lunes, 13 de agosto de 2012

EL PODER INVERSO DEL ELOGIO


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

El efecto inverso de los elogios

Ser listo es bueno; pero saberse listo y ser reconocido como tal a veces no es tan bueno. Los padres y los maestros creen que elogiar la inteligencia de los niños es la mejor manera de aumentar su autoestima y con ello solucionar cualquier problema que se le va a presentar en el futuro al niño.
La suposición es que si un niño cree que es listo no se sentirá intimidado por los retos académicos. Se cree que el elogio constante es un ángel sobre sus hombros que le va a dar seguridad para que no crea que tiene menos talento del que realmente tiene.
Pero una creciente cantidad de investigaciones sugieren claramente que las cosas son al revés. Poner a los niños la etiqueta de “listos” podría ser la causa de un bajo rendimiento. Se ha ido documentando que un gran porcentaje de alumnos que puntúan en lo más alto de las pruebas de aptitud, subestiman sus propias habilidades, esperan menos de sí mismo, menosprecian la importancia del esfuerzo y sobrestiman la ayuda que necesitan de sus padres.

El esfuerzo es la clave
En un anterior artículo que escribí para esta columna llamado “El genio no nace, se hace” había abordado ya la teoría de Carol Dweck sobre la concepción que tienen las personas sobre la inteligencia y su impacto en el desempeño académico.
Si a los niños se les elogia por su inteligencia y no por su esfuerzo resulta que tienden a elegir problemas fáciles de resolver, se acobardan ante los problemas difíciles, evitan los riesgos de sentirse avergonzados. Lo que aprenden con los elogios constantes es que si las personas son listas no necesitan esforzarse, porque si tienen dones naturales no debería ser ningún difícil resolver bien los problemas.
Este patrón de pensamiento se ha descubierto en los estudiantes de todas las clases sociales, tanto en niños como en niñas, aunque parece ser que afecta especialmente a las niñas puesto que son las que más se desploman después del fracaso. Es más, ni siquiera los alumnos de prescolar están inmunes a este poder inverso del elogio.
Veamos como ejemplo un artículo; se dividió a unos niños en dos grupos, unos a los que se les elogió la inteligencia y a otros a los que se elogió el esfuerzo; posteriormente se les puso dos tipos de rompecabezas, uno fácil y otro difícil y 90% de los elogiados por el esfuerzo escogieron el difícil mientras que los elogiados por la inteligencia escogieron el fácil; después a todos les pusieron a resolver el rompecabezas difícil, tanto que ninguno de los niños lo pudieron resolver, pero vieron que los niños elogiados por la inteligencia estaban tensos mientras que los elogiados por el esfuerzo pensaban solamente que no se habían concentrado lo suficiente. Por último, les volvieron a dar el rompecabezas fácil y vieron que los elogiados por el esfuerzo mejoraban su puntuación de manera significativa (Mueller y Dweck, 1998).

El mito de la autoestima
Una buena parte de este problema de los elogios proviene del concepto de autoestima el cual ha permeado de manera importante en la sociedad mucho de lo cual se debe al libro de Nathaniel Branden “La psicología de la autoestima” publicado originalmente en 1969 (Branden, 2001). A partir de entonces se ha creído que la autoestima es la faceta más importante en la vida de una persona y que quien la tenga alta lo conseguiría todo, desde reducir la dependencia de los subsidios hasta bajar el número de embarazos en chicas adolescentes.
Desde 1970 hasta el 2000 se han publicado más de 15 mil artículos de la autoestima y su relación con todo, desde el sexo hasta éxito profesional. Pero como el resultado de estos estudios había sido poco concluyente, la Asociación para la Ciencia Psicológica le encargó en el 2003 a Roy Baumeister, en ese entonces uno de los principales defensores de la autoestima, que revisara dichos escritos.
Su conclusión es que la mayoría de los estudios estaban mal hechos: se le pedía a la gente que puntuara su autoestima y que después evaluaran su propia inteligencia, su éxito profesional, sus habilidades relacionales, etc. Estos informes basados en los reportes de las propias personas eran muy poco fiables, pues la gente con autoestima alta suele inflar sus habilidades.
Solo encontró 200 estudios que valían la pena y de esos no encontró absolutamente nada: no mejoraba calificaciones, ni logros profesionales, ni el consumo del alcohol, ni la violencia (Baumeister y cols., 2003).
Más recientemente Baumeister publicó un estudio en el que muestra que para los alumnos universitarios que están a punto de fracasar, las alabanzas destinadas a generar una elevada autoestima hacen que las calificaciones se hundan más todavía (Baumeister y cols., 2005).

Como hacer un elogio
El elogio en sí mismo vale la pena cuando se cumplen ciertas condiciones, veamos cuales son estas.
En primer lugar está el contenido del elogio; en una investigación de la Universidad de Notre Dame, elogiaron al equipo de jockey cuando iban perdiendo, pero se les elogió específicamente el número de veces que habían contenido a un contendiente, después de lo cual su desempeño mejoró considerablemente (Anderson y cols., 1988).
La siguiente condición es la sinceridad. En general las personas somos muy buenos detectando la verdadera intensión de las palabras que se nos dicen; y los niños aprenden pronto a identificar qué es lo que se les quiere decir con un elogio; después de los siete años de edad los niños no se creen los elogios así nada más, sospechan que en realidad se está dando una señal de falta de habilidad y de que se cree que uno necesita de que se le anime.
El psicólogo Wulf-Uwe Meyer es pionero en este campo y realizó investigaciones donde los niños observaban a otros estudiantes a recibir alabanzas y descubrió que a los 12 años de edad sabían que los elogios se los daban a los que se habían quedado atrás; y descubrió que los adolescentes creen que en realidad se trata más de una crítica (Wulf-Uwe Meyer y cols., 2004).
Por último, los elogios tienen que basarse en algo real. Todo esto es un asunto de credibilidad, no se deben dar elogios vacíos; tienen que venir de una habilidad o talento que el sujeto realmente posea. Si un niño escucha elogios inmerecidos los va a descartar por no ser sinceros.

Enfocarse en lo negativo
Dejar los fracasos de lado y enfocarse solo en lo positivo no es natural. También se debe ver el lado oscuro de nuestras actuaciones. Así lo hizo Florrie Ng quien reprodujo el paradigma de Dweck con niños chinos y gringos.
A ambos grupos de niños les aplicó una prueba muy difícil para su edad; la prueba  la dividió en dos partes y al término de la primera mitad les dio un descanso y a las madres se les permitió que entraran en el aula para hablar con sus hijos; pero antes se les contó una mentira y se les dijo que la puntuación que habían obtenido hasta ese momento sus hijos estaba por debajo de la media.
Cuando entraron las mamás al salón se les estaba grabando para ver como interactuaban con sus hijos. Las mamás de los EEUU evitaron hablar sobre el tema de la prueba, se mantuvieron animadas y positivas con sus hijos, hablando de otras cosas como lo que iban a cenar; pero nunca hablaron de la prueba. En cambio, las mamás chinas se la pasaron hablando de la prueba, diciéndoles que a lo mejor no se había concentrado lo suficiente o se pusieron a repasar la prueba.
Después del descanso, las puntuaciones de los niños chinos en la segunda parte de la prueba aumentaron el doble que la de los niños estadounidenses. Aunque las palabras de las mamás chinas fueron firmes, les sonrieron y abrazaron a sus hijos tanto como las otras mamás (Ng y cols, 2007).
Así pues, el exceso de elogios distorsiona la motivación, hace que se pierda el disfrute intrínseco de la acción; hace que las personas abandonen las tareas; en las escuelas provoca que los niños sean más bien competitivos y estén interesados más en derrotar a los demás y, por lo tanto, están más dispuestos a hacer trampas. Los maestros deberían tener en mente que ellos no están para que los niños se sientan mejor, sino para que hagan mejor las cosas.

Bibliografía

Mueller, C. M. & Dweck, C. S. (1998). Intelligence praise can undermine motivation and performance. Journal of Personality and Social Psychology, 75, 33-52.

Branden, J. La psicología de la autoestima. Ed. Paidós, 2001

Roy F. Baumeister, Jennifer D. Campbell, Joachim I. Krueger, and Kathleen D. Vohs. Does High Self-Esteem Cause Better Performance, Interpersonal Success, Happiness, or Healthier Lifestyles? Journal of Applied Psychology, Volume 4, Number 1 · May 2003


Roy F. Baumeister, Jennifer D. Campbell, Joachim I. Krueger and Kathleen D. Vohs. Exploding the Self-Esteem Myth, Scientific American, Vol. 292, pp. 84-92 (2005)

Anderson, D. Chris; Crowell, Charles R.; Doman, Mark; Howard, George S. Performance posting, goal setting, and activity-contingent praise as applied to a university hockey team. Journal of Applied Psychology, Vol 73(1), Feb 1988, 87-95

WULF-UWE MEYER, RAINER REISENZEIN, OLIVER DICKHÄUSER. Inferring ability from blame: effects of effort- versus liking-oriented cognitive schemata. Psychology Science, Volume 46, 2004 (2), p. 281-293

Ng, Florrie Fei-Yin; Pomerantz, Eva M.; Lam, Shui-fong. European American and Chinese parents' responses to children's success and failure: Implications for children's responses. Developmental Psychology, Vol 43(5), Sep 2007, 1239-1255

Comentarios y sugerencias favor de dirigirlos a la redacción de EL OCCIDENTAL, a la siguiente cuenta de correo electrónico: jugemab1@yahoo.com.mx o en http://www.myspace.com/juangerardomartinez, en Facebook, blogger “lecturas de la mente” y twitter @JGerardoMartnez

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