martes, 31 de julio de 2012

INTERSEXUALIDAD Y DEPORTE



LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Intersexualidad y deporte
En diciembre de 2006 Santhi Soundarajan ganó la medalla de plata en los 800 metros planos femeninos en los juegos asiáticos de Doha, Qatar, lo cual la catapultaba como una de las serias contendientes para ganar medalla en los juegos olímpicos de Pekin en el 2008. Pero antes de que le dieran la medalla se la negaron y se le prohibió volver a participar en cualquier competición como parte del equipo de la India.
¿Cuál fue el problema? Que no pasó una prueba genética de sexo: tenía un cromosoma Y. Su vida desde entonces no ha sido fácil porque ha sido objeto de escarnio, burlas y presiones, que la llevaron en el 2007 a un intento de suicidio con un producto veterinario.
El caso de Soundarajan no es el primero, ha habido otros antes, pero son bastante infrecuentes. En 1936 Hermann Ratjen compitió como Dora en el salto de altura (conste que tres mujeres saltaron más alto que él). Y en 1985 la corredora española María José Martínez Patiño, también se vio en problemas cuando se descubrió un cromosoma Y en su ADN.
Supongo que las inspeccione visuales sobre la sexualidad de las atletas de alto rendimiento deben ser algo de rutina (es decir, ver si a simple vista una atleta tiene o no un pene); lo que parece ser que no es de rutina son las revisiones a fondo del sexo de las deportistas para ver si han logrado una completa diferenciación sexual.

Ventajas evolutivas del sexo
En la evolución nada es gratis. Si se jala la cobija de un lado se destapa uno del otro. Por ejemplo, hemos obtenido muchas cosas buenas de la bipedestación (estar parados sobre nuestras dos patas traseras): somos más altos, liberamos nuestras manos para fabricar herramientas, nos alejamos del calor que hay a nivel de piso, etc. Pero esto nos ha costado ser más lentos que prácticamente cualquier animal.
De la misma manera, tenemos un cerebro enorme que nos ha hecho muy inteligentes, pero existe el problema de que nacemos casi un año antes de lo que deberíamos nacer; eso nos hace la especie más desamparada de todas, razón por la que las madres deben ser muy selectivas con su pareja para elegir una que la acompañe toda la vida (por esto nos enamoramos).
Con el sexo pasa lo mismo: tiene sus inconvenientes y sus beneficios. Entre sus beneficios tenemos que hace a las especies más flexibles mediante la mezcla de la genética de los padres en cada generación. Un segundo beneficio es que no transmitimos parásitos a la progenie, como sí lo hacen los organismos que se duplican a sí mismos.
Estas dos características son las que hacen a la reproducción sexual tan popular desde el punto de vista evolutivo. Pero ¿Cuáles son sus costos? La posibilidad de que algo falle.

Diferenciación sexual normal
A las siete semanas no se puede saber aún si el embrión es mujer u hombre. En ese momento en un embrión con carga genética masculina, se activa el gen SRY que produce una proteína que transforma las gónadas en testículos, los cuales comienzan a producir andrógenos (el más conocido es la testosterona) quienes ponen en marcha los mecanismos para que se desarrollen el pene, el escroto y para que desciendan los testículos.
Para realizar esto, los andrógenos deben conectarse con receptores especializados en células específicas; si falla algo y no se pueden conectar con esas células entonces tienen poco o nulo efecto; esto se conoce como Síndrome de Insensibilidad a los Andrógenos El resultado es un bebé que en su aspecto externo parece niña, pero que internamente el canal vaginal es más corto de lo normal, no hay cérvix, ni útero, ni trompas de Falopio y, en lugar de ovarios, hay dos testículos no descendidos.
En la pubertad, los testículos segregan la testosterona, pero tiene un efecto muy limitado, puesto que las células no responden a él; llegan a desarrollar pechos femeninos, caderas anchas y carecen de vello facial y poco del púbico; jamás llegan a tener menstruación. Esto es lo que padeció Soundarajan y como era atleta, quienes suelen perder la menstruación por su escasa grasa corporal, no le causo extrañeza de que no le llegara nunca la menarquia.
En el caso de María José Martínez Patiño, pasó lo mismo; pero en su caso, como toda su vida había vivido como mujer, se le reivindico y volvió a recuperar su lugar en el equipo olímpico español como corredora con obstáculos. Pero al parecer todos los tropiezos con los que se enfrentó le hicieron perder su forma y no logró llegar a los juegos olímpicos de Seul en 1988.

Trastornos de la diferenciación sexual
De acuerdo a la Sociedad Intersexual de Norte América (ISNA), uno de cada dos mil nacimientos tienen algún grado de ambigüedad genital; otros estudios son más polémicos, como el publicado en el 2000 por Anne Fausto-Sterling de la Universidad de Brown, en donde se estimó que la frecuencia de trastornos de variación sexual es de ¡dos de cada cien! (Blackless y cols., 2000).
Normalmente los humanos tenemos 23 pares de cromosomas; cuando hay un par se le dice disomía; si hay tres tenemos una trisomía (el más conocido de los defectos de trisomía es el Síndrome Down); y si hay uno solo de los cromosomas tenemos una monosomía.
El Síndrome de Turner es una monosomía del par 23 cuando una mujer nace con un solo cromosoma X. Mientras que una trisomía del par 23 se llama Síndrome del Tripe X, en el cual las mujeres pueden a ser más altas que las demás. El Síndrome de Klinefelter afecta solo a los hombres, quienes tienen un cromosoma X de más (son XXY); suelen ser altos, gordos y con pechos parecidos a los de las mujeres. También los hombres pueden tener el síndrome XYY, quienes no presentan muchos síntomas, más que ser más altos y tener más probabilidades de problemas de aprendizaje. Se han documentado casos de tretrasomía (XXXXY) y pensasomía (XXXXXY).
Hay también un trastorno que se llama Hiperplasia Suprarrenal Congénita, que es un trastorno genético que tiene como resultado una regulación deficiente de la producción de hormonas sexuales; en este caso pueden nacer con genitales de aspecto normal tanto en niños como en niñas, pero en casos graves se produce una deshidratación que lleva a la muerte a los bebés.
Una última enfermedad es la deficiencia de 5-alfa-reductasa en cuyo caso los sujetos crecen como niñas y en la pubertad empiezan a desarrollar características sexuales masculinas, tales como crecimiento del pene y aparecen los testículos; es tan común en República Dominicana que hasta apodo tienen: güevedoche, es decir, huevos a los doce.
Y las cosas no terminan aquí. Hay algo que se llama Trastorno de la Identidad del Género; en el 2007 la revista New Scientist publicó un artículo de una persona que sufre de este trastorno (George, 2007). Aquí no hay ningún tipo de incoherencia física o genética; la desconexión es del cuerpo y la mente; está afectado el sentido individual de la propia identidad.
Uno pensaría que dado que no hay trastornos genéticos y hormonales, entonces su problema es más psicológico; pero hay algunos indicios de problemas a nivel fisiológico; en el 2008 se publicó un estudio en el que se descubrió que algunas versiones específicas del gen CYP17 son más comunes entre los transexuales de mujer a hombre que en mujeres que no se identifican como transexuales, probablemente porque tienen más testosterona (Bentz y cols., 2008).

Conclusión
Cómo determinar exactamente la identidad de género es un asunto que genera mucho debate y controversia.
Hasta hace no mucho tiempo cuando nacía un sujeto con un Trastorno del Desarrollo sexual se le asignaba un genero, se le hacía una cirugía estética y se esperaba que corriera con suerte y no tuviera problemas con el género que se le asignó. Pero hay muchos casos en que las cosas no salieron bien.
A estas alturas se está optando por aplazar la cirugía del aspecto externo hasta que el niño o niña sea lo suficientemente mayor para tomar sus propias decisiones, con el asesoramiento y el apoyo de familiares y profesionales.
Eso le hubiera caído muy bien a Martínez Patiño y a Soundarajan; quien por cierto sobrevivió a su intento de suicidio, es entrenadora de atletismo en su país y trabaja en una fabrica de ladrillos.

Bibliografía

Blackless M, Charuvastra A, Derryck A, Fausto-Sterling A, Lauzanne K, Lee E. How sexually dimorphic are we? Review and synthesis. Am J Hum Biol. 2000 Mar;12(2):151-166.

George, A. Teenagers traped in the wrong body. New Scientist, 2007

Bentz EK, Hefler LA, Kaufmann U, Huber JC, Kolbus A, Tempfer CB. A polymorphism of the CYP17 gene related to sex steroid metabolism is associated with female-to-male but not male-to-female transsexualism. Fertil Steril. 2008 Jul;90(1):56-9

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lunes, 23 de julio de 2012

RELIGIOSO O ATEO ¿QUE ES MEJOR?


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Religioso o ateo ¿Qué es mejor?
Durante mucho tiempo se ha considerado que las personas ateas son inmorales e indignas de confianza; en el caso particular de los Estados Unidos, la mayoría de las personas no votaría por un candidato que fuera ateo; a diferencia de nuestros vecinos del norte, en México, ya tuvimos a un presidente, Ernesto Zedillo, que se declaró explícitamente ateo.
Pero las malas notas para los ateos no termina ahí; hay muchos estudios que dicen que las personas sin creencias religiosas, comparados contra los que sí las tienen, son menos saludables, menos felices y que, inclusive, viven entre uno y siete años menos, dependiendo del estudio del que estemos hablando.
Si a nivel mundial se estima que hay entre 500 y 750 millones de ateos; y que en México hay un poco más de 5 millones de ellos, entonces estaríamos hablando de un buen porcentaje de la población que estaría en un riesgo de salud. Pero ¿es cierto que los ateos son un grupo de riesgo?

El diablo está en los detalles
Pues sucede que no todos los estudios han encontrado eso. Mochon y Ariely publicaron un estudio en el 2011 en el que hallaron que los ateos confesos son más felices que aquellos que viven su vida con un nivel de apego mínimo a su credo religioso.
Hay otros estudios que nos pueden dar más luz al respecto. Recientemente se realizó una encuesta sobre los niveles de religiosidad y la felicidad a nivel mundial y se encontró que los efectos positivos de la religión van a depender de en qué país del mundo vivas: las personas religiosas son más felices en países muy religiosos http://www.gallup.com/poll/116449/Religion-Provides-Emotional-Boost-World-Poor.aspx.
Este dato se interpreta en el sentido de que lo que hace felices a las personas es vivir en una comunidad que comparta sus valores; si estos son religiosos o no, no importa tanto como que sean ideas compartidas.
De aquí se desprende que si los ateos tienen problemas de salud, no se debe tanto a que los creyentes sean más felices porque hay un evento supernatural que los afecte, sino porque hay un mecanismo sociológico que hace que las personas se sientan bien por percibir un ambiente de soporte.

Comunidades de apoyo
La idea de que es la creencia compartida lo que hace a las personas más felices, tiene más evidencia de apoyo en otros estudios; en una serie de encuestas realizadas en los Estados Unidos, por parte del Centro Nacional de Opinión Pública, llevadas a cabo entre 1972 y el 2008, se encontró consistentemente que aquellos sujetos que se describían a sí mismos como más felices iban regularmente a misa (48% de los encuestados, comparado con el 26 % de los que no iban a los servicios religiosos).
En el 2010 se publicó una encuesta en la que se encontró que la variable que más importaba para predecir si las personas eran felices era simplemente la cantidad de veces que iban a misa. Pero sobre todo encontraron que las personas que eran más felices eran aquellas que pertenecían a grupos religiosos y que tenían amigos más cercanos en esos grupos (Lim y cols., 2010).
Pero la religión en sí no es la importante, ya que aquellos que iban mucho a misa pero no pertenecían a los grupos y no tenían amigos religiosos, tenían peores puntajes en sus niveles de felicidad, comparados con aquellos que no iban nunca a misa. Lo que hace a la religión importante para generar felicidad es que proveen relaciones sociales, oportunidades de ser generoso y  ofrece una visión del mundo coherente.

Religión y pobreza
Quisiera hacer más énfasis en la idea de que la religión ofrece una visión coherente del mundo.
Uno de los aspectos más curiosos de esas encuestas Gallup citadas antes es que entre más pobre sea un país más religioso es; en la figura 1 que acompaña a este texto se puede ver que entre más dinero tiene un país menos importancia le dan a la religión (dato tomado de la siguiente dirección: http://www.gallup.com/poll/142727/religiosity-highest-world-poorest-nations.aspx)
En la figura 2 se puede ver más claramente este dato: si el ingreso per cápita es menor a 2000 dólares anuales, la religión es importante en un 92%; pero si vives en un país que gana 25 mil dólares o más al año entonces la importancia de la religión baja a un 42%. Estas encuestas se realizaron en 154 países con más de 3000 personas entrevistadas.
La religión puede ser vista como un paliativo a una vida dura de vivir por ser pobre. Si se vive en un país en el que la existencia diaria es difícil, el nivel de satisfacción va a bajar; pero si se es muy religioso, se va a ser más feliz que los vecinos que son menos creyentes. Pero si se vive en un país rico donde la vida es más fácil, tanto religiosos como no religiosos tienen el mismo nivel subjetivo de felicidad.
Se pueden interpretar estos datos en el sentido de que la religión hace a las personas más felices porque permite interpretar las condiciones difíciles de la vida; le da sentido al dolor y al sufrimiento.

El ateo feliz 
Tomando en cuesta todos estos datos podríamos decir entonces que lo peor que podría pasar es ser pobre, en un país pobre y además no tener creencias religiosas. La solución para estas personas es formar parte de comunidades de no creyentes, porque lo que importa es convivir con gente que piensa lo mismo que uno.
Tomemos como ejemplo a Dinamarca, el país que menos iglesias de cualquier credo tiene en el mundo. Ellos no necesitan ir a misa para sentirse parte de una comunidad. Ellos, por el puro hecho de ser daneses ya se sienten parte de una comunidad. Contribuye a ello el que sean solo 6 millones de personas, con casi cero inmigración, con una lengua que solo ellos hablan y mínimas desigualdades sociales.
Para ser feliz entonces no es necesario ser creyente de entidades supernaturales. Para tener una existencia agradable es mucho más importante convivir con quienes tienen las mismas creencias. También ayuda mucho vivir en una sociedad cooperativa. A ver para cuando podemos lograr eso, no solo en México, sino en todo el mundo.

Bibliografía

Mochon, D., Norton, M.I. & Ariely, D. (2011). “Who benefits from religion?,” Social Indicators Research, 101(1), 1-15.

Lim, Chaeyoon, Carol Ann MacGregor, and Robert D. Putnam. "Secular and Liminal: Discovering Heterogeneity Among Religious Nones." Journal for the Scientific Study of Religion 49.4 (December 2010): 596–618.

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miércoles, 11 de julio de 2012

LOCURA Y VIOLENCIA


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Locos y peligrosos
Existe la idea de que las personas perturbadas mentalmente son agresivas; y en parte, el origen de este mito proviene de las películas. Hay montones de ellas en las que personas alteradas psíquicamente andan matando gente por todos lados; entre las películas más sobresalientes que podemos mencionar se encuentran la de psicosis, toda las series de Halloween y viernes 13, masacre en Texas y cabo de miedo, por solo mencionar unas cuantas.
Hay una investigación publicada en 2001 que dice que hasta el 75% de las películas en las que aparece una persona con problemas mentales, se le caracteriza como violento, cuando no como asesino (Levin, 2001). Y la televisión no se queda tan atrás. Las series también muestran a los enfermos mentales como 10 veces más violentos que otros personajes y entre 10 y 20 veces más agresivos que el promedio de las personas (Stout y cols., 2004).
Para acabar de hacer las cosas peores, las noticias no se apartan de esta línea de pensamiento; en un estudio publicado en 1991, 85 % de las noticias que tenían que ver con las personas alteradas mentalmente, se referían a ellas solamente en términos de sus crímenes violentos (Shain y Phillips, 1991).

Una creencia muy extendida
Semejante exposición a esta idea falsa ha hecho que creamos que las personas insanas mentalmente son violentas; eso explica porque, en una investigación se encontró que si una persona lee que un trastornado mental mata a un niño de nueve años, se produce un incremento significativo en la percepción de que este tipo de personas son peligrosas (Thorton y Wahl, 1996).
Es por ello que no sorprende que la mayoría de las personas crea que las alteraciones mentales causan una conducta agresiva. Más del 80% de los gringos así lo cree (Ganguli, 2000), para un montón de trastornos mentales que van desde el alcoholismo, la dependencia a la cocaína, la esquizofrenia e, incluso, la depresión (Angermeyer y Dietrich, 2006). Aunque esta idea no es nueva, de 1950 a 1996 ha crecido sustancialmente (Phelan y cols., 2000) e incluso niños de 13 años de edad creen que sí son peligrosos (Watson y cols., 2004).
Todo esto no deja de ser paradójico si consideramos que el número de homicidios cometidos por los enajenados mentalmente ha disminuido en las pasadas cuatro décadas (Cutcliffe y Hannigan, 2001).

No hay bases para creerlo
La cuestión no es si los enfermos mentales cometen actos delictivos, sino saber si los comenten de manera mucho más frecuente que las personas normales. Los estudios nos dicen que no.
Las investigaciones realizadas en el área, han encontrado solo un moderado aumento en la posibilidad de cometer actos delincuenciales en personas que sufren de esquizofrenia, trastorno bipolar (Monohan, 1992) y los que tienen problemas con el abuso de sustancias (Harris y Lurigio, 2007). Y este riesgo solo se restringe a un subgrupo de estos enfermos. Por ejemplo, pacientes que sufren de esquizofrenia paranoide, que son los que suelen creer que hay una conspiración mundial en su contra (Steadman y cols., 1998); o también los pacientes con alucinaciones de comando, aquellos que oyen voces que les ordenan realizar acciones como matar, sí suelen ser agresivos (Junginger y McGuire, 2001).
Es más, si esos pacientes toman sus medicamentos de manera regular, no tienen más probabilidad de exhibir conductas agresivas que la que tenemos cualquiera de nosotros de tenerla. Algunos estudios sugieren que 90 % o más de las personas con serias alteraciones mentales nunca cometen actos violentos (Hodgins y cols., 1996); de hecho, los delitos cometidos por los dementes solo dan cuenta de entre el 3 y el 5 % de los crímenes violentos (Walsh y cols., 2001). Incluso, es más probable que terminen siendo víctimas de delincuentes que perpetradores de los mismos, ya que sus mismos problemas les disminuyen la capacidad de defenderse de los abusos de los demás (Teplin y cols., 2005).
Decíamos antes que las películas tienen mucho de la culpa de esta idea incorrecta sobre las enfermedades mentales, pero al parecer las cosas están cambiando. De 1989 a 1999 el porcentaje de películas que muestran a los enfermos mentales como agresivos ha ido cambiando (Wahl y cols., 2002). Incluso películas como “A beautiful mind” pueden ayudar a cambiar esta concepción, dado que presenta a un esquizoide paranoico, como no violento.
Además, no en todas las partes del mundo se les ve como personas potencialmente violentas, al menos así es en Mongolia y en Siberia (Angermayer y cols., 2004), probablemente porque son regiones que están todavía tan aisladas del resto de la humanidad que no tienen casi influencia de los medios de comunicación.
Esto nos da la ilusión de pensar que este mito psicológico puede ser revertido y que podemos llegar a ver a los pacientes con alteraciones mentales como personas que necesitan más de nuestra ayuda, más que alguien a quien debemos temer.

Bibliografía

Levin, A. (2001). Violence and mental illness: Media keep myths alive. Psychoatric News, 36 (9), 10

Stout, P. A., Villegas, J. y Jennings, N. A. (2004). Images of mental illness in the media: Identifiying gaps in the research. Schizophrenia Bulletin, 30, 543-561

Shain, R. y Phillips, J. (1991). The stigma of mental illness: Labeling and stereotyping in the news. In L. Wilkins and P. Patterson (Eds.), Risky business: Communicating issues of science, risk, and public policy (pp. 61-74). New York: Greenwood Press.

Thorton, J. A. y Wahl, O. F. (1996). Impact of a newspaper article on attitudes toward mental illness. Journal of Community Psychology, 24, 17-25.

Ganguli, R. (2000, March 18). Mental illness and misconceptions. Pittsburgh post-gazette. Retrieved may 12, 2008 from http://www.post-gazette.com/forum/20000318gang1.asp

Angermeyer, M, C. y Dietrich. S. (2006). Public beliefs about and attitudes towards people with mental illness: A review of population studies. Acta psychiatric scandinavica, 113, 163-179

Phelan, J. C., Link, B. G. Stueve, A., y Pescosolido, B. A. (2000). Public conceptions of mental illness in 1950 and 1996: What is mental illness and is to be feared? Journal of health and social behavior, 41, 188-207

Watson, A. C., Otey, E., Westbrook, A. L. et. al. (2004). Changing middle schooler´s attitudes about mental illness through education. Schizophrenia bulletin, 30, 563-572

Cutcliffe, J. y Hannigan, B. (2001). Mass media, monsters and mental health clients: The need for increased lobbying. Journal of psychiatric and mental health nursing, 8 , 315-322

Monohan, J. (1992). Mental disorder and violent behavior: perceptions and evidence. American Psychologist, 47, 511-521

Steadman, H. J., Mulvey, E. P., Monohan, J., et. al. (1998). Violence by people discharged from acute psychiatric impatient facilities and by others in the same neighborhoods. Archives of general psychiatry, 55, 393-401

Junginger, J. y McGuire, L. (2001). The paradox of command hallucinations. Psychiatric services, 52, 385

Hodgins, S., Mednick, S., Brennan, P. A., et. al. (1996). Mental disorder and crime. Evidence from Danish birth cohort. Archives of general psychiatri, 53, 489-496

Walsh, E., Buchanan, A. y Fahy, T. (2001). Violence and schizophrenia: examining the evidence. British journal of psychiatry, 180, 490-495

Teplin, L. A., McClelland, G. M., Abram, K. M. y Weiner, D. A. (2005). Crime victimization in adults with severe mental illness: comparison with the National Crime Victimization Survey. Archives of General Psychiatry, 62, 911-921

Wahl, O. F., Wood, A. y Richards, R. (2002). Newspaper coverage of mental illness: Is it changing? Psychiatric rehabilitation skills, 6, 9-31

Angermeyer, M. C. Buyantugs, L. y Kensine, D. V. (2004). Effects of labelings on public acttitudes toward people with schizophrenia: Are there cultural differences? Acta psichiatric scandinavica, 109, 420-425

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