individuos que son más capaces de vivir cooperativamente; y si es que llega a vivir con ellos un egoísta va a ser inmediatamente castigado por sus acciones por los altruistas para que no tome ventaja personal de la cooperación; el resultado va a ser que la conducta egoísta va a constituir una desventaja y tarde que temprano va a tener que actuar de manera cooperativa también. Otra manera de abordar el problema de la aparición del altruismo desde el punto de vista evolutivo es por medio de lo que se conoce como genéticapoblacional; algunos autores como John BurdonSandersonHaldane, Ronald Fisher y Sewall Wright, propusieron un modelo matemático en el cual si un gen que codifica un comportamiento altruista beneficia a los parientes consanguíneos, se puede diseminar por obra de la selección natural; comienza con el coeficiente de relación genética o grado en que se comparten genes entre parientes; así entre padre e hijo se comparte el .5; abuelo-nieto .25, bisabuelo-bisnieto .125, etc. Lo que propusieron es que la probabilidad de que A y B compartan genes es igual a la suma de sus dos probabilidades. William D. Hamilton propuso la selección por parentesco o mejor conocida como regla de Hamilton, donde retomó el coeficiente de relación genética, le agregó costos (b) y beneficios (c) y propuso la siguiente fórmula: r x b>c, que básicamente dice que para que la selección natural favorezca un gen que entraña altruismo, el costo del altruismo debe quedar compensado de alguna manera para el altruista. Esta fórmula permitió cuantificar muchas ideas, entre ellas logró hacer una descripción matemática de la evolución de la cooperación (Dugarkin, 2007). Castigo Al parecer, tenemos una fuerte tendencia natural a la cooperación. El problema es la aparición de los abusivos. Esto ha sido demostrado en economía con el estudio de los bienes públicos y la tragedia de los comunes. En un artículo publicado en 1968, Garrett Hardindescribía cómo los propietarios de ganado permitían que este paciera la tierra común (bienes públicos) hasta el punto que todo se arruinaba por la falta de recursos (tragedia de los comunes). Hay estudios mucho más recientes que comprueban lo mismo para otras cuestiones como puede ser el cambio climático (Milinski, Sommerfeld, Hans-Jürgen, Reed y Marotzke, 2008). ¿Qué hacer con los aprovechados? Lo primero que se suele responder es castigarlos. De hecho nos gusta castigar; tan es así que cuando lo hacemos se activa el estriado dorsal, una región cerebral vinculada al sistema de recompensa; pero no solo eso, a más activación más dispuestos están en castigar aunque esto nos cueste (Quervain, et. al., 2004). De hecho, este es el nombre que toma este tipo de castigo: castigo costoso y se define como la pérdida que se sufre con el fin de que el aprovechado sufra una pérdida mayor. La idea es que la cooperación debería de florecer si hay castigo. Y en un primer momento pareciera que así es (Fehry Gächter, 2002), sobre todo si las interacciones entre las personas van a ser recurrentes (Fehr y Renninger, 2004). Pero no siempre es así. Hay estudios que han encontrado que, en variantes del dilema del prisionero (aquel juego paradójico donde dos personas pueden cooperar o no -lo racional sería no hacerlo-, aunque a final de cuentas termine siendo en perjuicio de los mismos jugadores), los ganadores no castigan y los castigadores no ganan; es decir, hay una correlación negativa significativa entre el uso del castigo y las ganancias (Dreber, Rand, Fudenberg y Nowak, 2008). Más aún, muchas veces los sujetos que son castigados, quieren a su vez vengarse de que los hayan castigado aunque sepan que, en un primer momento, fueron ellos los que actuaron de manera indebida; y además, se quieren vengar con otros sujetos que no hayan sido quienes los castigaron a ellos (no quieren saber quién se la hizo, sino quien se la pague). Este es el castigo antisocial. En un estudio (Herrmann, Thöni yGächter, 2008) llevado a cabo en 16 ciudades de diferentes países cada uno de ellos, se encontró que no hay diferencias significativas en el castigo a los abusivos (en todos lados se castiga igual a los que se portan mal); donde hay diferencias significativas es en el castigo antisocial;en las sociedades en las que se inculca la cooperación pública y la gente confía en la policía y en instituciones que velan por el cumplimiento de la ley, no se realiza el castigo antisocial. Para saber el grado de confianza en las instituciones utilizaron el WorldDemocracyAudit. En enero del 2014, México se encontraba en el lugar 69 de esa lista. Si una de sus ciudades hubiera estado dentro de la muestra del estudio de Herrman y colaboradores del 2008 que se menciona líneas arriba, seguramente hubiera estado en el penúltimo lugar de la lista. Es decir, hubiéramos sido de los lugares en el mundo donde no se acepta pagar por los pecados cometidos y nos hubiéramos tratado de desquitar con el que sea. Pero no todos los estudios tienen tintes tan sombríos en sus conclusiones. En investigaciones en que se ha utilizado el dilema del prisionero y que, contrario a las leyes racionales, los implicados deciden cooperar antes de saber si su compañero jugaría limpio, por lo que no sabía si saldría beneficiado o no, se encontró en ellos que se activaba el sistema de recompensa (Rilling, et. al.,2002). Mejor aún. Cuando alguien nos ha hecho daño, con justa razón o no, podemos perdonarlos, observándose que hay áreas cerebrales que se activan y que son las mismas de la empatía (giro frontal superior izquierdo, giro orbitofrontal y precuneo) (Farrow, et. al., 2001). Perdonar ha sido un mecanismo de cohesión social y de sobrevivencia para los seres humanos. Con los datos aportados por las investigaciones reseñadas en esta última parte del texto, podemos por lo tanto pensar, que por más pecados que haya en este mundo, va a ser cooperando y perdonando, como podemos lograr tener una vida bien vivida. Conclusiones En resumen, las decisiones éticas las tomamos con base en nuestro razonamiento y emociones. Pero son las emociones las que importan, porque son las que nos permiten saber si nuestra acción está transgrediendo una norma moral o una convención social. Las emociones son la guía que permite regular nuestras acciones para poder llevar una buena vida. La ira y la avaricia son acciones que fácilmente podemos ubicar dentro de la teoría que se ha expuesto en este capítulo. No lastimamos a las personas ni las estafamos porque sabemos que les estamos causando daño y rompiendo una norma moral. ¿Pero en qué sentido los otros cinco pecados capitales podemos interpretarlos como acciones que rompen una regla moral? La violación podríamos considerarla más una expresión de ira que lujuria; pero dejando de lado esta situación, si suponemos que la relación sexual entre las personas involucradas es completamente consensual, pareciera que toda relación sexual considerada inmoral es más bien un caso de una violación a una regla social. Los otros pecados capitales (gula, pereza, envidia y soberbia) al parecer son más bien transgresiones a convenciones sociales que a normas morales. Aquí no hay un daño real a la integridad de la persona. No debería de molestarles a las personas que los que los rodean coman de más, sean flojos, les tengan envidia, tengan relaciones sexuales con quienes ellos quieran (siempre y cuando todos los involucrados estén de acuerdo) y que los menosprecien. Estos cinco pecados no constituyen violaciones a las normas morales. No están generando un real sufrimiento en las personas, más allá de quien está cometiendo este pecado. Lo que sí es cierto, es que cometerlos no nos va a llevar a tener una buena vida porque al final de ella el balance de placeres y dolores no va a ser razonablemente positivo. Nos van a alejar del bienestar y la satisfacción y no vamos a ser capaces de realizar nuestro potencial. Bibliografía Abarbanell L. y Hauser, M. D. (2010).Mayan morality: an exploration of permissible harms. Cognition. May;115(2):207-24. Anderson, SW, Bechara A, Damasio H, Tranel D, Damasio AR. (1999).Impairment of social and moral behavior related to early damage in human prefrontal cortex. Nat Neurosci. Nov;2(11):1032-7 Banerjee, K., B. Huebner, y M. D. Hauser (2011). Intuitive moral judgments are robust across demographic variation in gender, education, politics, and religion: A large-scale web-based study. Journal of Cognition and Culture, 37, 151–187. Baron, J. yRitovb, I. (2004). Omission bias, individual differences, and normality. Organizational Behavior and Human Decision Processes; Volume 94, Issue 2, July, 74–85 Bechara, A., Damasio, H. y Damasio, A. (2000). Emotion, decision making and the orbitofrontal cortex. Cortex cerebral, mar; 10: 295-307 Blair, R.J. R. (2007). The amygdala and ventromedial prefrontal cortex in morality and psychopathy. Trends in Cognitive Sciences Vol.11 No.9 Blair, R.J., Jones, L., Clark, F. y Smith, M. (1997).The psychopathic individual: a lack of responsiveness to distress cues? Psychophysiology 34, 192–198 Blair, R.J.R. (2006). The emergence of psychopathy: implications for the neuropsychological approach to developmental disorders. Cognition 101, 414–442 Blair, R.J.R. (2007). The amygdala and ventromedial prefrontal cortex in morality and psychopathy.Trends in Cognitive Sciences Vol.11 No.9. Boyd, R. y Richerson, P. (2009). Culture and the evolution of human cooperation, Philosophical Transactions of the Royal Society (B), 364:3281-3288 Colby, A. y Kohlberg, L. (1987). The Measurement of Moral Judgment, vol.1 "Theoretical Foundations and Research Validation", Cambridge University Press, Dolan, M. yFullam, R. (2006) Face affect recognition deficits in personality-disordered offenders: association with psychopathy. Psychol. Med. 36, 1563–1569 Dreber A., Rand D.G., Fudenberg, D. y Nowak, M.A. (2008).Winnersdon'tpunish. Nature. 452, 348-351 Dugatkin, L. A. (2007). ¿Qué es el altruismo? La búsqueda científica del origen de la generosidad. Buenos Aires, Argentina. Ed. Katz Farrow, T.F., Zheng, Y., Wilkinson, I.D., Spence, S.A., Deakin, J.F., Tarrier, N., ..., Woodruff PW. (2001). Investigating the functional anatomy of empathy and forgiveness. Neuroreport. Aug 8;12(11):2433-8. Fehr, E. y Renninger, S. V. (2004). The samaritan paradox Scientific American Mind, 14, 5. Fehr, E. yGächter, S. (2002). Altruistic punishment in humans.Nature. Jan 10;415(6868):137-40 Foot, P. (1967).The Problem of Abortion and the Doctrine of the Double Effect. Oxford Review, no. 5, 5-15) Frick, P. J., Cornell, A. H., Barry, C. T., Bodin, S. D. y Dane, H. E. (2003) Callous-unemotional traits and conduct problems in the prediction of conduct problem severity, aggression, and self-report delinquency. J. Abnorm. Child Psychol. 31, 457–470 Gordon, H. L., Baird, A. A. y End, A. (2004) Functional differences among those high and low on a trait measure of psychopathy. Biol. Psychiatry 56, 516– 521 Greene, J. D.; Nystrom, L. E.; Engell, A. D.; Darley, J. M.; Cohen, J. D. (2004). The neural bases of cognitive conflict and control in moral judgment. Neuron, 44,.Págs., 389-400 Greene, J.D., Sommerville, R. B., Nystrom, L. E., Darley, J. M. y Cohen, J. D. (2001) An fMRI investigation of emotional engagement in moral judgment. Science 293, 2105–2108 Hardin, G. (1968). The Tragedy of the Commons. Science 162 (3859): 1243–1248 Hauser, M.; Tonnaer, F. and Cima, M. (2009).When Moral Intuitions Are Immune to the Law: A Case Study of Euthanasia and the Act-Omission Distinction in The Netherlands. Journal of Cognition and Culture 09/; 9(3):149-169. Herrmann B, Thöni C. yGächter S. (2008). Antisocial punishment across societies.Science. Mar 7;319(5868):1362-7 Koenigs, M., Young, L., Adolphs, R., Tranel, D., Cushman, F., Hauser, M. y Damasio, A. (2007) Damage to the prefrontal cortex increases utilitarian moral judgements. Nature 446, 908–911 Luo, Q., Nakic, M., Wheatley, T., Richell, R., Martin, A. y Blair, R. J. (2006) The neural basis of implicit moral attitude – an IAT study using event-related fMRI. Neuroimage 30, 1449–1457 Lynam, D. R., Caspi, A., Moffitt, T. E., Loeber, R. y Stouthamer-Loeber, M. (2007) Longitudinal evidence that psychopathy scores in early adolescence predict adult psychopathy. J. Abnorm. Psychol. 116, 155–165 Milinski, M., Sommerfeld, R. D., Krambeck, H. J., Reed, F. A. y Marotzke, J. (2008).The collective-risk social dilemma and the prevention of simulated dangerous climate change. February 19, vol. 105 no. 7 Oxford, M., Cavell, T. A. y Hughes, J. N. (2003) Callous-unemotional traits moderate the relation between ineffective parenting and child externalizing problems: a partial replication and extension. J. Clin. Child Adolesc. Psychol. 32, 577–585 Quervain DJ, Fischbacher U, Treyer V, Schellhammer M, Schnyder U, Buck A, Fehr E. (2004). The neural basis of altruistic punishment.Science.Aug 27;305(5688):1254-8. Rawls, J. (1971) A Theory of Justice, Harvard University Press Rilling, J., Gutman, D., Zeh, T., Pagnoni, G., Berns, G. y Kilts, C. (2002).A neural basis for social cooperation. Neuron, 35, 395-405 Savater, F. (1991). Ética para amador. Ed. Ariel Schnall, S., Harber, K. D., Stefanucci, J. K., yProffitt, D. R. (2008).Social support and the perception of geographical slant. Journal of Experimental Social Psychology, 44, 1246-1255. Sebanz, N. yShiffrar, M. (2007). Bodily bonds: Effects of social context on ideomotor movements. Sensorimotor Foundations of Higher Cognition: Attention and Performance,Vol. XXII, Oxford University Press, 267-291 Small, D., Loewenstein, G. y Slovic, P. (2007) Sympathy and Callousness: The impact of Deliberative Thought on donations to identifiable and statistical victims. Organizational behavior and human decision process, 102 (2), 143-153 Small, D. y Loewenstein, G. (2005).The devil you know: the effects of identifiability on punishment. Journal of behavioral decision makin. 18, 5, 311-318 Spence, C. (2006). Mismatching money and need.En K. Epstein (Ed.) Crisis Mentality: Why sudden emergencies attract more funds than do chronic conditions, and how nonprofits can change that. Stanford social Innovation Review, primavera de, p. 48-57 http://www.ssireview.org/articles/entry/crisis_mentality Unger, P. K. (1996). Living High and Letting Die. Nueva York. Oxford University Press.