miércoles, 29 de agosto de 2012

EMBARAZO E INTELIGENCIA


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Bebe en ciernes
Tener un niño es enfrentarse a una industria enorme que le sugiere a uno que es lo que debe darles para jugar, ver y oír, todo con el fin de tener hijos listos y felices. Los padres se preguntan ¿Cómo se puede uno asegurar que un niño sea inteligente?, ¿Cómo se puede hacer de un niño una persona feliz? ¿Cómo se le enseña a un niño a ser bueno? Las respuestas a estas preguntas están llenas de mitos como que ponerle música de Mozart, tener un montón de juguetes “educativos” y llenar un estante con DVD para estimular el cerebro del niño en crecimiento los hará más inteligentes.
Pero ¿hasta que punto la ciencia ha logrado establecer cómo podemos lograr esto? ¿Qué se sabe realmente, sobre bases sólidas, sobre cómo tener un niño inteligente y feliz? Hay cuatro cosas que se ha comprobado que ayudan y favorecen el desarrollo del cerebro en el útero, siendo especialmente importantes en la segunda mitad del embarazo, y son: el peso del bebé, la nutrición, el estrés y el ejercicio de la madre.

El peso adecuado
Antes de comenzar a hablar de la comida, hay una investigación muy interesante que solo se ha hecho una vez, y que esperemos dentro de poco se repita para lograr tener más consenso al respecto; esta investigación nos dice que los vómitos durante el embarazo se relacionan positivamente con la inteligencia de los niños. Es decir, a más vómitos más inteligencia. Las razones parecen ser dos: que es un resabio de nuestro pasado evolutivo, ya que la dieta de nuestros antepasados durante el pleistoceno (desde 2.5 millones de años hasta hace 12 mil años) contenía elementos que eran tóxicos para los embriones (Profet, 1988) y la otra es que dos hormonas que estimulan los vómitos ayudan a las neuronas en su crecimiento (Nulman y cols., 2009).
Hablando ahora sí de la alimentación, las embarazadas comen por dos y por ello las necesidades energéticas cambian; pero se debe comer moderado porque es tan malo que los niños al nacer tengan poco o mucho peso. En general, la inteligencia de los niños varía en función del tamaño del cerebro y el volumen cerebral está relacionado con el peso al nacer, lo que significa que, hasta cierto punto, los bebés más grandes tienen cerebros más grandes.
Los bebés desnutridos tienen menos neuronas y menos conexiones entre ellas; por eso, cuando esos niños crecen tienen más problemas de comportamiento, son más lentos para hablar, tienen problemas escolares, bajas puntuaciones en las pruebas de inteligencia y hasta son malos deportistas.
¿Cuánto debe crecer un niño? Parece ser que lo máximo debe ser 3.5 kilos; si un bebé pesa 3 kilos y otro 3.5 hay solo un punto de diferencia en el Cociente Intelectual entre ellos a favor del segundo, pero por encima de los cuatro kilos de peso, el CI comienza a bajar, probablemente porque al ser demasiado grandes sufren de hipoxia y otras lesiones durante el parto (Eliot, 1999).
¿Cuánto peso debe aumentar la mamá en el embarazo? Va a depender de su peso antes del embarazo. De acuerdo al Instituto de Medicina de la Academia Nacional de Ciencias de los EEUU (http://iom.edu/Reports/2009/Weight-Gain-During-Pregnancy-Reexamining-the-Guidelines.aspx); si antes estaba desnutrida debería aumentar un máximo de 18 kilos; si tiene peso normal cuando mucho 15; si tienen sobrepeso 11; y si tiene obesidad mórbida no debe pasar de los 9. 

Dieta
Todo el mundo ha oído hablar de que las mujeres embarazadas tienen extrañas preferencias alimentarias. Al extremo de estos antojos se le conoce como pica, o deseo de comer cosas que no son comida, como tierra y barro. ¿Hay evidencias de que deba prestárseles atención a estos antojos? Es decir, ¿estos antojos nos dicen que hay una deficiencia nutricional que puede ser subsanada comiendo tierra o talco para bebés? La respuesta es no. Hay algunas evidencias de que las deficiencias de hierro pueden detectarse conscientemente, pero es raro (Lacey, 1990).
Dado que ya conocemos un poco sobre nuestro pasado evolutivo, se sabe que debemos comer dándole un fuerte énfasis a las frutas y verduras (Wrangham, 2009); en general la clave es tener una dieta equilibrada. Hasta el momento solo se ha comprobado que hay dos suplementos alimenticios que afectan positivamente el desarrollo cerebral de los niños en útero: uno es el ácido fólico, que debe ser tomado alrededor de la fecundación; y el otro son los ácidos grasos omega-3.
Estos ácidos grasos son componentes importantes de las membranas de las neuronas, pero a los humanos nos cuesta mucho producirlos, por ello tenemos que encontrar comida que lo tenga en exceso, y esos son los pescados; si no consumimos suficientes de esos ácidos entonces tendremos más probabilidades de padecer dislexia, déficit de atención, depresión y otros problemas mentales.
La cantidad que todo el mundo coincide que es la adecuada son 350 gramos de pescado a la semana; un estudio de Harvard examinó a 135 bebés  y los hábitos alimenticios de sus mamás durante el embarazo y determinaron que quienes habían consumido más pescado a partir del segundo trimestre, tuvieron bebés más inteligentes, de acuerdo a pruebas cognitivas que miden la memoria, el reconocimiento y la atención a los seis meses de nacidos (Gomez-Pinilla, 2008). 

Estrés y ejercicio
En 1998 se desató una de las peores tormentas de hielo de la que tiene recuerdo el país de Canadá. Resultado de ello, muchísimas personas estuvieron bajo un hielo paralizante durante semanas; y aunque en ese entonces no se sabía, se generó un nivel tan intenso de estrés, que terminó por impactar a los niños que en ese momento estaban en gestación. Un estudio publicado en el 2008 así lo demostró: los niños de la tormenta de hielo tenían problemas en el lenguaje y el CI verbal (LaPlante y cols., 2008). Se ha ido demostrando además que el estrés prenatal puede cambiar el temperamento de los hijos, volviéndolos irritables y difíciles de consolar (Huizink y cols., 2003).
No todos los estrés son malos, se tienen que cumplir dos condiciones para que afecte a los niños: tiene que se demasiado frecuente (debe ser crónico, implacable, sostenido y prolongado, como una enfermedad crónica, pobreza, un trabajo exigente, etc.); y tiene que ser demasiado severo (el punto clave es la perdida de control, como cuando el esposo se muere, se es víctima de un asalto criminal, etc.).
Al parecer el estrés de la mamá hace que aumente la cantidad de glucocorticoides (las hormonas del estrés) los cuales cruzan la placenta y atacan en primer lugar el sistema límbico, un área cerebral implicada en las emociones y la memoria causando que esta región se desarrolle más lentamente. El segundo blanco es el sistema de bloqueo encargado de controlar los niveles de glucocorticoides, el sistema de moléculas que controlan nuestra respuesta al estrés, resultando en un hipotálamo “confundido” que bombeará más glucocorticoides de los necesarios, creando un círculo vicioso (Gunnar y Quevedo, 2006).
Una de las maneras más fáciles de reducir el estrés es haciendo ejercicio. Una vez más nuestra historia evolutiva tiene la respuesta de porque es así; durante muchísimo tiempo el ejercicio fue una parte importantísima de nuestra vida; siendo cazadores-recolectores, lo más seguro es que una mujer llegará a caminar al menos 20 kilómetros al día.
Por lo tanto, el ejercicio debería ser una parte de los embarazos humanos. Tiene beneficios tan prácticos como hacer que les duela menos el parto y que tengan que pujar menos que las mujeres obesas (Manders y cols., 2008). Pero también tiene efectos positivos en los bebés: suelen ser más inteligentes probablemente porque se estimula la producción de una molécula que bloquea los efectos negativos de los glucocorticoides, cuyo nombre es BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro).
Pero ojo, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre. Si el ejercicio es demasiado extenuante entonces se bloquea el flujo sanguíneo al bebé y su cerebro se puede sobre calentar (un aumento de solo dos grados puede afectarlo); en el tercer trimestre esto es más importante porque la mamá tiene menos oxígeno, así que el mejor ejercicio sería que nadara para que disipara el exceso de calor del útero. Con treinta minutos diarios de ejercicio al 70% de su máximo (utilizando la regla de 220 menos su edad) es bastante bueno.
Espero que con todo esto que le digo, ya no vaya a gastar su dinero en productos que dicen mejorar el CI, el temperamento o la personalidad de su hijo aun no nacido. No se ha probado que ninguno de ellos funcione.

Bibliografía

Profet, M. (1988). The evolution of pregnancy sickness as protection to the embryo against Pleistocene teratogens. Evol Theor 8: 177 – 190

Nulman I. et al (2009). Long-term neurodevelopment of children exposed to maternal nausea and vomiting of pregnancy and Diclectin. J Pediat 155(1): 45 – 50

Eliot, L (1999). What’s Going On in There: How the Brain and Mind Develop in the First Five Years of Life. Bantam Books (NY). p. 444

Lacey, E.P. (1990). Broadening the perspective of pica: literature review. Pub Health Rep 105(1): 29 – 35

Wrangham, R. (2009). Catching Fire: How Cooking Made Us Human. Basic Books (NY)

Gomez-Pinilla F. (2008). Brain foods: the effects of nutrients on brain function. Nat Rev Neurosci 9: 568 – 578

LaPlante, DP et al. (2008). Project ice storm: prenatal maternal stress affects cognitive and linguistic functioning in 5.5 year old children. J Am Acad Child & Adol Psych 47(9): 1063 – 1072

Huizink, AC et al. (2003). Psychological measures of prenatal stress as predictors of infant temperament. J Child Psychol Psychiatry 44(6): 810 – 818

Gunnar, M & Quevedo, K (2006). The neurobiology of stress and development. Ann Rev Psych 58: 145 – 173

Manders MAM, et al. (2008). The effects of maternal exercise on fetal heart rate and movement patterns. Early Hum Dev 48: 237 - 247


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martes, 21 de agosto de 2012

¿QUE TAN MALO ES REPROBAR?



LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

¿Qué tan malo es reprobar?

Debo admitirlo, en la primaria era bien burro; reprobé segundo y cuarto; y para cuando llegue a sexto todo el mundo pensó que iba a seguir reprobando todos los años pares. Pero eso no pasó, ya que me fue muy bien y al finalizar el año me llegó una invitación del Instituto de Ciencias de que me fuera a estudiar con ellos con beca. Cosa que cierto no acepte y que creo que no les he dicho a mis padres hasta ahora. Supongo que todavía me merecería un regaño de su parte.
Estoy escuchando ahora que la Secretaría de Educación Pública de México está implementando unos cambios en sus sistema de evaluación, entre los que se encuentra que en primaria no van a haber reprobados y argumentan que este cambio es porque quieren bajar la deserción escolar.
En mi opinión la justificación podría ir por otro lado; basándome en mi propia historia personal diría que en los primeros años de vida, cambiamos tanto que es difícil decir cómo nos va a ir en el futuro, sobre todo si nuestro único criterio que utilizamos son mediciones tales como calificaciones y puntuaciones de pruebas de inteligencia.

La ineficacia de las pruebas de inteligencia
En los Estados Unidos, a los niños se les aplican pruebas de inteligencia para ver si son superdotados y llevarlos a escuelas de educación especial. Esas pruebas son variantes de las pruebas clásicas de inteligencia en donde se mide el razonamiento o la aptitud para aprender; esas pruebas se aplican en primero y se supone que predicen cómo les va a ir en el futuro; pero lo que se ha visto es que no atinan a adivinar cómo les va a ir ni siquiera en segundo y tercero. De cada cien niños que en prescolar se les considera avanzados, en tercero solo un 27 % de ellos seguirán mereciendo esa clasificación. Es decir, dejan fuera un 73 % de alumnos que sí deberían haberse ganado la distinción.
Como decía en un anterior escrito (“El CI y la discriminación social”) el punto clave de las pruebas de inteligencia es que son capaces de predecir los resultados a futuro de cómo les va a ir a los sujetos posteriormente; pero si son demasiado chicos no existe todavía esa capacidad de predicción.
Por ejemplo, hay una serie de pruebas de inteligencia conocidas a nivel mundial conocidas como baterías de inteligencia Weschler que tiene pruebas para diversas edades; una de ellas se llama WPPSI (Acrónimo de las palabras en inglés escala Weschler de inteligencia para prescolar y primaria); cuando el periodista Po Bronson entrevistó al Dr. Lawrence Weiss, vicepresidente de la compañía propietaria de la prueba, le preguntó con que eficacia predice su prueba el rendimiento escolar dentro de dos o tres años y Weiss le explicó que la recopilación de esos datos no formaban parte de la política de su compañía “no les hacemos un seguimiento en el tiempo. No registramos la validez predictora” (Bronson y Merryman, 2009).

Investigación sobre la predicción
Si los fabricantes de las pruebas de inteligencia no se interesan sobre la cuestión de la predicción de sus pruebas que evalúan la inteligencia en niños pequeños, a los psicólogos investigadores sí les interesa.
Uno de ellos es el Dr. Hoi Suen, quien trabaja en la Universidad Estatal de Pensilvania, él publicó un meta-análisis (Kim y Suen, 2003) de 44 estudios que analizaban hasta qué punto las pruebas realizadas antes de prescolar o prescolar predecían las puntuaciones en las pruebas que se les aplicarían dos años después. Descubrieron que las puntuaciones obtenidas en las pruebas de inteligencia antes de que los niños empezaran la escuela, como media, solo tenía una correlación del 40%, con los resultados de las pruebas posteriores.
Investigadores de la Universidad de Carolina del Norte, en Charlotte, analizaron las puntuaciones obtenidas a lo largo de tres años en una escuela que aplicaba el WPPSI al entrar a la escuela y una batería de comprensión que se desarrolló para encajar con los programas de estudios de las escuelas. La correlación entre las dos pruebas fue otra vez del 40%.
Y para los alumnos situados en el extremo superior, las correlaciones parecen ser peores. El doctor William Tsushima estudió dos escuelas privadas de Hawái, en una de ellas el CI promedio de sus alumnos era de 130 y en la otra de 126; pero sus puntuaciones en lectura en segundo mantenían una correlación del 26% (Tsushima y cols., 1983).
Para Donald Rock (2005), la cantidad de falsos positivos y negativos es preocupante, lo único que está indicando es que la identificación de niños sobresalientes en prescolar y los primeros años de primaria no se hace sobre bases sólidas. Según este investigador, es hasta tercero cuando las pruebas pueden dar resultados reveladores.
Pero el problema no es un fallo intrínseco en las pruebas de evaluación de la inteligencia, sino en que los niños que hacen las pruebas son demasiado jóvenes. Robert Strand, de la Universidad de Conventry, Inglaterra, publicó un estudio en el 2007, en el que analizó las puntuaciones de miles de niños británicos comparando sus resultados en las pruebas de inteligencia realizados a los once años con un examen realizado a los dieciséis. Las correlaciones entre ambos era muy altas.

Inteligencia emocional. No sirve
Al ver que las pruebas de inteligencia no son muy precisos (40% según hemos visto) entonces resulta tentador buscar otro método para evaluar el talento. Una opción que se ha propuesto es la inteligencia emocional. Desde la publicación de la obra de Daniel Goleman de su libro en 1995, se ha aceptado ampliamente que las habilidades interpersonales podrían ser más importantes para el éxito que el intelecto cognitivo.
En las últimas décadas han surgido varios métodos para medir la inteligencia emocional. Uno de ellos es el MSCEIT (de la cual ya hay una versión en español realizada en España), una prueba que procede del equipo que acuñó originalmente el término inteligencia emocional, entre los que se encuentran Peter Salovey, decano del Yale College; él en una conferencia presentada en el 2008 vapuleó repetidamente a Goleman por haber malinterpretado y exagerado los datos de la investigación.
Por ejemplo, Goleman escribió en su libro que “los datos existentes sugieren que la inteligencia emocional podría ser tan poderosa, y a veces más, que el coeficiente de inteligencia”; y saben cuantos datos había en ese momento: ninguno. O bien, en otra parte de su libro dice “casi el 90% de la diferencia entre los trabajadores más brillantes en el puesto de trabajo y los que están en la media se debe a la inteligencia emocional” y tampoco contaba con pruebas en ese momento.
Y con respecto al entrenamiento escolar de los niños en inteligencia emocional, el primer estudio verdadero de si se puede detectar y medir, y si eso supondría un beneficio académico, los investigadores concluyeron que la correlación entre inteligencia emocional y el rendimiento académico es de sólo 10 % (recuerdan que con las pruebas de inteligencia era de 40%).
En el 2007, Greg Duncan publicó un análisis de 34 mil niños en donde todos los niños hicieron pruebas de todo aquello que pudiera afectar el rendimiento escolar, desde pruebas de inteligencia, de rendimiento escolar, habilidades sociales, temperamento, etc. Y encontraron que las pruebas de inteligencia tenían una correlación de 40% con la lectura, mientras que la capacidad de atención correlacionaba 20% y las puntuaciones conductuales un 8% (Duncan y cols., 2007).

Cerebro, inteligencia y niños
Habíamos dicho antes que es hasta que tienen once o doce años que las pruebas de inteligencia parecen predecir consistentemente cómo les va a ir a las personas en el futuro. Entonces ¿qué pasa en el cerebro de los niños que unos son más inteligentes que otros, pero que después ya no lo son tanto?
Antes se consideraba que la inteligencia se relacionaba con el grosor de la corteza cerebral; y el máximo grosor se alcanza como a los 7 años. Pero en el 2006 una investigación mandó a la basura esta idea, ya que se encontró que los niños más inteligentes tenían una corteza cerebral más delgada a los 7 años de edad, pero que desde ese momento y hasta los 11 o 12 años se les iba ensanchando poco a poco. Es decir, en los niños brillantes, su inteligencia varía más que la de los más lentos (Shaw y cols., 2006).
Además, su uso del cerebro es diferente de como lo usan los adultos. En un estudio se descubrió que los niños y los adultos utilizan unas 40 regiones diferentes del cerebro cuando realizan pruebas verbales, pero los niños utilizan al menos unas 20 áreas diferentes que las de los adultos (Schlaggar y cols., 2002). Lo que nos quiere decir que al menos la mitad de los mecanismos de la inteligencia no están funcionando en los niños.
Así pues, ser inteligente puede significar ser “tardío”, podría ser desarrollarse de manera desigual. Y tal y como están diseñadas las clases ahora, nunca se considera esto. Tal vez esa sea la razón por la cual reprobé en la primaria dos años y ahora tengo un doctorado en neurociencias.

Bibliografía

Bronson, Po y Merryman, Ashley. Educar hoy. Nadie dijo que fuera fácil. Ed. Sirio, México D. F., 2009

Kim, J.H., & Suen, H.K. (2003). Predicting children’s academic achievement from early assessment scores: A validity generalization study. Early Childhood Research Quarterly, 18(4), 547-566.


Tsushima,William T.; Onorato,Vincent A.; Okumura,Frederick T.; Sue,Dalton    
Educational and Psychological Measurement , Volume 43 (2): 663, SAGE – Jun 1, 1983

Rock, Donald A. y A. Jackson Stenner. Assessement issues in the testing of children at school entry. Future of Children, vol. 15, no 1, pp. 15-34 (2005)

Deary I, Strand S, Smith P & Fernandes C(2007) 'Intelligence and educational achievement', Intelligence, 35 (1), 13 - 21 (0160-2896

Salover, Peter. Emotional intelligence; Is there anything to it? Conferencia en la convención annual de la American Psychological Association, Boston (2008)

Mayer JD, Salovey P, Caruso DR. Emotional intelligence: new ability or eclectic traits? Am Psychol. 2008 Sep;63(6):503-17

Duncan GJ, Dowsett CJ, Claessens A, Magnuson K, Huston AC, Klebanov P, Pagani LS, Feinstein L, Engel M, Brooks-Gunn J, Sexton H, Duckworth K, Japel C. School readiness and later achievement. Dev Psychol. 2007 Nov;43(6):1428-46. Erratum in: Dev Psychol. 2008 Jan;44(1):232

Shaw P, Greenstein D, Lerch J, Clasen L, Lenroot R, Gogtay N, Evans A, Rapoport J, Giedd J. Intellectual ability and cortical development in children and adolescents. Nature. 2006 Mar 30;440(7084):676-9

Schlaggar BL, Brown TT, Lugar HM, Visscher KM, Miezin FM, Petersen SE. Functional neuroanatomical differences between adults and school-age children in the processing of single words. Science. 2002 May 24;296(5572):1476-9.

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lunes, 13 de agosto de 2012

EL PODER INVERSO DEL ELOGIO


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

El efecto inverso de los elogios

Ser listo es bueno; pero saberse listo y ser reconocido como tal a veces no es tan bueno. Los padres y los maestros creen que elogiar la inteligencia de los niños es la mejor manera de aumentar su autoestima y con ello solucionar cualquier problema que se le va a presentar en el futuro al niño.
La suposición es que si un niño cree que es listo no se sentirá intimidado por los retos académicos. Se cree que el elogio constante es un ángel sobre sus hombros que le va a dar seguridad para que no crea que tiene menos talento del que realmente tiene.
Pero una creciente cantidad de investigaciones sugieren claramente que las cosas son al revés. Poner a los niños la etiqueta de “listos” podría ser la causa de un bajo rendimiento. Se ha ido documentando que un gran porcentaje de alumnos que puntúan en lo más alto de las pruebas de aptitud, subestiman sus propias habilidades, esperan menos de sí mismo, menosprecian la importancia del esfuerzo y sobrestiman la ayuda que necesitan de sus padres.

El esfuerzo es la clave
En un anterior artículo que escribí para esta columna llamado “El genio no nace, se hace” había abordado ya la teoría de Carol Dweck sobre la concepción que tienen las personas sobre la inteligencia y su impacto en el desempeño académico.
Si a los niños se les elogia por su inteligencia y no por su esfuerzo resulta que tienden a elegir problemas fáciles de resolver, se acobardan ante los problemas difíciles, evitan los riesgos de sentirse avergonzados. Lo que aprenden con los elogios constantes es que si las personas son listas no necesitan esforzarse, porque si tienen dones naturales no debería ser ningún difícil resolver bien los problemas.
Este patrón de pensamiento se ha descubierto en los estudiantes de todas las clases sociales, tanto en niños como en niñas, aunque parece ser que afecta especialmente a las niñas puesto que son las que más se desploman después del fracaso. Es más, ni siquiera los alumnos de prescolar están inmunes a este poder inverso del elogio.
Veamos como ejemplo un artículo; se dividió a unos niños en dos grupos, unos a los que se les elogió la inteligencia y a otros a los que se elogió el esfuerzo; posteriormente se les puso dos tipos de rompecabezas, uno fácil y otro difícil y 90% de los elogiados por el esfuerzo escogieron el difícil mientras que los elogiados por la inteligencia escogieron el fácil; después a todos les pusieron a resolver el rompecabezas difícil, tanto que ninguno de los niños lo pudieron resolver, pero vieron que los niños elogiados por la inteligencia estaban tensos mientras que los elogiados por el esfuerzo pensaban solamente que no se habían concentrado lo suficiente. Por último, les volvieron a dar el rompecabezas fácil y vieron que los elogiados por el esfuerzo mejoraban su puntuación de manera significativa (Mueller y Dweck, 1998).

El mito de la autoestima
Una buena parte de este problema de los elogios proviene del concepto de autoestima el cual ha permeado de manera importante en la sociedad mucho de lo cual se debe al libro de Nathaniel Branden “La psicología de la autoestima” publicado originalmente en 1969 (Branden, 2001). A partir de entonces se ha creído que la autoestima es la faceta más importante en la vida de una persona y que quien la tenga alta lo conseguiría todo, desde reducir la dependencia de los subsidios hasta bajar el número de embarazos en chicas adolescentes.
Desde 1970 hasta el 2000 se han publicado más de 15 mil artículos de la autoestima y su relación con todo, desde el sexo hasta éxito profesional. Pero como el resultado de estos estudios había sido poco concluyente, la Asociación para la Ciencia Psicológica le encargó en el 2003 a Roy Baumeister, en ese entonces uno de los principales defensores de la autoestima, que revisara dichos escritos.
Su conclusión es que la mayoría de los estudios estaban mal hechos: se le pedía a la gente que puntuara su autoestima y que después evaluaran su propia inteligencia, su éxito profesional, sus habilidades relacionales, etc. Estos informes basados en los reportes de las propias personas eran muy poco fiables, pues la gente con autoestima alta suele inflar sus habilidades.
Solo encontró 200 estudios que valían la pena y de esos no encontró absolutamente nada: no mejoraba calificaciones, ni logros profesionales, ni el consumo del alcohol, ni la violencia (Baumeister y cols., 2003).
Más recientemente Baumeister publicó un estudio en el que muestra que para los alumnos universitarios que están a punto de fracasar, las alabanzas destinadas a generar una elevada autoestima hacen que las calificaciones se hundan más todavía (Baumeister y cols., 2005).

Como hacer un elogio
El elogio en sí mismo vale la pena cuando se cumplen ciertas condiciones, veamos cuales son estas.
En primer lugar está el contenido del elogio; en una investigación de la Universidad de Notre Dame, elogiaron al equipo de jockey cuando iban perdiendo, pero se les elogió específicamente el número de veces que habían contenido a un contendiente, después de lo cual su desempeño mejoró considerablemente (Anderson y cols., 1988).
La siguiente condición es la sinceridad. En general las personas somos muy buenos detectando la verdadera intensión de las palabras que se nos dicen; y los niños aprenden pronto a identificar qué es lo que se les quiere decir con un elogio; después de los siete años de edad los niños no se creen los elogios así nada más, sospechan que en realidad se está dando una señal de falta de habilidad y de que se cree que uno necesita de que se le anime.
El psicólogo Wulf-Uwe Meyer es pionero en este campo y realizó investigaciones donde los niños observaban a otros estudiantes a recibir alabanzas y descubrió que a los 12 años de edad sabían que los elogios se los daban a los que se habían quedado atrás; y descubrió que los adolescentes creen que en realidad se trata más de una crítica (Wulf-Uwe Meyer y cols., 2004).
Por último, los elogios tienen que basarse en algo real. Todo esto es un asunto de credibilidad, no se deben dar elogios vacíos; tienen que venir de una habilidad o talento que el sujeto realmente posea. Si un niño escucha elogios inmerecidos los va a descartar por no ser sinceros.

Enfocarse en lo negativo
Dejar los fracasos de lado y enfocarse solo en lo positivo no es natural. También se debe ver el lado oscuro de nuestras actuaciones. Así lo hizo Florrie Ng quien reprodujo el paradigma de Dweck con niños chinos y gringos.
A ambos grupos de niños les aplicó una prueba muy difícil para su edad; la prueba  la dividió en dos partes y al término de la primera mitad les dio un descanso y a las madres se les permitió que entraran en el aula para hablar con sus hijos; pero antes se les contó una mentira y se les dijo que la puntuación que habían obtenido hasta ese momento sus hijos estaba por debajo de la media.
Cuando entraron las mamás al salón se les estaba grabando para ver como interactuaban con sus hijos. Las mamás de los EEUU evitaron hablar sobre el tema de la prueba, se mantuvieron animadas y positivas con sus hijos, hablando de otras cosas como lo que iban a cenar; pero nunca hablaron de la prueba. En cambio, las mamás chinas se la pasaron hablando de la prueba, diciéndoles que a lo mejor no se había concentrado lo suficiente o se pusieron a repasar la prueba.
Después del descanso, las puntuaciones de los niños chinos en la segunda parte de la prueba aumentaron el doble que la de los niños estadounidenses. Aunque las palabras de las mamás chinas fueron firmes, les sonrieron y abrazaron a sus hijos tanto como las otras mamás (Ng y cols, 2007).
Así pues, el exceso de elogios distorsiona la motivación, hace que se pierda el disfrute intrínseco de la acción; hace que las personas abandonen las tareas; en las escuelas provoca que los niños sean más bien competitivos y estén interesados más en derrotar a los demás y, por lo tanto, están más dispuestos a hacer trampas. Los maestros deberían tener en mente que ellos no están para que los niños se sientan mejor, sino para que hagan mejor las cosas.

Bibliografía

Mueller, C. M. & Dweck, C. S. (1998). Intelligence praise can undermine motivation and performance. Journal of Personality and Social Psychology, 75, 33-52.

Branden, J. La psicología de la autoestima. Ed. Paidós, 2001

Roy F. Baumeister, Jennifer D. Campbell, Joachim I. Krueger, and Kathleen D. Vohs. Does High Self-Esteem Cause Better Performance, Interpersonal Success, Happiness, or Healthier Lifestyles? Journal of Applied Psychology, Volume 4, Number 1 · May 2003


Roy F. Baumeister, Jennifer D. Campbell, Joachim I. Krueger and Kathleen D. Vohs. Exploding the Self-Esteem Myth, Scientific American, Vol. 292, pp. 84-92 (2005)

Anderson, D. Chris; Crowell, Charles R.; Doman, Mark; Howard, George S. Performance posting, goal setting, and activity-contingent praise as applied to a university hockey team. Journal of Applied Psychology, Vol 73(1), Feb 1988, 87-95

WULF-UWE MEYER, RAINER REISENZEIN, OLIVER DICKHÄUSER. Inferring ability from blame: effects of effort- versus liking-oriented cognitive schemata. Psychology Science, Volume 46, 2004 (2), p. 281-293

Ng, Florrie Fei-Yin; Pomerantz, Eva M.; Lam, Shui-fong. European American and Chinese parents' responses to children's success and failure: Implications for children's responses. Developmental Psychology, Vol 43(5), Sep 2007, 1239-1255

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martes, 7 de agosto de 2012

PADRE DE FAMILIA


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Padre de familia

A mi me gusta ver los Simpson desde que los descubrí hace como 20 años, pero me llevó un tiempo darme cuenta que el chistoso de la serie no es Barth, si no Homero; a partir de eso comencé a fijarme más en las comedias de familias y casi todas ponen a los padres como el hazmerreír de las series: padre de familia, cazado con hijos, mejorando la casa, etc.
Estas series reflejan un asunto más serio: a los hombres no se nos ve haciéndonos responsables de los hijos, somos más bien una figura ausente, poco querida aunque tal vez respetada, cuando no temida; Octavio Paz así lo consigna en el Laberinto de la Soledad.
De acuerdo a la CONAPO, en el año 2000 había 841 mil hombres que vivían solos con sus hijos (http://www2.eluniversal.com.mx/pls/impreso/noticia.html?id_nota=126299&tabla=nacion). Para el año 2012 había 17.2 millones de jefes de hogar que vivían con sus hijos y el 4.2 % de ellos no tenían pareja, lo cual nos da algo así como unos 70 mil padres (http://www.conapo.gob.mx/es/CONAPO/17_de_Junio_Del_Dia_del_Padre), es decir, que en 10 años bajó el número de padres solteros, cosa que me sorprende bastante.
Los cambios no se limitan a la cantidad de padres que hay, sino que también al tiempo que pasan con sus hijos. En 1965 en los EEUU los padres pasaban 2.6 horas diarias con sus hijos, mientras que en el 2000 pasaron 6.5; también se ha ido descubriendo cómo influyen en sus hijos y lo hacen de una manera que los que somos hombres no nos debe extrañar: retándolos, empujándolos para mejorar sus habilidades cognitivas y emocionales para que se preparen a enfrentarse al mundo.

Los papás también cuidan
En 1958 el psicoanalista John Bolwy presentó una teoría controversial en la que afirmaba que lo más natural para que un niño se desarrollara apropiadamente era tener una estrecha relación la madre y nada más.
Pero desde los años 70 se han realizado estudios en los que se encuentra con claridad que también los padres son capaces de cuidar a sus hijos; se ha visto que los padres que están esperando un hijo tienen altos niveles de prolactina, igualito que las mamás que acaban de tener un hijo (Storey y cols., 2000); también se ha descubierto que tienen menos niveles de testosterona, ya que tan solo a una semana de haber nacido su hijo cae un tercio de los niveles de esta hormona (Berg y cols., 2001). Estos dos cambios hacen a los hombres menos agresivos y más apapachadores.
Además, los hombres suelen interactuar con sus hijos de maneras diferentes a como lo hacen las mujeres, suelen tener actividades más interactivas con sus hijos comparados con las mamás; en el 2006, se encontró que pasaban el 40% del tiempo en actividades de más interacción, tales como jugar o leer, comparado con el 20% que pasaban las mamás con sus hijos en ese mismo tipo de actividades (Craig, 2006).
En ese mismo estudio se encontró que las mamás se la pasaban el 51% del tiempo alimentando, bañando, abrazando y calmando al niño, que son actividades de cuidado emocional y físico; en cambio, los padres se la pasan jugando y tonteando con los vástagos.
Se ha observado también que los padres tienden a involucrarse en actividades más físicas (Beckwith, 1986) tales como jugar con ellos en el piso, aventarlos en el aíre, luchar, hacerles cosquillas y corretearlos; mientras que las madres por su parte optan por juegos menos energéticos tales como jugar a la comidita.
En otro libro, esta vez publicado en el 2009, Fergus P. Hughes se afirma que las mujeres son más dadas a tener actividades verbales con los niños, como cantar y rimar; mientras que los padres suelen utilizar los juguetes en formas novedosas y tienen patrones de juego menos predecibles lo cual puede favorecer la capacidad cognitiva de los niños.
Además, los padres suelen promover el que los niños realicen actividades físicas más arriesgadas. En un estudio publicado en el 2007, se les presentó a los papás y las mamás de 34 niños, una rampa ajustable en su inclinación para que ellos dijeran cual era el ángulo que ellos permitirían que sus hijos escalaran y se encontró que 41 % de los padres pusieron un ángulo mayor de lo que en realidad los niños pudieron llegar a trepar, comparado con solo el 14% de las mamás que hicieron lo mismo (Ishak y cols., 2007).
Con todos estos datos, la opinión de varios investigadores, es que el papel de los padres parece ser entonces el de que aquel que abre a los niños a nuevas experiencias que lo van a ayudar en el futuro.
Esto no quiere decir que todas las culturas esta división sea idéntica; los Aka, una sociedad de recolectores y cazadores de África central, los hombres pasan menos tiempo jugando con sus hijos en comparación de como lo hacen los hombres de otras culturas. Probablemente esto se deba a que las normas culturales establecen en unos lugares que los hombres se sientan más cómodos jugando con un cambión que dándole de comer

También influyen en el lenguaje
Además de que los padres preparan a los niños emocionalmente, también influyen en ellos en sus capacidades cognitivas. En lo referente a sus habilidades verbales, hay un estudio del 2006 (Pancsofar y Vernon-Feagans, 2006) que muestra que, aunque los padres utilizan menos palabras y hacen menos turnos de conversación que las mamás, aun así, es el uso del habla del padre el que predice el desarrollo del lenguaje del niño en los primeros años de vida.
La influencia del padre parece derivar de la manera diferente en que ellos hablan a sus hijos. Así lo demostraron Pancsofar y Vernon-Feagans (2010) en un estudio en el que se descubrió que los padres usan palabras y tocan temas menos usuales que las mamás. Se especula que las mamás les hablan a los niños de acuerdo a su percepción de las habilidades lingüísticas de sus hijos, mientras que los padres, como son menos sensitivos a las capacidades de los chamacos, entonces les hablan en un nivel más sofisticado impulsando en ellos un desarrollo.
Otras investigaciones abundan en este sentido. En el 2004 (Pan y cols., 2004) se mostró que los padres les hacían preguntas a sus hijos en términos de “quien”, “que”, “donde” y “como” e hicieron más peticiones de aclaración de lo que hicieron las madres; y como consecuencia de ello los niños usaron un vocabulario más amplio e hicieron uso de frases más largas que las que usaban con sus madres. En el 2002 se encontró que también la complejidad sintáctica del habla del niño correlacionaba con la complejidad gramatical del habla de los padres (Huttenlocher y cols, 2002).
Con todos estos datos nos podremos dar cuenta que la ausencia de un padre debe tener consecuencias en el desarrollo de los hijos. Por ejemplo, cuando los padres están deprimidos les leen a sus hijos menos cuentos a sus hijos que aquellos padres que no lo están; cosa que no pasa con la madres, ellas siempre les leen a sus hijos; pero a menos lectura de los padres, menores puntuaciones tienen los hijos en pruebas de vocabulario (Paulson y cols., 2009).
Hay otras investigaciones que sostienen que la presencia del padre ayuda a que los hijos sean más sociables, autocontrolados y con más confianza; además de que hace que las madres se sientan más satisfechas con su matrimonio, están menos estresadas y que tengan una opinión más positiva de sus hijos.  
Pero no todas las mamás son así; hay algunas que son tan ansiosas sobre la manera en que sus hijos son criados que se sienten con la obligación de bloquear todas las intervenciones de los padres. Quienes más suelen actuar así son las mujeres deprimidas (Gaunt, 2008). Siendo la clara consecuencia de esto que los padres se involucren menos en la crianza de los niños (Schoppe-Sullivan y cols., 2008).
Todos estos estudios nos hablan de la importancia de los papás en la vida de sus hijos. Los hombres tenemos un papel que jugar en la dinámica familiar, una influencia saludable sobre la salud de nuestros hijos y juntos con las mujeres tenemos un rol que parecer equilibrarse entre los cuidados de ellas y la promoción de conductas más excitantes, arriesgadas y retadoras en los niños. A ver si con esto dejamos de ser vistos como el hazmerreir de las familias.

Bibliografía

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Ishak, S., Tamis-LeMonda, C. S., & Adolph, K. E. (2007). Ensuring safety and providing challenge: Mothers' and fathers' expectations and choices about infant locomotion. Parenting: Science and Practice, 7 (1), 57-68.

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Pancsofar N, Vernon-Feagans L; The Family Life Project Investigators. Fathers' Early Contributions to Children's Language Development in Families from Low-income Rural Communities. Early Child Res Q. 2010 Oct 1;25(4):450-463

Pan BA, Rowe ML, Spier E, Tamis-LeMonda C. Measuring productive vocabulary of toddlers in low-income families: concurrent and predictive validity of three sources of data. J Child Lang. 2004 Aug;31(3):587-608

Huttenlocher J, Vasilyeva M, Cymerman E, Levine S. Language input and child syntax. Cogn Psychol. 2002 Nov;45(3):337-74

Paulson JF, Keefe HA, Leiferman JA. Early parental depression and child language development. J Child Psychol Psychiatry. 2009 Mar;50(3):254-62

Gaunt, R. (2008). Maternal gatekeeping: Antecedents and consequences. Journal of Family Issues, 29(3), 373-395

Schoppe-Sullivan SJ, Brown GL, Cannon EA, Mangelsdorf SC, Sokolowski MS. Maternal gatekeeping, coparenting quality, and fathering behavior in families with infants. J Fam Psychol. 2008 Jun;22(3):389-98

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