LECTURAS DE LA
MENTE
Por Juan Gerardo
Martínez Borrayo
Departamento de
Neurociencias
Universidad de
Guadalajara
¿Las etiquetas psiquiátricas son malas?
En la película “Atrapado sin salida” R.P. McMurphy ha cometido estupro
y por ello se ve ante la opción de entrar a la cárcel o fingir demencia para
ser recluido en un hospital psiquiátrico; esta es parte de la trama en la que
Jack Nicholson da vida a ese personaje que termina siendo tratado como un
verdadero deteriorado mental sin estarlo realmente.
La película transcurre dentro de un hospital psiquiátrico. Pero se
tiene la idea de que lo mismo pasa fuera de ellos: una vez que sabes que
alguien es esquizofrénico lo tratas como tal. Por eso dicen que las etiquetas
psiquiátricas son estigmatizantes, ya que nos sesgan para comportarnos ante los
enfermos mentales de manera que los dañamos. ¿Pero es cierto?
El
experimento de Rosenhan
Todo comenzó por ahí de 1973 cuando David Rosenhan publicó uno de los
más famosos artículos de la historia de la psicología llamado “On being sane in
insane places”. En ese texto se describe como 8 colaboradores, incluyendo al
mismo Rosenhan, todos ellos sanos, fingieron demencia para ser internados en 12
hospitales psiquiátricos (exhibieron ansiedad y alucinaciones auditivas); 11 de
ellos fueron etiquetados como esquizofrénicos y uno como maniaco depresivo.
Una vez admitidos, dejaron de fingir sus síntomas y actuaron
normalmente para ver si los médicos del hospital podían detectar que no estaban
locos. De las cosas que más sorpresa causaron es que, en promedio, se les
retuvo por 19 días, hasta que se les aprobó su salida, poniendo en su
expediente que su enfermedad estaba en remisión. Los pseudopacientes, observaron abuso y
negligencia hacia los otros internos por parte de los cuidadores del hospital y
lo atribuyeron a la etiqueta psiquiátrica; de ahí nació la idea de que los
diagnósticos psiquiátricos son malos.
Quienes creen en eso hoy
En la actualidad, hay multitud de fuentes de
información que declaran que las etiquetas diagnósticas son perjudiciales. Tenemos
por ejemplo, el sitio de Internet llamado “No More
Psychiatric Labels” (http://www.causes.com/causes/615071-no-more-psychiatric-labels/about)
que nos dice 5 cosas: los diagnósticos psiquiátricos no son válidos,
incrementan el estigma, no ayudan a las decisiones médicas, ha empeorado el
pronóstico de las enfermedades mentales y se imponen las creencias occidentales
acerca de las enfermedades mentales a otras culturas.
El estudio de Rosenhan es aun hoy en día uno de
los más citados y utilizados dentro de la psicología. Es parte de varios libros
de texto, como el de Ronald Comer (2007) de Psicología Anormal; se le cita como
uno de los más grandes experimentos de la psicología del siglo XX (Slater,
2004); y en una serie de audioseries conducidos por Daniel Robinson (1997), se
afirma que el estudio de Rosenhan demostró que una vez que a uno le ponen una etiqueta,
nos la vamos a quedar por siempre.
Las críticas
Un experimento de este tipo es muy llamativo y fue objeto de especial
atención por los medios masivos de comunicación (pueden ver en youtube varias
entrevistas que se le hicieron a Rosenhan); pero también llamó la atención de
los académicos.
En general se le criticó que utilizó una metodología defectuosa, ignoró
datos relevantes y llegó a conclusiones apresuradas. Quien más críticas le
realizó fue Robert L. Spitzer en ese entonces parte del Departamento de Higiene
Mental de Nueva York, uno de los creadores del DSM (el manual para poner
etiquetas psiquiátricas) y de los más influyentes psicólogos del siglo XX.
Sus críticas fueron devastadoras: cuando los psiquiatras dieron de alta
a los pseudopacientes dijeron que estaban en remisión, lo cual significa que no
presentaban más los síntomas por los cuales entraron al hospital (Spitzer,
1975).
Argumentaba que si alguien se toma un cuarto de litro de sangre y va a
un servicio de emergencias de un hospital vomitando sangre, es esperable que
quienes atienden a los pacientes se comporten como si tuvieran a alguien con
una úlcera gástrica, pero eso no quiere decir que no sepan detectar un sangrado
por úlcera.
Además, Spitzer le pidió a Rosenhal que le diera acceso a sus datos
para verificar sus conclusiones, pero jamás se los dio; desde entonces, otros
investigadores le han pedido que les de copias de sus grabaciones de los
hospitales y nunca se los ha entregado.
Puesto que la investigación de Rosenhal había levantado tanto polvo
sobre este problema y jamás dejó que se hiciera una revisión independiente, se
creyó oportuno realizar investigaciones, pero que ahora sí estuvieran más
controladas y abiertas al escrutinio de los científicos.
En una de ellas, se utilizó un reporte escrito de un paciente que podía
tener la etiqueta psiquiátrica (desorden bipolar), o bien una descripción
conductual (periodos alternados de depresión y grandiosidad), ambos, o ninguno;
variando las etiquetas y las descripciones conductuales, los investigadores
pudieron determinar cómo estos factores influyen en los juicios que las
personas tienen acerca de la enfermedad mental. Su conclusión es que el rechazo
que se hacía de los trastornados mentales se debe más a su conducta aberrante
que a la etiqueta que se les ha aplicado (Lehman y cols., 1976); esta
conclusión ha sido corroborada en estudios posteriores (Ruscio, 2004).
Más aún, diversas investigaciones, han encontrado que las etiquetas en
vez de estorbar pueden ayudar. A unos niños se les etiquetó con déficit de
atención y sus escritos fueron calificados más positivamente que los niños
normales (Cornez-Ruiz & Hendricks, 1993); niños catalogados como
deficientes mentales los calificaron más favorablemente (Seitz & Geske,
1976); o bien hizo que los maestros adoptaran una posición más favorable hacía
niños diagnosticados con desórdenes del lenguaje (Wood & Valdez-Menchaca,
1996).
Por último, podríamos argumentar, los diagnósticos son confidenciales, por
lo tanto, si nadie sabe del diagnóstico no puedes ser estigmatizado; a menos
que no te importe el diagnóstico y se lo cuentes a todo el mundo, por lo tanto,
tampoco la etiqueta te va a causar problemas.
La película de “atrapado sin salida” termina con un final un tanto
deprimente porque al protagonista le realizan una lobotomía como una manera de
controlarlo; la película me gusta, pero desde el primer momento que la vi no
dejé de sentirme que le estaban exagerando. A final de cuentas, todos tenemos
un poco de poeta y loco.
Bibliografía
Rosenhan DL
(January 1973). "On being sane in insane places". Science 179 (4070): 250–8.
Spitzer RL (October 1975). "On
pseudoscience in science, logic in remission, and psychiatric diagnosis: a
critique of Rosenhan's "On being sane in insane places"". Journal of Abnormal Psychology 84 (5): 442–52
Comer, R.
J. (2007). Abnormal Psychology (6th ed.) New York: W. H. Freeman.
Slater, L. (2004). Opening Skinner´s box: Great
psychological experiments of the twentieth century. New York: W. W. Norton
Robinson, D. N. (1997). Being sane in insane
places. In The great ideas of psychology (audio series). Chantilly, VA: The
teaching company.
Lehman, S., Joy, V., Kreisman, D. &
Simmens, S. (1976). Responses to viewing symptomatic behaviors and labeling of
prior mental illness. Journal of Community Psychology, 4, 327-334
Ruscio, J. (2004). Diagnoses and the behaviors
they denote: A critical examination of the labeling theory of mental illness. Scientific Review of Mental Helath Practice, 3,
5-22
Cornez-Ruiz, S., & Hendricks, B. (1993).
Effects of labeling and ADHD behaviors on peer and teacher judgements. American
Psychologist, 54, 765-776
Seitz, S. & Geske, D. (1976). Mother´s and
graduate trainees´ judgments of childrens: some effects of labeling. American
Journal of Mental Deficiency, 81, 362-370
Wood, J. M., & Valdez-Menchaca, M. C. (1996). The effect of a diagnostic label of language
delay on adults´perceptions of preschool children. Journal of Learning
Disabilities, 29, 582-588
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