LECTURAS DE LA
MENTE
Por Juan Gerardo
Martínez Borrayo
Departamento de
Neurociencias
Universidad de
Guadalajara
Bebe en ciernes
Tener un niño es enfrentarse a una industria enorme que le sugiere a
uno que es lo que debe darles para jugar, ver y oír, todo con el fin de tener
hijos listos y felices. Los padres se preguntan ¿Cómo se puede uno asegurar que
un niño sea inteligente?, ¿Cómo se puede hacer de un niño una persona feliz? ¿Cómo
se le enseña a un niño a ser bueno? Las respuestas a estas preguntas están
llenas de mitos como que ponerle música de Mozart, tener un montón de juguetes
“educativos” y llenar un estante con DVD para estimular el cerebro del niño en
crecimiento los hará más inteligentes.
Pero ¿hasta que punto la ciencia ha logrado establecer cómo podemos
lograr esto? ¿Qué se sabe realmente, sobre bases sólidas, sobre cómo tener un
niño inteligente y feliz? Hay cuatro cosas que se ha comprobado que ayudan y
favorecen el desarrollo del cerebro en el útero, siendo especialmente
importantes en la segunda mitad del embarazo, y son: el peso del bebé, la
nutrición, el estrés y el ejercicio de la madre.
El peso
adecuado
Antes de comenzar a hablar de la comida, hay una investigación muy
interesante que solo se ha hecho una vez, y que esperemos dentro de poco se
repita para lograr tener más consenso al respecto; esta investigación nos dice
que los vómitos durante el embarazo se relacionan positivamente con la
inteligencia de los niños. Es decir, a más vómitos más inteligencia. Las razones
parecen ser dos: que es un resabio de nuestro pasado evolutivo, ya que la dieta
de nuestros antepasados durante el pleistoceno (desde 2.5 millones de años
hasta hace 12 mil años) contenía elementos que eran tóxicos para los embriones
(Profet, 1988) y la otra es que dos hormonas que estimulan los vómitos ayudan a
las neuronas en su crecimiento (Nulman y cols., 2009).
Hablando ahora sí de la alimentación, las embarazadas comen por dos y
por ello las necesidades energéticas cambian; pero se debe comer moderado
porque es tan malo que los niños al nacer tengan poco o mucho peso. En general,
la inteligencia de los niños varía en función del tamaño del cerebro y el
volumen cerebral está relacionado con el peso al nacer, lo que significa que,
hasta cierto punto, los bebés más grandes tienen cerebros más grandes.
Los bebés desnutridos tienen menos neuronas y menos conexiones entre ellas;
por eso, cuando esos niños crecen tienen más problemas de comportamiento, son
más lentos para hablar, tienen problemas escolares, bajas puntuaciones en las
pruebas de inteligencia y hasta son malos deportistas.
¿Cuánto debe crecer un niño? Parece ser que lo máximo debe ser 3.5
kilos; si un bebé pesa 3 kilos y otro 3.5 hay solo un punto de diferencia en el
Cociente Intelectual entre ellos a favor del segundo, pero por encima de los
cuatro kilos de peso, el CI comienza a bajar, probablemente porque al ser
demasiado grandes sufren de hipoxia y otras lesiones durante el parto (Eliot,
1999).
¿Cuánto peso debe aumentar la mamá en el
embarazo? Va a depender de su peso antes del embarazo. De acuerdo al Instituto
de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU (http://iom.edu/Reports/2009/Weight-Gain-During-Pregnancy-Reexamining-the-Guidelines.aspx);
si antes estaba desnutrida debería aumentar un máximo de 18 kilos; si tiene
peso normal cuando mucho 15; si tienen sobrepeso 11; y si tiene obesidad
mórbida no debe pasar de los 9.
Dieta
Todo el mundo ha oído hablar de que las mujeres embarazadas tienen
extrañas preferencias alimentarias. Al extremo de estos antojos se le conoce
como pica, o deseo de comer cosas que no son comida, como tierra y barro. ¿Hay
evidencias de que deba prestárseles atención a estos antojos? Es decir, ¿estos
antojos nos dicen que hay una deficiencia nutricional que puede ser subsanada
comiendo tierra o talco para bebés? La respuesta es no. Hay algunas evidencias
de que las deficiencias de hierro pueden detectarse conscientemente, pero es raro
(Lacey, 1990).
Dado que ya conocemos un poco sobre nuestro pasado evolutivo, se sabe
que debemos comer dándole un fuerte énfasis a las frutas y verduras (Wrangham,
2009); en general la clave es tener una dieta equilibrada. Hasta el momento
solo se ha comprobado que hay dos suplementos alimenticios que afectan
positivamente el desarrollo cerebral de los niños en útero: uno es el ácido
fólico, que debe ser tomado alrededor de la fecundación; y el otro son los
ácidos grasos omega-3.
Estos ácidos grasos son componentes importantes de las membranas de las
neuronas, pero a los humanos nos cuesta mucho producirlos, por ello tenemos que
encontrar comida que lo tenga en exceso, y esos son los pescados; si no
consumimos suficientes de esos ácidos entonces tendremos más probabilidades de
padecer dislexia, déficit de atención, depresión y otros problemas mentales.
La cantidad que todo el mundo coincide que es la adecuada son 350
gramos de pescado a la semana; un estudio de Harvard examinó a 135 bebés y los hábitos alimenticios de sus mamás
durante el embarazo y determinaron que quienes habían consumido más pescado a
partir del segundo trimestre, tuvieron bebés más inteligentes, de acuerdo a
pruebas cognitivas que miden la memoria, el reconocimiento y la atención a los
seis meses de nacidos (Gomez-Pinilla, 2008).
Estrés y
ejercicio
En 1998 se desató una de las peores tormentas de hielo de la que tiene
recuerdo el país de Canadá. Resultado de ello, muchísimas personas estuvieron
bajo un hielo paralizante durante semanas; y aunque en ese entonces no se
sabía, se generó un nivel tan intenso de estrés, que terminó por impactar a los
niños que en ese momento estaban en gestación. Un estudio publicado en el 2008
así lo demostró: los niños de la tormenta de hielo tenían problemas en el
lenguaje y el CI verbal (LaPlante y cols., 2008). Se ha ido demostrando además que
el estrés prenatal puede cambiar el temperamento de los hijos, volviéndolos
irritables y difíciles de consolar (Huizink y cols., 2003).
No todos los estrés son malos, se tienen que cumplir dos condiciones
para que afecte a los niños: tiene que se demasiado frecuente (debe ser crónico,
implacable, sostenido y prolongado, como una enfermedad crónica, pobreza, un
trabajo exigente, etc.); y tiene que ser demasiado severo (el punto clave es la
perdida de control, como cuando el esposo se muere, se es víctima de un asalto
criminal, etc.).
Al parecer el estrés de la mamá hace que aumente la cantidad de glucocorticoides
(las hormonas del estrés) los cuales cruzan la placenta y atacan en primer lugar
el sistema límbico, un área cerebral implicada en las emociones y la memoria causando
que esta región se desarrolle más lentamente. El segundo blanco es el sistema
de bloqueo encargado de controlar los niveles de glucocorticoides, el sistema
de moléculas que controlan nuestra respuesta al estrés, resultando en un hipotálamo
“confundido” que bombeará más glucocorticoides de los necesarios, creando un
círculo vicioso (Gunnar y Quevedo, 2006).
Una de las maneras más fáciles de reducir el estrés es haciendo
ejercicio. Una vez más nuestra historia evolutiva tiene la respuesta de porque
es así; durante muchísimo tiempo el ejercicio fue una parte importantísima de
nuestra vida; siendo cazadores-recolectores, lo más seguro es que una mujer
llegará a caminar al menos 20 kilómetros al día.
Por lo tanto, el ejercicio debería ser una parte de los embarazos
humanos. Tiene beneficios tan prácticos como hacer que les duela menos el parto
y que tengan que pujar menos que las mujeres obesas (Manders y cols., 2008).
Pero también tiene efectos positivos en los bebés: suelen ser más inteligentes
probablemente porque se estimula la producción de una molécula que bloquea los
efectos negativos de los glucocorticoides, cuyo nombre es BDNF (factor
neurotrófico derivado del cerebro).
Pero ojo, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Si el
ejercicio es demasiado extenuante entonces se bloquea el flujo sanguíneo al
bebé y su cerebro se puede sobre calentar (un aumento de solo dos grados puede
afectarlo); en el tercer trimestre esto es más importante porque la mamá tiene
menos oxígeno, así que el mejor ejercicio sería que nadara para que disipara el
exceso de calor del útero. Con treinta minutos diarios de ejercicio al 70% de
su máximo (utilizando la regla de 220 menos su edad) es bastante bueno.
Espero que con todo esto que le digo, ya no vaya a gastar su dinero en
productos que dicen mejorar el CI, el temperamento o la personalidad de su hijo
aun no nacido. No se ha probado que ninguno de ellos funcione.
Bibliografía
Profet, M. (1988). The evolution of pregnancy sickness as protection to
the embryo against
Pleistocene teratogens. Evol Theor 8: 177 – 190
Nulman I. et al (2009). Long-term
neurodevelopment of children exposed to maternal nausea and vomiting of
pregnancy and Diclectin. J Pediat 155(1): 45 – 50
Eliot, L (1999). What’s Going On in There: How
the Brain and Mind Develop in the First Five Years of Life. Bantam Books (NY). p.
444
Lacey, E.P. (1990). Broadening the perspective of pica: literature
review. Pub Health Rep 105(1): 29 – 35
Wrangham, R. (2009). Catching Fire: How Cooking Made Us Human. Basic
Books (NY)
Gomez-Pinilla F. (2008). Brain foods: the effects of nutrients on brain
function. Nat Rev Neurosci 9: 568 – 578
LaPlante, DP et al. (2008). Project ice storm:
prenatal maternal stress affects cognitive and linguistic functioning in 5.5
year old children. J Am Acad Child & Adol Psych 47(9): 1063 – 1072
Huizink, AC et al. (2003). Psychological
measures of prenatal stress as predictors of infant temperament. J Child
Psychol Psychiatry 44(6): 810 – 818
Gunnar, M & Quevedo, K (2006). The neurobiology of stress and
development. Ann Rev Psych 58: 145 – 173
Manders MAM, et al. (2008). The effects of
maternal exercise on fetal heart rate and movement patterns. Early Hum Dev 48:
237 - 247
Comentarios y sugerencias favor de
dirigirlos a la redacción de EL OCCIDENTAL, a la siguiente cuenta de correo electrónico:
jugemab1@yahoo.com.mx o en http://www.myspace.com/juangerardomartinez,
en Facebook, blogger “lecturas de la mente” y twitter @JGerardoMartnez