miércoles, 23 de mayo de 2012

Las ventajas del deseo


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Las ventajas del deseo

Leía alguna vez que Freud se regocijaba diciendo que a lo largo de la historia se le habían propinado tres grandes golpes al ego de la humanidad. El primero fue cuando Copérnico descubrió que la tierra no era el centro del universo (y que por lo tanto los humanos no éramos el centro de la creación). El segundo fue cuando Darwin descubrió el mecanismo de la selección natural (demostrando que no éramos producto de un designio divino). Y el tercer golpe lo había dado él, al descubrir que no éramos los seres racionales que tanto pregonábamos.
En la actualidad, se han ido descubriendo que nuestra irracionalidad va más allá, o es diferente de la que propuso Freud. Que nos manejamos con sesgos cognitivos que impactan dura y directamente nuestra vida cotidiana. A continuación me permito resumir un poco de un libro de más o menos reciente aparición llamado “Las ventajas del deseo” (originalmente en inglés “the upside of irrationality”) de Daniel Ariely.

Pagas más por menos
Hace mucho tiempo dos investigadores llamados Yerkes y Dodson, descubrieron algo impactante con unas pobres ratas: si se les daban unos estímulos eléctricos pequeños reaccionaban de manera leve (lo cual nos parece lógico); si el estímulo era medianamente fuerte las ratas mejoraban su desempeño y actuaban más rápido (otra vez nos parece que así es como deberían de ser las cosas). Pero si los estímulos son muy fuertes, las ratas ¡no se movían! No hacían nada. Todo el mundo esperaba que a más fuerte el estímulo más motivación tendrían las ratas para reaccionar, pero no fue así.
Lo que descubrieron es que los incentivos ayudan cuando la motivación es baja. Pero a medida que la motivación se incrementa los incentivos fracasan. Incluso, se ha ido demostrando que a partir de cierto nivel, la presión de la motivación puede ser tan elevada que distrae de la tarea.
Esto tiene que ver directamente con el salario que se nos paga a todos los que trabajamos para alguien más. Lo curioso es que se cree que a mayor salario debe incentivarse un mejor desempeño. Pero las cosas no son así.
En los Estados Unidos, se paga salarios muy altos a los ejecutivos de alto nivel (sobre todo en el sector financiero). Se supone que lo hacen por dos razones: que se aumenta su productividad y porque esto constituye una motivación para que otros se esfuercen para que les paguen igual algún día. La objeción obvia que se puede hacer a esta segunda opción es ¿y porque no de una vez les aumentamos los días de vacaciones que tienen o se les obliga a pasar mucho tiempo con sus amigos? Igual sería una motivación para que otros se esforzaran por llegar a tener su empleo. ¿Por qué solo se les aumenta el salario?
La otra razón genera una siguiente pregunta ¿ofrecer salarios altos eleva el rendimiento? La respuesta parece ser que no. En su libro Ariely nos describe un experimento en donde a sus participantes los ponen a realizar una serie de actividades. Se les pusieron en tres niveles de pago, uno bajo, uno medio y otro altísimo (cabe aclarar que el experimento lo corrieron en la India de tal manera que lo que para un trabajador pobre de la India era una enorme cantidad de dinero, para los investigadores gringos era una cantidad menor). Sus resultados fueron que a quienes se les pagó poco o se le pagó moderadamente no hubo una diferencia significativa entre ellos. Lo hicieron simplemente bien. Pero, y esto es lo interesante, a quienes se les dio un nivel de bonificación muy alto ¡su rendimiento era menor que los otros dos grupos!
Su conclusión fue que cuando los incentivos son desmesurados se corre el problema de deteriorar el desempeño laboral. Completamente lo contrario de lo que se hace en todos los trabajos.

Salarios, cognición y estrés
Una conclusión así de contraintuitiva requería de más experimentos para aclarar más las cosas. Una de las primeras objeciones que se les ocurrió fue preguntarse ellos mismos ¿habrá una diferencia entre trabajos que requieren de habilidades mecánicas y cognitivas? Para contestar esa interrogante realizaron un experimento basado en el anteriormente descrito. Pero en este caso les pusieron dos tipos de actividades, unas eran mecánicas (por ejemplo, teclear unas letras en una computadora) o bien cognitivas (resolver problemas matemáticos). Los incentivos se dividieron esta vez solo entre bajos y muy altos. Lo que encontraron fue que los incentivos altos solo servían en la tarea mecánica. Pero en la tarea cognitiva los deterioró. Es decir, pagar primas elevadas es contraproducente en trabajos que requieran cerebro.
Otra de las preguntas que ellos se hicieron fue ¿habrá personas especiales que trabajen en puestos que manejen bien el estrés generado tanto por su trabajo como por las enormes bonificaciones que reciben? El mejor ejemplo de ese tipo de trabajos lo encontraron en los jugadores de baloncesto. En la NBA hay unos jugadores a los que se les conoce como “clutch players” que son aquellos que definen los partidos a favor de su equipo (por ejemplo, Michael Jordan y su famoso tiro en contra del Jazz de Utah en la final de 1998).
Lo que hicieron Ariely y sus colaboradores fue comparar los cinco minutos finales del primer tiempo contra los cinco minutos finales del partido. Y lo que encontraron ha sido motivo de muchos disgustos por parte de los entrenadores, jugadores, aficionados y dueños de los equipos: ¡meten la misma cantidad de puntos! O más bien dicho, su porcentaje de puntos no sube, simplemente lanzan más veces la pelota a la canasta, a pesar de la marca.
Su conclusión era la siguiente. Dado que es mucho más difícil ser un jugador de la NBA que ser un alto ejecutivo; y si los jugadores de la NBA no parecen manejar bien mejor la presión que cualquiera de nosotros; entonces los ejecutivos de empresas, negocios o instituciones públicas o financieras no deberían de recibir salarios demasiado altos. La eficacia de los modelos de remuneración no esta bien demostrada.

¿cómo ofrecer los salarios?
De hecho, es difícil crear la óptima estructura de incentivos, porque, como hemos visto, los incentivos más elevados no siempre conducen a un mayor rendimiento; incluso es muy improbable que un mayor salario mejore cosas como la creatividad y la eficacia, tal y como aseveran los directores de las grandes empresas que ganan enormes cantidades de dinero. Si no lo creen así, pregúntense ¿un cirujano mejorarían sustancialmente sus habilidades si se le pagara una enorme cantidad de dinero? No
Los planes salariales se supone que están diseñados para atraer y motivar a las personas, pero se pueden manejar varias opciones, como utilizar primas básicas, pagar suelos base correctos que no necesiten de incentivos o bien usar un promedio temporal para asignar incentivos, es decir que por cada cierta cantidad de tiempo trabajada se vayan ganando una prima, pero que se les de no mes por mes, sino anual donde se promedien la cantidad de bienes producidos en cada mes y se les asigna la compensación por todo ese tiempo.
Como trabajador, el trabajo ideal es uno que Mihály Csíkszentmihályi describe como fluir: un estado de concentración o absorción total en la actividad que se está desempeñando de tal manera que se genera una sensación de felicidad. Es decir, que te paguen por hacer las cosas que te gusten.  

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lunes, 14 de mayo de 2012

EL MITO DEL VOTANTE RACIONAL

LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

El mito del votante racional
Corría el año de 1767, cuando el rey de España Carlos III, decretó la expulsión de los jesuitas de todos sus territorios, incluida la Nueva España, la cual estaba entonces gobernada por el virrey Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, quien publicó una proclama en la cual advertía a los vasallos que deberían de aceptar las leyes del rey “Pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.
La democracia presupone precisamente lo contrario: que nacimos para discutir y opinar en los altos asuntos del gobierno. Pero ¿y que tal si tenemos creencias que están mal con respecto a temas de relevancia política y económica? Esto es lo que preocupó a Bryan Caplan, un economista de los Estados Unidos que escribió un libro llamado “El mito del votante racional” que es el que me permito resumir aquí.
En ese libro divide en cuatro categorías los errores de los electores gringos: Los prejuicios contra el mercado, los cuales tienen su raíz en pensar que los asuntos de comercio y beneficio son juegos de suma cero en los que el beneficio de una persona es la pérdida de otra. No han aprendido que el libre intercambio es una situación en la que ganan ambas partes y que en un mercado libre los beneficios llegan con la innovación en la reducción de costos.
Los prejuicios contra los extranjeros, vestigio quizá del hombre primitivo, consisten en desconfiar "de ellos", incluso cuando nuestra prosperidad se incrementa en función de lo global que es la división del trabajo. Los extranjeros no quieren invadirnos; quieren vendernos cosas útiles.
Los prejuicios a favor del trabajo son la creencia de que lo que nos hace ricos son los empleos, en lugar de los bienes, y que por lo tanto cualquier cosa que elimine puestos de trabajo es mala. Si eso fuera realmente cierto, podríamos prosperar ilegalizando todos los inventos creados después de 1920. ¡Piense en todos los puestos de trabajo que crearía!
Finalmente, los prejuicios pesimistas son la opinión de que cualquier problema económico es prueba de un declive más general. ¡Hay muchas personas que realmente se creen que somos más pobres de lo que lo eran nuestros abuelos!
Permítanme explicar un poco más a detalle dos de estos sesgos que creo nos quedan más a los mexicanos. El del trabajo y el del pesimismo.

Sesgo a favor de la creación de empleos
Se cree que generar empleos es la esencia del crecimiento económico, cuando podría plantearse las cosas completamente al revés: la destrucción de empleos como la esencia del crecimiento. La idea es que es la productividad y no el empleo lo que hace crecer a los países.
Si se les pregunta directamente a las personas si es mejor poca productividad contra mucha productividad, pocas personas estarían a favor de la primera opción. Pero si se les pregunta sobre la creación de empleos las cosas cambian. El problema es que los solo generar trabajo es malo porque no aumenta la cantidad de bienes que se producen. Entonces, si tenemos mucha gente produciendo lo que poca gente podría producir, no se crea riqueza sino pobreza.
El ejemplo clásico es la revolución industrial. Cuando aparecieron máquinas que podían hacer el trabajo de muchos empleados, estos comenzaron a destruirlas por temor a perder su trabajo. Pero a la larga, las máquinas aumentaron la productividad y se generó más riqueza y más trabajos.
El problema es que como individuos, para prosperar, solo se necesita tener un trabajo. Pero como sociedad, para que haya prosperidad, se requiere de los individuos generen su trabajo, creando bienes y servicios que otros necesitan.
Para progresar, lo que se requiere es incrementar la proporción en que un esfuerzo da un resultado. Frédéric Bastiat, un economista francés, decía un poco en broma, que el arquetipo de esta forma de trabajo es Dios: Él sin esfuerzo alguno puede lograr resultados infinitos.
Veamos un ejemplo, en 1800 95 de cada 100 gringos eran necesarios para alimentar a los EEUU; para 1900 esa proporción se redujo al 40%; en la actualidad se necesita solo el 3 %.
Esta idea es dura, razón por la cual es impopular. Es cierto que los momentos de transición son difíciles, pero requieren adaptación por parte de las personas. Recuerdo una anécdota que me contó mi hermano que trabajó en un banco cuando estos comenzaron a fusionarse entre ellos. Uno de los empleados más viejos no pudo adaptarse a usar computadora y decidió renunciar antes que aprender a usarlas.
Claro que no todos están de acuerdo con esta visión. La Organización Internacional del Trabajo, propone todo lo contrario, que la generación de empleos ocupe un lugar importante en las políticas económicas y sociales de los países. Esta organización creo un documento llamado Programa Global de Empleo en donde expone su visión.  

Prejuicios pesimistas
En general, todas las personas tienden a pensar que las condiciones económicas no son tan buenas como en realidad son. Siempre se dice que las cosas van de mal a peor. Es una tendencia a sobre-estimar la severidad de los problemas económicos.
Caplan hace la siguiente analogía. Supóngase que se lleva a un médico pesimista un paciente que tiene 102 grados (Fahrenheit); el galeno puede decir que tiene una “fiebre peligrosa”, pero también exagerar que al paciente solo le van a quedar dos semanas de vida.
El pesimismo sobre la economía tiene la misma estructura. Se puede ser pesimista sobre los síntomas de problemas en la economía o sobre toda la economía. Su sugerencia es que deberíamos de tomar distancia y ver el progreso utilizando periodos de tiempo lo suficientemente grandes.
Me voy a permitir dar solo unos datos del libro “Optimismo racional” de Matt Ridley. Desde 1800, la población mundial se ha multiplicado por seis y, sin embargo, la esperanza de vida es más del doble y el ingreso real se ha incrementado más de nueve veces. Tomando una perspectiva más corta, en 2005, comparado con 1955, el ser humano promedio del planeta Tierra ganaba casi tres veces más dinero (corregido por la inflación), comía un tercio más de calorías de comida, enterraba un tercio menos de hijos y podía esperar vivir un tercio más de vida.
Como muestra de que las cosas no van tan mal y que, de hecho, van a ir mejor, presento una de las gráficas del libro en la que se observan las previsiones para el Producto Interno Bruto o PIB, el PIB per cápita y la población mundial para los siguientes cien años. Como se puede observar, las cosas pintan bien.

Bibliografía
Caplan, Rryan. The myth of rational voter. Why democracies choose bad policies. Princenton University Press, 2006

Ridley, Matt. El optimista racional. ¿Tiene límites la capacidad de progreso de la raza humana?. Taurus, 2010

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viernes, 11 de mayo de 2012

LA CARGADA


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

La cargada
Dentro del diccionario político mexicano, se define a la cargada como la adhesión en masa a la candidatura del elegido, por medio del dedazo y desde el poder, y que exigía disciplina y apoyo incondicional.

Conformidad con el grupo
La investigación ha mostrado cuales son las bases psicológicas de ese concepto mexicano; todo comentó con las investigaciones de Salomon Asch (1995) quien en la década de los 50 les presentó a sus sujetos unas líneas en una pantalla y les pedía que eligieran cual era de la misma longitud a una que tenían en una tarjeta en sus manos.
Dado que la tarea es bastante fácil, casi nadie le falla si estaba solo, pero si se encontraba dentro de un grupo de sujetos que estaban de acuerdo con el investigador para decir una línea equivocada, entonces uno de cada tres de los sujetos de investigación terminaban eligiendo también la línea equivocada.
Este resultado es universal, se ha repetido el experimento en multitud de países y se llega más o menos al mismo resultado (Sunstein, 2003): entre el 30 y el 40 % de las personas se dejan influir por el grupo. Lo asombroso es que uno pensaría que saben que eligieron la línea equivocada, pero estudios realizados con resonancia magnética funcional indican que realmente ven las cosas como los demás (Berns y cols., 2005).
Con el tiempo se ha ido viendo que este efecto de tendencia a la conformidad es menor si la respuesta se le pide de manera anónima y aumenta si los grupos son unánimes; llegando al grado de que los sujetos se muestran de acuerdo con el grupo, incluso cuando piensan que los demás están equivocados.
Hay versiones más complejas de este experimento. Hay un efecto perceptual muy curioso conocido como efecto autocinético descubierto por Muzafer Sherif (1937) que consiste en poner a un sujeto en una habitación oscura y colocar un punto de luz delante de el a cierta distancia. La luz está fija pero parece moverse. Si se les preguntaba a los sujetos individualmente nunca coincidían en la distancia, pero Sherif halló un efecto de conformidad si la prueba era realizada en pequeños grupos, sobre todo si había un confidente suyo que hacía sus aseveraciones de manera firme.
Más delante cuando les volvía a preguntar en privado sobre la distancia de la luz, se encontró que los sujetos había internalizado la valoración del grupo.  Inclusive, los juicios se desenvolvieron en “generaciones”, en el sentido de que si al grupo se le introducían nuevos sujetos y se retiraban otros, la valoración persistía.
Otros experimentos han encontrado esta conformidad al grupo en diferentes tipos de juicios (Crutchfield, 1955). Por ejemplo, sobre problemas de un país; se les presentaron 5 opciones, entre ellas las actividades subversivas. Cuando se les pidió en lo individual 12% eligió esta opción, pero si era en un grupo en el que había un aparente consenso, la elegía el 48%.
De igual manera, si se les proponía la siguiente frase “una sociedad puede suspender la libertad de expresión si se siente amenazada”, individualmente la eligió 19%, pero bajo la presión de un grupo se elevó al 58%.

La conformidad cultural
En el ámbito cultural se ha descubierto algo parecido. Matthew Salganik y sus colaboradores (2006) crearon un mercado de música artificial, con grupos y canciones totalmente desconocido, en el que participaron 14,341 sujetos. Se les pidió que escucharan unos cuantos compases de cualquier canción que eligieran y que les otorgaran una calificación. Los dividieron en dos grupos, la mitad en donde eligieron y puntuaron de manera independiente, basándose en su propio juicio. La otra mitad, por su parte, podía ver cuantas veces habían bajado la canción los demás participantes.
Lo que descubrieron es que era muy probable que los sujetos que estaban en el segundo grupo siguieran bajando las canciones más bajadas y era mucho menos probable que descargaran las canciones poco populares. Pero lo más interesante de todo es que el éxito de las canciones era completamente impredecible. Las canciones podían ser un éxito o un fracaso simplemente porque, al principio, otros las habían descargado o no.

La obesidad es contagiosa
La influencia de los grupos no termina ahí. La obesidad es contagiosa; es más probable que tienda al sobre peso si tiene muchos amigos con sobrepeso. Una buena forma de engordar es ir a cenar con otras personas (Wansimk, 2006). En promedio, si se come con una persona se come un 35% más comida, comparado con comer solo; si se come con 4 personas, la cifra aumenta a 75%; y si son siete o más los que comen aumenta a un espantoso 96%.
Se ha observado también que si una persona come regularmente poco, pero está en un grupo de tragones, va a terminar comiendo más. Y pasa también lo contrario; si está un tragón con personas que comen poco, entonces va a comer menos.

Impronta
Hay otros trabajos que han estudiando un funcionamiento un tanto misterioso llamado impronta (priming en inglés) que es una forma de trabajo automático de la cognición. La investigación muestra que sutiles influencias pueden aumentar la facilidad con la que la información llega a la mente y se dispara la acción.
Al parecer, si determinados objetos están situados de forma bien visible, el comportamiento de las personas se ve afectado. Objetos típicos de entorno de oficina, como portafolios y mesas de reunión, hacen que las personas se vuelvan más competitivas, menos generosas y menos cooperativas (Aaron y cols., 2004). Los olores también son importantes: simplemente el olor a líquido limpiador hace que las personas sean más pulcras mientras comen (Holland y cols., 2005).
O pensemos en este: los juicios sobre los desconocidos varían en función de si se está tomando café frío o caliente. Si se toma frío se tiende a ver a los demás como egoístas, poco sociables y, claro esta, fríos, comparados cuando se lo estaban tomando caliente (Bargh, 1997).



En la política
Los partidos políticos, o sus asesores en publicidad, saben todo esto; por eso suelen usar frases como “la mayoría está con …” con la esperanza de que al decirlo, se haga realidad.
La pesadilla de los candidatos es que se llegue a dar la percepción de que los votantes los están abandonando masivamente. Eso ha ocurrido en algunas elecciones de los EEUU, donde unos candidatos comienzan ganado una de las elecciones primarias y de ahí se van en cascada ganando de elección en elección. Es la cargada gringa.
Incluso recurren a triquiñuelas psicológicas. Hay un efecto que se conoce como “efecto de la mera medición” que se refiere al descubrimiento de que cuando a las personas se les pregunta qué piensan hacer, es más probable que actúen de acuerdo con sus respuestas. Este hallazgo se da en muchos contextos. Si se pregunta a alguien si tiene la intensión de consumir ciertos alimentos, seguir una dieta o hacer ejercicio, su respuesta afectará a su conducta (Sherman, 1980).
Se ha visto que si un día antes de las votaciones se le pregunta a una persona si va a votar, se aumenta la posibilidad de que lo haga hasta en un 25% (Greenwald, 1987). Una variante de esta estrategia es que los partidos políticos animen a los electores a que voten por ellos, simplemente preguntándoles si van a votar por ellos. Lo digo esto porque a mi ya me hablaron para responder a una encuesta, pero todas las preguntas estaban amañadas a favor de un candidato. Estaban tratando de inducir la cargada.

Bibliografía

Asch, S. Opinions ans Social Pressure. En Reading about the social animal, ed. Elliott Aronson, 13, Nueva York, W. H. Freeman, 1995

Sunstein, C. R., Why societies need dissent, Cambridge: Harvard University Press, 2003

Berns GS, Chappelow J, Zink CF, Pagnoni G, Martin-Skurski ME, Richards J. Neurobiological correlates of social conformity and independence during mental rotation. Biol Psychiatry. 2005 Aug 1;58(3):245-53.

Sherif, Muzafer, “An experimental approach to the study of attitudes”, Sociometry 1 (1937): 90-98

Crutchfield, Richard S., “Conformity and Character”, American Psychologist 10 (1955): 191-198

Salganik MJ, Dodds PS, Watts DJ. Experimental study of inequality and unpredictability in an artificial cultural market. Science. 2006 Feb 10;311(5762):854-6

Wansink, Brian, Mindless eating: Why eat more than we think, Nueva York: Bantam, 2006

Aaron C. Kayaor, S.Christian Wheelerb, John A. Barghc, Lee Rossa. Material priming: The influence of mundane physical objects on situational construal and competitive behavioral choice. Organizational Behavior and Human Decision Processes.Volume 95, Issue 1, September 2004, Pages 83–96


Holland RW, Hendriks M, Aarts H. Smells like clean spirit. Nonconscious effects of scent on cognition and behavior. Psychol Sci. 2005 Sep;16(9):689-93

Bargh, John, “The automaticity of everyday life”, en Advances in social cognition, vol. 10, The automaticity of everyday life, Ed. Robert Wyer, Jr., 1-61, Mahsah, Nueva Jersey: Lawrence Erlbaum, 1997

Sherman, Steven J., “On the self-erasing nature of errors and prediction”, Journal of personality and social psychology 39 (1980): 211-221

Greenwald, Anthony G.; Carnot, Catherine G.; Beach, Rebecca; Young, Barbara. Increasing voting behavior by asking people if they expect to vote. Journal of Applied Psychology, Vol 72(2), May 1987, 315-318.


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martes, 1 de mayo de 2012

DECISIONES POLÍTICAS


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Decisiones políticas
Recuerdo que alguna vez alguien me decía que si no te querías pelear con otra persona entonces no deberías de hablar de ciertos temas, entre ellos de política. Sin embargo, en estos tiempos electorales, es prácticamente obligado tocar este punto. Para empeorar un poco las cosas, a mi se me hace más difícil hablar de política porque no se exactamente en que parte del espectro político estoy (todavía me digo a mi mismo que soy de izquierda, básicamente porque me interesa más cómo superar las desigualdades que en promover las libertades, sobre todo la económica).
Para hacerme las cosas más simples, no voy a hablar a favor ni en contra de tendencia política alguna, sino de cómo es que la investigación psicológica actual nos arroja luz sobre la toma de decisiones políticas de las personas.

¿Qué es política?
Primero déjenme comenzar con la definición del término principal que vamos a usar: política. De acuerdo a Savater (1992), “la política no es más que el conjunto de las razones para obedecer y de las razones para sublevarse”; los humanos inventamos formas de sociedad diversas, transformamos la sociedad en que hemos nacido y en la que vivieron nuestros padres y hacemos experimentos organizativos nunca antes intentados.
Hacemos política porque somos eminentemente sociales; nos gusta vivir juntos, pero al hacerlo tendemos a tener conflictos; para evitar que la sangre llegue al río, se necesitan personas e instituciones a las que todos obedezcamos y que medien en las disputas, brindando su arbitraje o su coacción para que los individuos enfrentados no se destruyan unos a otros.
Pero la autoridad política tiene otra función; son un puesto de mando que permite dirigir a todos los individuos que estamos en una sociedad para lograr determinadas empresas.
Para evitar los conflictos y para dirigir a los individuos, se han creado leyes e instituciones; esto es lo que significa vivir en una república. Ikram Antaki, una filósofa nacida en Siria, pero que vivió en México, decía (2000) que la república “supone una constitución, unas leyes, y una nación” y que un régimen es republicano si está fundado sobre el derecho y sus ciudadanos son jurídicamente iguales. Los derechos de participación son republicanos, incluidos entre ellos los derechos políticos.

Genética
Uno de los derechos políticos es el de votar y ser votado. Cuando se separa a dos hermanos univitelinos en el momento del parto y luego se les pregunta por sus actitudes políticas, resulta que son muy similares, con un coeficiente de correlación de .62 (en una escala que va de -1 a +1 (Ploming y colaboradores, 1997).
Esto no quiere decir que las actitudes políticas se sinteticen en el ADN, sino porque las preferencias políticas están vinculadas con ciertos temperamentos. Algunas personas introvertidas son más sumisas a la autoridad, pero quienes tienen un rasgo de personalidad conocido como apertura, a ellos les gusta la novedad y por ello votan por políticos que prometen cambiar las cosas.
En un muy reciente artículo (Verhulst y colaboradores, 2012) nos dicen que un rasgo de personalidad conocido como “deseabilidad social” (la tendencia a seguir a otros) está vinculado con las actitudes sociales liberales y el neuroticismo con actitudes económicas liberales, y que estas correlaciones están sustentadas por la genética.

Es difícil convencer
Es probable que nuestras fuertes preferencias políticas (debidas en parte a la genética) nos cieguen. Todos conocemos personas que están muy convencidas de un partido político y a veces nos queremos poner a discutir con ellos para convencerlos de que lo que creen está mal o por lo menos que deberían de moderar sus posiciones; pero la investigación que se ha realizado nos dice que realmente es muy difícil cambiar el modo de pensar de una persona.
Por ejemplo, no los cambian las campañas políticas; en un análisis de quinientos votantes de voto duro de ciertos partidos, después de una acalorada campaña previa a la votación, solo el 16% de ellos cambió por otro partido. Tampoco los cambian los acontecimientos históricos; en un estudio se siguió la pista de los votantes desde 1965 hasta 1982, periodo de tiempo en que hubo la guerra de Vietnam, la caída de Richard Nixon y la escasez de petróleo, y el 90% de los que se en 1965 se identificaban como republicanos votaron en 1980 por Ronald Reagan green.
La respuesta la sabemos todos: justifican los errores de sus partidos, pero no perdonan las tonterías de los otros. En un muy interesante estudio (Westen y cols., 2006), se les expuso a demócratas y a republicanos recalcitrantes una serie de incoherencias de sus propios partidos mientras se les escaneaba el cerebro y se observó que al estar forcejeando por mantener sus opiniones políticas, el incondicional del partido recurría a regiones cerebrales encargadas de controlar reacciones emocionales, como la corteza prefrontal. Estaban usando su cerebro para preservar sus convicciones partidiarias; en otras palabras, se estaban autoengañando eliminando sus sentimientos negativos y activando los positivos.
A esto se le llama racionalización. Por ejemplo, durante el primer trimestre de la presidencia de Clinton, el déficit presupuestario bajó, pero al preguntárseles a republicanos si es que el déficit había subido o bajado, ellos decían que había subido; pero lo más interesante es que esas personas que habían dado una respuesta incorrecta, leían el periódico, veían las noticias y sabían identificar a sus representantes en el congreso; eso quiere decir que tendían a asimilar solo los hechos que confirman en lo que ya creen (Achen y Bartels, 2006) . En cuanto uno se identifica con un partido político, moldea el mundo para que se adapte a su ideología.
Esta ignorancia autoimpuesta también se presenta en lo supuestos expertos en el análisis político. En 1984, un psicólogo llamado Phillip Tetlock comenzó a seguir y analizar las predicciones de los expertos políticos sobre las relaciones de los EEUU con la Unión Soviética; se encontró que todos se habían equivocado.
Motivado por ello, llevó a su estudio a dimensiones épicas y estudio a 284 asesores políticos, a quienes les pidió que hicieran predicciones sobre acontecimientos futuros, como la relección de Bush, el apartheid de Sudáfrica, la burbuja económica de los puntocom, etc.; acumulo un total de 82, 361 predicciones, de las cuales solo el 33% de las veces le habían atinado. Es decir, los supuestos expertos son peores que lanzar una moneda para ver que es lo que va a pasar en el futuro (Tetlock, 2006).
No se si siquiera voy a votar; pero estoy seguro que por lo menos no me cierro y trato de ver lo que cada uno de los partidos está proponiendo. Espero poder verlos en su justa dimensión y que si me convencen votar por alguno de ellos.

Bibliografía

Savater, F. Ética para Amador, ensayo, Ariel, Barcelona, 1991

Antaki, I. Manual del ciudadano contemporáneo, ensayo Ed. Ariel (2000) México

Ploming, R., DeFries, J. C., McClearn, G. E. y Rutter, M. Behavioral Genetics, 3a ed., Nueva York, W. H. Freeman, 1997

Verhulst B, Eaves LJ, Hatemi PK. Correlation not causation: the relationship between personality traits and political ideologies. Am J Pol Sci. 2012;56(1):34-51

Green, D., B. Palmquist y E. Schickler. Partisan hearts and minds, New Haven, Yale University Press, 2002

Westen D, Blagov PS, Harenski K, Kilts C, Hamann S. Neural bases of motivated reasoning: an FMRI study of emotional constraints on partisan political judgment in the 2004 U.S. Presidential election. J Cogn Neurosci. 2006 Nov;18(11):1947-58

Achen, C. y L. Bartels. It feels like we´re thinking: The rationalizing voter and electoral democracy. 2006. Documento de trabajo, disponible en http://www.princeton.edu/~bartels/thinking.pdf

Tetlock, P. Expert Political Judgment, Princenton, Princenton University Press, 2006

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