LECTURAS DE LA
MENTE
Por Juan Gerardo
Martínez Borrayo
Departamento de
Neurociencias
Universidad de
Guadalajara
Ciegos morales
Hay un caso famoso en la historia de las neurociencias de una persona
llamada Phineas Gage que recibió una lesión en sus lóbulos frontales, resultado
de lo cual siempre que tomaba una decisión, lo hacía sin tener en cuenta las
consecuencias futuras y, miopemente, limitaba sus consideraciones al provecho
inmediato. Este caso, junto con otros muchos han suscitado la cuestión de si
las lesiones del cerebro dejan selectivamente fuera de uso nuestra facultad
moral y, si es así, porque es que sucede esto.
Seducidos
por los premios
Antonio Damasio y sus colegas han preparado una prueba para ilustrar
los casos de déficit en la toma de decisiones y distinguirlos de otros casos de
lesión cerebral (Bechara, Damasio y Damasio, 2000) (ver figura 1 que acompaña a
este texto). La prueba consiste en un bote de dinero y cuatro mazos de barajas
de cartas boca abajo. Levantando cartas de las barajas, los sujetos pueden
perder o ganar dinero. Dos barajas dan ganancias netas a largo plazo, mientras
que las otras dos dan una pérdida neta; para aumentar el conflicto, las dos
barajas ganadoras ofrecen pequeños premios y castigos, lo que aumenta la
tentación de tomar cartas de las otras barajas, debido a sus mayores premios.
Mientras los sujetos eligen cartas, el experimentador registra su temperatura
emocional a partir de la sudoración de la piel.
Después de voltear unas cincuenta cartas, las personas normales eligen
cartas solamente de las dos ganadoras e ignoran prácticamente las barajas
malas. Pero en cambio, los pacientes con lesión en los frontales, se dejan
seducir por los elevados premios asociados a las barajas malas y siguen
eligiendo las cartas como si fueran inmunes al castigo y a la pérdida neta a
largo plazo que acompaña a su estrategia.
Pero no solo hay diferencias en la cantidad de dinero que ganan unos y
otros; también las hay en cuanto a la respuesta de su piel a cada elección de
la carta. Los sujetos normales dan muestras de grandes variaciones en la
sudoración a lo largo del juego, con picos que corresponden a las cartas
tomadas de las barajas perdedoras. Pero en cambio, los pacientes pareciera como
si su “sudorímetro” hubiera dejado de funcionar: son planos, sin ninguna
diferencia entre las cuatro barajas.
En los pacientes con lesión cerebral sus decisiones son cortas de
miras. Son como niños pequeños, hechizados por el brillo de la recompensa
inmediata. Sin lóbulos frontales que controlen las regiones emocionales del
cerebro (la amígdala sobre todo) la tentación ataca y el futuro se vuelve
irrelevante.
Por último, pero no menos relevante, los pacientes con lesiones en los
lóbulos frontales no presentan un déficit en la resolución de problemas ni en
la inteligencia en general.
Acciones
lícitas y prohibidas
Damasio y sus colegas pusieron a prueba a estos pacientes adultos con un
conjunto de dilemas morales
conocidos como el dilema del
tranvía (decidir si se atropella a una o a varias personas que caminan por los
rieles). Cuando los leyeron los pacientes parecían normales, es decir, distinguían
entre acciones moralmente lícitas y acciones prohibidas, y daban al respecto
justificaciones de un nivel avanzado. Es decir poseían una competencia moral
normal; pero, y he aquí el problema, tenían una actuación moral anormal.
Por ejemplo, decían que era lícito empujar a
una persona obesa delante del tranvía con el fin de detenerlo y salvar a las
cinco personas que iban caminando más delante; o bien, no ven ninguna
diferencia entre accionar una palanca para que haya un cambio en las agujas
para que el tranvía se desvíe hacía una vía secundaria en la que está una persona
obesa que reducirá la velocidad del tranvía, dando con ello tiempo a que las
cinco personas que están delante se salven; no distinguen, decíamos líneas
arriba, que no es lo mismo accionar la misma palanca, para desviar el mismo
tranvía a la misma vía secundaria en donde está la misma persona obesa que morirá
si hace este cambio, pero que está delante de un objeto pesado que es el que se
pretende utilizar para reducir la velocidad del tranvía y dar tiempo para que
los que están adelante se salven (la diferencia es que en el primero hay un
daño intencionado, mientras que en el segundo el daño es un efecto secundario).
Sus respuestas son anormales en el sentido de
que están liberados de las molestas ambigüedades que la mayoría tenemos cuando
consideramos algo mas que las consecuencias de la acción de alguien; estos
pacientes ven los dilemas morales con la claridad de un perfecto utilitarista. Carecen
de los contrapesos emocionales en sus acciones, pero también de algunas de las
competencias pertinentes cuando se trata simplemente de juzgar la licitud moral
de un acto.
Desarrollo dañado
Las investigaciones sobre la relación entre la
moralidad y el cerebro también se han preguntado si las lesiones que se
producen en la primera infancia, el déficit resultante ¿es el mismo, diferente
o no lo hay en absoluto, debido a la plasticidad y las capacidades de reorganización
que tiene un cerebro inmaduro?
Damasio y su equipo (Anderson y cols., 1999) han
reunido un grupo de sujetos que sufrieron lesiones en los lóbulos frontales
cuando era niños sin lenguaje y apenas comenzaban a gatear. Dos de los casos
más antiguos que registraron sufrieron lesiones antes de su segundo aniversario
y de adultos, ambos fueron repetidamente condenados por pequeños delitos. El carácter
repetitivo de los delitos hace pensar en una incapacidad para aprender de los
errores o en un desprecio por las normas sociales.
Cuando a esos mismos sujetos se les presentaron
los dilemas morales elaborados por Lawrence Kohlberg, un
discípulo de Jean Piaget, sus registros fueron totalmente anormales,
correspondientes a niños inmaduros.
Un ejemplo de esos dilemas es el siguiente: Juan es un chico de catorce
años que quiere ir de campamento. Su padre le promete que lo dejará ir si gana
el dinero que le cuesta la excursión. Juan trabajó mucho lavando coches y ganó
algo más de los 2000 pesos que necesitaba para la excursión. Pero poco antes de
salir, su padre cambia de opinión. Algunos de sus amigos han decidido ir de
pesca y, dado que el padre de Juan no tiene dinero suficiente para hacerlo, le
dice a Juan que le dé el dinero que ha ganado. Como Juan no quiere dejar la
excursión, piensa que no va a darle el dinero a su padre (Colby y Kohlberg, 1987).
Los indicios nos muestran que nuestra
psicología moral tiene al menos dos pilares: una capacidad de razonamiento que
nos permite justificar porque algunas acciones son lícitas y otras no lo son;
sin embargo este es solo un aspecto, el cual, por cierto, fue el único en el
que se fijó Immanuel Kant en su libro “critica a la razón práctica”; pero esto
no nos explica porque, para una amplia gama de dilemas morales emitimos juicios
rápidos en ausencia de justificaciones coherentes.
Así, no solo necesitamos nuestra inteligencia para
ser y comportarnos de manera moral, sino que también intervienen las emociones,
ya que ellas también dirigen nuestros veredictos morales.
Bibliografía
Antoine Bechara, Hanna Damasio y Antonio Damasio. Emotion, decision making and the
orbitofrontal cortex. Cortex cerebral, mar 2000; 10: 295-307
Anderson SW, Bechara A, Damasio H, Tranel D,
Damasio AR. Impairment of social and moral behavior related to early damage in
human prefrontal cortex. Nat Neurosci. 1999 Nov;2(11):1032-7
Colby, A. y Kohlberg, L., The Measurement of
Moral Judgment, vol.1 "Theoretical Foundations and Research
Validation", Cambridge University Press, 1987
Comentarios
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