LECTURAS DE LA
MENTE
Por Juan Gerardo
Martínez Borrayo
Departamento de
Neurociencias
Universidad de
Guadalajara
El efecto inverso de los elogios
Ser listo es bueno; pero saberse listo y ser reconocido como tal a
veces no es tan bueno. Los padres y los maestros creen que elogiar la
inteligencia de los niños es la mejor manera de aumentar su autoestima y con
ello solucionar cualquier problema que se le va a presentar en el futuro al
niño.
La suposición es que si un niño cree que es listo no se sentirá intimidado
por los retos académicos. Se cree que el elogio constante es un ángel sobre sus
hombros que le va a dar seguridad para que no crea que tiene menos talento del
que realmente tiene.
Pero una creciente cantidad de investigaciones sugieren claramente que
las cosas son al revés. Poner a los niños la etiqueta de “listos” podría ser la
causa de un bajo rendimiento. Se ha ido documentando que un gran porcentaje de
alumnos que puntúan en lo más alto de las pruebas de aptitud, subestiman sus
propias habilidades, esperan menos de sí mismo, menosprecian la importancia del
esfuerzo y sobrestiman la ayuda que necesitan de sus padres.
El
esfuerzo es la clave
En un anterior artículo que escribí para esta columna llamado “El genio
no nace, se hace” había abordado ya la teoría de Carol Dweck sobre la
concepción que tienen las personas sobre la inteligencia y su impacto en el
desempeño académico.
Si a los niños se les elogia por su inteligencia y no por su esfuerzo
resulta que tienden a elegir problemas fáciles de resolver, se acobardan ante
los problemas difíciles, evitan los riesgos de sentirse avergonzados. Lo que
aprenden con los elogios constantes es que si las personas son listas no
necesitan esforzarse, porque si tienen dones naturales no debería ser ningún
difícil resolver bien los problemas.
Este patrón de pensamiento se ha descubierto en los estudiantes de
todas las clases sociales, tanto en niños como en niñas, aunque parece ser que
afecta especialmente a las niñas puesto que son las que más se desploman
después del fracaso. Es más, ni siquiera los alumnos de prescolar están inmunes
a este poder inverso del elogio.
Veamos como ejemplo un artículo; se dividió a unos niños en dos grupos,
unos a los que se les elogió la inteligencia y a otros a los que se elogió el
esfuerzo; posteriormente se les puso dos tipos de rompecabezas, uno fácil y
otro difícil y 90% de los elogiados por el esfuerzo escogieron el difícil
mientras que los elogiados por la inteligencia escogieron el fácil; después a
todos les pusieron a resolver el rompecabezas difícil, tanto que ninguno de los
niños lo pudieron resolver, pero vieron que los niños elogiados por la
inteligencia estaban tensos mientras que los elogiados por el esfuerzo pensaban
solamente que no se habían concentrado lo suficiente. Por último, les volvieron
a dar el rompecabezas fácil y vieron que los elogiados por el esfuerzo
mejoraban su puntuación de manera significativa (Mueller y Dweck, 1998).
El mito
de la autoestima
Una buena parte de este problema de los elogios proviene del concepto
de autoestima el cual ha permeado de manera importante en la sociedad mucho de
lo cual se debe al libro de Nathaniel Branden “La psicología de la autoestima”
publicado originalmente en 1969 (Branden, 2001). A partir de entonces se ha
creído que la autoestima es la faceta más importante en la vida de una persona
y que quien la tenga alta lo conseguiría todo, desde reducir la dependencia de
los subsidios hasta bajar el número de embarazos en chicas adolescentes.
Desde 1970 hasta el 2000 se han publicado más de 15 mil artículos de la
autoestima y su relación con todo, desde el sexo hasta éxito profesional. Pero
como el resultado de estos estudios había sido poco concluyente, la Asociación
para la Ciencia Psicológica le encargó en el 2003 a Roy Baumeister, en ese
entonces uno de los principales defensores de la autoestima, que revisara
dichos escritos.
Su conclusión es que la mayoría de los estudios estaban mal hechos: se
le pedía a la gente que puntuara su autoestima y que después evaluaran su
propia inteligencia, su éxito profesional, sus habilidades relacionales, etc.
Estos informes basados en los reportes de las propias personas eran muy poco
fiables, pues la gente con autoestima alta suele inflar sus habilidades.
Solo encontró 200 estudios que valían la pena y de esos no encontró
absolutamente nada: no mejoraba calificaciones, ni logros profesionales, ni el
consumo del alcohol, ni la violencia (Baumeister y cols., 2003).
Más recientemente Baumeister publicó un estudio en el que muestra que
para los alumnos universitarios que están a punto de fracasar, las alabanzas
destinadas a generar una elevada autoestima hacen que las calificaciones se
hundan más todavía (Baumeister y cols., 2005).
Como
hacer un elogio
El elogio en sí mismo vale la pena cuando se cumplen ciertas
condiciones, veamos cuales son estas.
En primer lugar está el contenido del elogio; en una investigación de
la Universidad de Notre Dame, elogiaron al equipo de jockey cuando iban perdiendo,
pero se les elogió específicamente el número de veces que habían contenido a un
contendiente, después de lo cual su desempeño mejoró considerablemente (Anderson
y cols., 1988).
La siguiente condición es la sinceridad. En general las personas somos
muy buenos detectando la verdadera intensión de las palabras que se nos dicen;
y los niños aprenden pronto a identificar qué es lo que se les quiere decir con
un elogio; después de los siete años de edad los niños no se creen los elogios
así nada más, sospechan que en realidad se está dando una señal de falta de
habilidad y de que se cree que uno necesita de que se le anime.
El psicólogo Wulf-Uwe Meyer es pionero en este campo y realizó
investigaciones donde los niños observaban a otros estudiantes a recibir
alabanzas y descubrió que a los 12 años de edad sabían que los elogios se los
daban a los que se habían quedado atrás; y descubrió que los adolescentes creen
que en realidad se trata más de una crítica (Wulf-Uwe Meyer y cols., 2004).
Por último, los elogios tienen que basarse en algo real. Todo esto es
un asunto de credibilidad, no se deben dar elogios vacíos; tienen que venir de
una habilidad o talento que el sujeto realmente posea. Si un niño escucha
elogios inmerecidos los va a descartar por no ser sinceros.
Enfocarse
en lo negativo
Dejar los fracasos de lado y enfocarse solo en lo positivo no es
natural. También se debe ver el lado oscuro de nuestras actuaciones. Así lo
hizo Florrie Ng quien reprodujo el paradigma de Dweck con niños chinos y
gringos.
A ambos grupos de niños les aplicó una prueba muy difícil para su edad;
la prueba la dividió en dos partes y al
término de la primera mitad les dio un descanso y a las madres se les permitió
que entraran en el aula para hablar con sus hijos; pero antes se les contó una
mentira y se les dijo que la puntuación que habían obtenido hasta ese momento
sus hijos estaba por debajo de la media.
Cuando entraron las mamás al salón se les estaba grabando para ver como
interactuaban con sus hijos. Las mamás de los EEUU evitaron hablar sobre el
tema de la prueba, se mantuvieron animadas y positivas con sus hijos, hablando
de otras cosas como lo que iban a cenar; pero nunca hablaron de la prueba. En cambio,
las mamás chinas se la pasaron hablando de la prueba, diciéndoles que a lo
mejor no se había concentrado lo suficiente o se pusieron a repasar la prueba.
Después del descanso, las puntuaciones de los niños chinos en la
segunda parte de la prueba aumentaron el doble que la de los niños
estadounidenses. Aunque las palabras de las mamás chinas fueron firmes, les
sonrieron y abrazaron a sus hijos tanto como las otras mamás (Ng y cols, 2007).
Así pues, el exceso de elogios distorsiona la motivación, hace que se
pierda el disfrute intrínseco de la acción; hace que las personas abandonen las
tareas; en las escuelas provoca que los niños sean más bien competitivos y
estén interesados más en derrotar a los demás y, por lo tanto, están más
dispuestos a hacer trampas. Los maestros deberían tener en mente que ellos no
están para que los niños se sientan
mejor, sino para que hagan mejor las
cosas.
Bibliografía
Mueller, C. M. & Dweck, C. S. (1998). Intelligence praise can undermine motivation and performance.
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Branden, J. La psicología de la autoestima. Ed. Paidós, 2001
Roy F. Baumeister, Jennifer D. Campbell,
Joachim I. Krueger, and Kathleen D. Vohs. Does High Self-Esteem Cause Better
Performance, Interpersonal Success, Happiness, or Healthier Lifestyles? Journal
of Applied Psychology, Volume 4, Number 1 · May 2003
Roy F. Baumeister, Jennifer D. Campbell,
Joachim I. Krueger and Kathleen D. Vohs. Exploding the Self-Esteem Myth,
Scientific American, Vol. 292, pp. 84-92 (2005)
Anderson, D. Chris; Crowell, Charles R.; Doman,
Mark; Howard, George S. Performance posting, goal setting, and
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Applied Psychology, Vol 73(1), Feb 1988, 87-95
WULF-UWE MEYER, RAINER REISENZEIN, OLIVER
DICKHÄUSER. Inferring ability from blame: effects of effort- versus
liking-oriented cognitive schemata. Psychology Science, Volume 46, 2004 (2), p.
281-293
Ng, Florrie Fei-Yin; Pomerantz, Eva M.; Lam,
Shui-fong. European American and Chinese parents' responses to children's
success and failure: Implications for children's responses. Developmental
Psychology, Vol 43(5), Sep 2007, 1239-1255
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