jueves, 29 de marzo de 2012

ESTILOS DE APRENDIZAJE


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

Estilos de aprendizaje
Hace un tiempo, apareció una historia escrita en términos satíricos llamada “los padres de aprendices nasales demandan un currículum basado en el olfato” (The Onion, 2000).
El tono burlesco de este escrito pone el dedo en la llaga de un mito muy extendido: que se debería enseñar basados en la forma en que cada estudiante aprende. De esta manera, las formas tradicionales de enseñanza, que se basan en escuchar, leer o discutir conceptos, deberían cambiarse para utilizar, por ejemplo, imágenes (para los visuales), sonidos (para los auditivos) o, incluso, actuados (para poner en marcha nuestro sentido kinestésico), propuesta de la Programación Neurolingüística (PNL), una especie de psicoterapia carente de sustento y que ha sido desacreditada a lo largo del tiempo (Witkowski, 2010), pero que aun así tiene influencia en algunos psicólogos.
Desde este punto de vista se ha sugerido (Hyman & Rosoff, 1984) que los profesores deberían saber identificar el estilo de aprendizaje de sus alumnos, clasificarlos y adaptar sus clases (su estilo de enseñanza le dicen) al del alumno.
Y todo el mundo se lo creyó. Aparecieron montones de libros que nos decían cómo identificar, evaluar y clasificar a los estudiantes según su estilo, de que manera interactuaban los estilos de aprendizaje y de enseñanza y cómo ajustar las clases para emparejar los estilos de enseñanza y aprendizaje.
El entusiasmo llegó a tanto, que en una encuesta realizada en el 2001 (Ballone & Czerniak, 2001) se constata que la mayor parte de los profesores creían que era una buena idea ajustar su forma de enseñar a los estilos de aprendizaje de los alumnos. Por ejemplo, llegó a existir la propuesta de que los alumnos usaran suéteres con las letras V, A o K que corresponderían a visual, auditivo o kinestésico (Geake, 2008).
La idea no se quedó en la escuela solamente, sino que se publicaron miles de estudios que confirmaban la efectividad de este enfoque (si buscan en el google académico y utilizan las palabras neuro-linguistic programming education, van a aparecer 2, 760).  Esta ingente cantidad de artículos va aparejada con una multitud de modelos de enseñanza; de acuerdo a una revisión realizada en el 2004 (Coffield y cols., 2004) contaron 71 distintas propuestas de enseñanza.
Por solo mencionar algunas, tenemos el modelo VAK (ya se imaginaran los lectores que hace referencia a visual, auditivo y kinestésico) el cual propone, entre otras cosas, que los estudiantes kinestésicos aprenderían mejor si se les tocara y se les pusiera a hacer cosas, en vez de que leyeran o vieran diapositivas. O bien está el modelo que propone que hay cuatro tipos de estudiantes: los “activistas” que se sumergen en nuevas experiencias, los “reflexivos” que se sientan y observan, los “teóricos” que piensan en los problemas lógicamente y los “pragmáticos” que aplican sus ideas al mundo real (Honey & Mumford, 2000).  Incluso la muy conocida teoría de Howard Gardner de las inteligencias múltiples, cabe dentro de las propuestas para modificar la educación en la interacción entre estilos de aprendizaje y estilos de enseñanza.
¿Pero que validez tienen todas estas propuestas? Al parecer, muy poca. En un esfuerzo enorme para evaluar la calidad de esta idea, Coffield y sus colaboradores (2004) publicaron un estudio donde recopilaron información de libros, artículos en revistas, artículos de periódico, conferencias, sitios de internet, etc. Y muy pocos de ellos (algo así como un tercio) hacen referencia a estudios que hayan sido publicados en revistas que utilicen la metodología de revisión por pares (que es una forma de evaluar la calidad y rigor científico de investigaciones que quieren ser publicadas en una revista, que es llevada a cabo por personas reconocidas en el área).
Por si fuera poco, también muy pocos de ellos utilizaron estudios controlados, es decir que cumplan los siguientes cuatro requisitos (Hyman & Rosoff, 1984): claridad conceptual, validez y confiabilidad de los instrumentos de evaluación, evidencia que confirme la efectividad de la intervención y capacidad para enseñarles a los profesores a adaptar sus estilo de enseñanza al estilo de aprendizaje de los alumnos. En estos cuatro requisitos, los modelos salen reprobados.
Primero, claridad conceptual. Casi nadie esta de acuerdo en cuales son los diferentes estilos de aprendizaje de los alumnos; como mencionamos antes, hay al menos 71 modelos que difieren entre ellos sobre como concebir que es un estilo de aprendizaje.
Segundo, validez y confiabilidad de los instrumentos. Para saber a que estilo de aprendizaje pertenece cada alumno, se le suelen preguntar cosas como la siguiente: “cuando estás en una situación nueva, ¿tratas de aprender haciendo las cosas o prefieres ver primero y tratar después?”. El problema con preguntas como esta, es que es difícil saber que es una situación nueva. Además, aprender matemáticas es diferente de aprender a andar en bicicleta y cada uno de ellos va a necesitar diferentes métodos, por lo tanto nuestro aprendizaje en cada situación, y la respuesta a la anterior pregunta, va a estar sesgada según qué situación estemos pensando.
Asimismo, no se ha encontrado relación entre las clasificaciones de estilos de aprendizaje y desempeño de tareas (Kratzig y Arbuthnott, 2006). Por ejemplo, se ha encontrado que los aprendices visuales no aprenden más que los auditivos o los kinestésicos cuando se utilizan los estímulos visuales; y lo mismo podemos decir para cada una de las modalidades sensoriales.
Tercero, evidencia de efectividad. Desde 1970 a la fecha, se han realizado muchos estudios que han fallado para encontrar apoyo a esta propuesta; de hecho, se ha encontrado que los diferentes tipos de estilos de enseñanza no tienen relación con los estilos de aprendizaje de los estudiantes  (Kavale & Forness, 1987; Stahl, 1999; Zhang, 2006; Geake, 2008).
Cuarto, adaptación de los estilos de enseñanza a los estilos de aprendizaje. Una vez más encontramos que la evidencia científica es débil. Coffield y sus colaboradores (2004) demostraron que hay un apoyo mínimo de la investigación que avale la posibilidad de que se les pueda enseñar a los profesores a adaptarse a los estilos de aprendizaje de los alumnos, en parte porque sus instrumentos carecen de validez. Como vimos antes, si el inventario para evaluar a qué estilo de aprendizaje pertenecen los alumnos no sirve, entonces no puedo basarme en ellos para modificar mi estilo de enseñanza.
En este momento en que estamos muy preocupados por la educación, es cuando debemos volver nuestra mirada a la investigación y darnos cuenta de que la ciencia es útil; que, por lo menos, puede ayudarnos a no enredar más la educación con propuestas que no han sido demostradas.

Bibliografía

Parents Of Nasal Learners Demand Odor-Based Curriculum. The onion. Issue 36-09, 2000. Disponible en: http://www.theonion.com/articles/parents-of-nasal-learners-demand-odorbased-curricu,396/

Witkowski (2010). "Thirty-Five Years of Research on Neuro-Linguistic Programming. NLP Research Data Base. State of the Art or Pseudoscientific Decoration?". Polish Psychological Bulletin 41 (2): 58–66.

Hyman, R. & Rosoff, B. (1984). Matching learning and teaching styles: The jug and what´s in it. Theory into practice, 23, 35-43

Ballone, L. M. & Czerniak, C. M. (2001). Teachers´ beliefs about accommodating students´styles in science classes. Electronic Journal of Science Education, 6, 1-41

Geake, J. (2008). Neuromythologies in education. Educational Research, 50, 123-133

Coffield, F., Moseley, D., Hall, E. & Ecclestone, K. (2004). Learning styles and pedagogy in post-16 learning: A systematic and critical review. London: Learning and Skills Research Centre

Honey, P. & Mumford, A. (2000). The learning styles questionnaire: 80 item version. Maindenhead, Berkshire, UK: Peter Honey Publications.

Kratzig, G. P. & Arbuthnott, K. D. (2006). Perceptual learning style and learning proficiency: A test of the hypothesis. Journal of Educational Psychology, 98, 238-246

Kavale, K. A. & Forness, S. R. (1987). Substance over style: a quantitative synthesis assessing the efficacy of modality testing and teaching. Exceptional Child, 54, 228-239

Stahl, S. (1999). Different strokes for different folks? A critique of learning styles. American Educato, Fall, 27-31

Zhang, L. (2006). Does student-teacher thinking style match/mismatch matter in students´ achievement? Educational Psychology, 26, 395-409

Comentarios y sugerencias favor de dirigirlos a la redacción de EL OCCIDENTAL, a la siguiente cuenta de correo electrónico: jugemab1@yahoo.com.mx o en http://www.myspace.com/juangerardomartinez, en Facebook, blogger “lecturas de la mente” y twitter @JGerardoMartnez

martes, 20 de marzo de 2012

EL CATOLICISMO EN MEXICO


Lecturas de la Mente
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
El catolicismo en México

Cuestiones conceptuales
Hace no mucho, fui a una conferencia dictada por Elio Masferrer Kan, sobre su libro “Pluralidad religiosa en México. Cifras y proyecciones”. De ese libro hago un resumen de las cosas que me parecen más importantes, sobre todo ahora que el papa va a estar en tierras mexicanas.
Una religión es, siguiendo a Clifford Geertz, “un sistema de símbolos que obra para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivacionales en los hombres, formulando concepciones de un orden general de existencia y revistiendo estas concepciones con una aureola de efectividad tal que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un realismo único”.
Así, las religiones tienen algo que le llama capital simbólico (ciertas formulaciones acerca de lo que le importa a la gente) y una eficacia simbólica (esa capacidad de establecer estados anímicos y motivacionales en los hombres) que hace que sus feligreses le dediquen tiempo y recursos para el crecimiento de su sistema religioso.
Desde esta perspectiva la expansión de otras religiones no católicas en México es resultado de que ellas han acumulado eficacia simbólica y por lo tanto sus seguidores han estado dispuestos a destinarle dinero y recursos para que su religión crezca; al mismo tiempo indica que la caída de las cifras de católicos en México se debe a los escasos aportes de su feligresía al progreso de su sistema religioso.

Las cifras de la pluralidad religiosa
Las cifras oficiales del número de creyentes en México son dadas por el INEGI. En el libro Masferrer hace un análisis de las diversas metodologías que se han usado en los censos desde 1895 a la fecha y concluye que ha cambiado para mal, ya que desde el censo de 1950 no se trabaja con variables que ya estaban estandarizadas en los censos anteriores.
Por ejemplo, aparecieron categorías de respuestas, que son aparentemente neutrales, tales como “sin religión”, “no especificado”, “religión no especificada” y “se ignora o no se contesta”; pero esas opciones encubren a miembros de religiones minoritarias, que no desean exhibir su identidad religiosa y reflejan también que el INEGI no tiene los mecanismos aptos para identificar a todos aquellos que no son católicos.
A esto le agrega el Dr. Masferrer, que las autoridades del INEGI tienen un trato preferencial a la iglesia católica. Esto se evidenció en que el 3 de marzo del 2011, se presentaron los datos del censo 2010 y a ella fueron invitados solamente los responsables de la Conferencia del Episcopado Mexicano y solo a ellos se les prometió una investigación especial para desglosar los datos en función de las diócesis católicas.
Sin embargo, se nota una creciente disidencia religiosa; y es a partir de 1980 que comienza a haber una verdadera crisis del predominio católico en México ya que empieza a haber un crecimiento sostenido de evangélicos, protestantes históricos, cristianos, pentecostales, adventistas, mormones y testigos de Jehová. Este crecimiento es una constante que se expresa en todo el país, sobre todo en regiones que hasta hace unos años eran cotos cerrados del catolicismo.
Así, se ha ido construyendo una pluralidad religiosa en México. En este momento nos encontramos dentro del rango de la pluralidad media, lo que indica que la presencia católica oscila entre el 80 y el 87.99% del total de la población.
Sin embargo, el Dr. Masferrer, sospecha que el número de católicos mexicanos ha sido inflado. Sus razones son las siguientes. Oficialmente hay 82.72% de católicos, pero si observamos los datos del número de personas nacidas según el INEGI y el número de bautizados según el Anuario Estadístico de la Iglesia Católica, nos podemos dar cuenta de que la utilización de los ritos católicos ha ido descendiendo. Por ejemplo, en 1980, nacieron 2, 430, 348 personas, de las cuales fueron bautizadas 2, 029, 449, es decir, el 83.5%; pero para el 2008, nacieron 2, 636, 110 y se bautizaron a 1, 942, 579 niños, tan solo el 73.69%.
Y las cosas se ponen cada vez peor si consideramos otros sacramentos. Por ejemplo el matrimonio. En 1980, el registro civil casó a 493, 151 personas, mientras que la iglesia católica solo lo hizo con 378, 704, un 76.79%; para el 2008, se casaron en el registro civil 589, 352 parejas, mientras que en el rito católico solo lo hicieron 310, 486, lo que arroja un 52.68 % de católicos.
Si tomamos la información de las primeras comuniones y de las confirmaciones las cifras caen aun más. El promedio de las primeras comuniones nos da en el 2008 el 50.61% de católicos y con respecto a la confirmación, los datos indican un promedio de 42.14%. Por lo cual, podemos decir que en México son católicos alrededor de 52, 096, 059 habitantes, 46.37% del total de habitantes del país. Hay un claro abandono de la Iglesia Católica.

La discriminación religiosa
Una razón por la que los fervientes de religiones no católicas no expresan su verdadera convicción religiosa es el grado de discriminación que existe en México. De acuerdo a la CONAPRED un tercio de los mexicanos somos intolerantes, lo cual quiere decir que mencionar que no se es católico implica ser discriminado, maltratado, segregado y humillado.
La discriminación en México comenzó con la invasión europea y la imposición del catolicismo; pero a partir de entonces la relación de la sociedad mexicana con sus minorías esta llena de contrastes, baste recordar el trato amable dado a los menonitas y las masacres de chinos; la recepción calurosa a los exiliados republicanos españoles y la devolución de barcos cargados de judíos, que eran enviados a la Europa controlada por los nazis. Actualmente, hay expulsiones de “protestantes” de sus comunidades donde pierden derechos agrarios y tierras, además les roban sus pertenencias, sufren violación de sus mujeres o simplemente son asesinados a golpes. Además de que persiste un sistema de violación sistemática de sus derechos en forma sorda, discreta, pero no menos efectiva.
Como se mencionaba antes, un tercio de la población es intolerante ante otras religiones que no sean la católica. Por intolerante se entiende que aceptan la expulsión de personas por sus ideas religiosas, opinan que las autoridades deben de reubicar a los protestantes en otra parte, que el estado no debe de hacer nada y obedecer lo que decidió la mayoría y sacar a los protestantes.
Jalisco es un estado curioso, porque a nivel estatal es uno de los estados con menores opiniones intolerantes, donde 72% de su población estaría dispuesta a defender los derechos de los protestantes. Pero, Guadalajara en lo particular tiene un 33.7% de opiniones negativas a los pertenecientes a otras religiones, lo que la ubica en el quinto lugar de ciudades más intolerantes. Esta situación se agudiza a nivel barrial, donde Jalisco está en el nivel más alto de intolerancia con un 45.3%.
Todas estas cifras indican años de penurias y vejaciones que han tenido que soportar y soportan actualmente millones de personas en México. Espero que la visita del papa sea un motivo de reflexión y dejemos atrás estas actitudes que no corresponden un México mejor.


Masferrer Kan, Elio. Pluralidad religiosa en México. Cifras y proyecciones. Primera edición. Libros de la Araucaria, Buenos Aires, Argentina. 2011.

Encuesta Nacional Sobre la Discriminación en México. Resultados Generales. 2010. Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación. Disponible en: http://www.equidad.scjn.gob.mx/IMG/pdf/ENADIS-2010-RG-SemiAccs-02.pdf

lunes, 12 de marzo de 2012

¿Por que ayudamos a unos y no a otros?


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

¿Por qué ayudamos a unos y no a otros?
Jessica McClure tenía 18 meses de edad en 1987; estaba jugando en el patio de la casa de su tía en Midland, Texas, EEUU, cuando cayó en un pozo de agua de siete metros de profundidad y quedó atrapada. Su rescate fue seguido por millones de persona en todo el mundo y, al ser finalmente rescatada, generó tanta alegría que después del rescate, la familia recibió 700, 000 dólares en donaciones.
Para 1994 ocurrió el genocidio en Ruanda cuando los Hutus asesinaron a unos 800, 000 Tutsis y la cobertura que realizó la cadena de noticias de la CNN fue mucho menor que la dedicada a la tragedia de la niña. ¿Por qué?
Se trata de un asunto muy complejo que involucra factores como la falta de información sobre la evolución de un determinado acontecimiento, el racismo, la magnitud de la tragedia y la distancia que hay entre nosotros y el lugar en donde está ocurriendo el problema. Pero lo que nos interesa aquí son los procesos psicológicos que subyacen al altruismo ya que nos permitirán pensar sobre nuestro propio comportamiento.

Víctima identificable  
Por increíble que nos parezca, somos mucho más sensibles al sufrimiento de un individuo que el sufrimiento de una masa de personas. Small y Loewenstein realizaron un experimento en el 2005 en el que, por llenar un cuestionario, a los participantes les daban 5 dólares. Al terminar se les daba información sobre el problema del hambre en el mundo y se les preguntaba cuánto estaban dispuestos a donar.
Esa información sobre el hambre se les dio en dos versiones, en una se les daba datos estadísticos como a cuantas personas estaba afectando la escases de alimentos, la cantidad de lluvia que había caído y el número de personas que se había tenido que mover de residencia debido al hambre. Había otro grupo se les proporcionaba información sobre Rokia, una niña de 7 años de Mali, que vivía en extrema pobreza y estaba a punto de morir de inanición.
Ellos encontraron que a los que se les dieron la información de la niña donaron el doble comparados con los del grupo de estadísticas. A esto se le llama el efecto de la víctima identificable.
En otras investigaciones se ha encontrado (Catherine Spence, 2006) que a mayor número de víctimas, menor es el dinero recibido en donativos. Incluso, se capta menos dinero si el donativo que se pide es para la prevención, más que para salvar a personas que ya están enfermas.

Una gota en el océano
Experimentos como estos y otro más, demuestran que estamos más dispuestos a donar dinero, tiempo y esfuerzo para ayudar a víctimas identificables, pero ¿Cuáles son las razones de esta forma de actuar?
En primer lugar está la proximidad, ya sea física o bien los sentimientos de parentesco; no sólo no conocemos personalmente a la inmensa mayoría de las personas que sufren, sino que además nos resulta difícil sentir tanta empatía hacía ellas como hacia nuestros parientes, amigos y vecinos.
Un segundo factor se llama intensidad. Si alguien se corta el dedo y no grita, llora y enseña la piel desgarrada y sangrante es poco probable que nos conmueva. Por último, existe el llamado efecto de una gota de agua en el océano, el cual señala que la fe que tenemos en nuestra capacidad individual de ayudar a las víctimas disminuyen entre más grande sea el problema.

El sr. Spock es inhumano
Lo que nos dicen las investigaciones es que para hacer que las personas sean altruistas debemos de mover los sentimientos de los sujetos, haciéndonos sentir a las víctimas como cercanas, verlas como sufren y que podemos hacer algo por ellas.
Pero también nos dicen algo que es mucho más interesante y perturbador: el pensamiento racional bloquea la empatía. Small y colaboradores (2007) realizaron un experimento que nos lo demuestra; en su estudio dividieron a sus participantes en dos grupos, a unos les pusieron a resolver un problema matemático y a otros les pidieron que pensaran en un político (para hacerlos enojar). Posteriormente les pusieron las dos reseñas del problema de hambre que mencionamos antes (la condición estadística y la de la niña Rokia).
Desgraciadamente, a quienes se les había puesto en un modo calculador (como el señor Spock de la serie “Viaje a las estrellas”) se volvieron unos avaros, ya que donaban una cantidad muy pequeña para ayudar a paliar el hambre, no solo en la condición en la que habían leído las estadísticas, sino que también, y lo que es más deprimente, en la condición en la que habían leído la historia de Rokia.

Combatir la desigualdad
Para miles de millones de personas el hambre y las enfermedades es una realidad cotidiana; en el caso del tercer mundo estamos hablando de unos tres mil millones de personas que viven con menos de 2 dólares al día (World Development Report, 2000).
Las investigaciones que ha realizado Daniel Kahneman han confirmado que el dinero extra les es indiferente a los ricos, mientras que es vital para los pobres. De esto se deduce que si el dinero pasara de un rico a un pobre, la persona pobre experimentaría un grado de felicidad mayor que la que perdería la persona rica; así un país tendría un mayor nivel de felicidad media cuanto más equitativo esté distribuido el dinero.
Como sociedad podríamos poner como objetivo combatir la pobreza ya sea por medio de las donaciones altruistas, pero también por medio de políticas económicas que combatan la desigualdad.
En ambas estrategias la cooperación es indispensable. La cooperación puede ser el resultado de que tenemos miedo al castigo (Wolpin, 1979), o por mantener una reputación (Wilson, 1993), pero sobre todo porque tenemos un sentido moral innato que nos produce placer cuando hacemos lo correcto.
En un experimento, se pidió a los participantes que jugaran un juego en el que se podía cooperar o hacer trampa. Cuando los sujetos cooperaban, las áreas del cerebro que corresponden a las experiencias gratificantes se activaban, y esto ocurría antes de que supiera si su oponente jugaría limpio, por lo que no sabía si saldría beneficiado o no. En este sentido, la virtud era una recompensa. Así pues, al menos algunas veces, nuestro cerebro hace que nos sintamos mejor cuando nos comportamos bien (Rilling y cols., 2002).

Bibliografía
Deborah Small y George Loewenstein. The devil you know: the effects of identifiability on punishment. Journal of behavioral decision makin. (2005) 18, 5, p. 311-318

Catherine Spence. Mismatching money and need. En Keith Epstein, Crisis Mentality: Why sudden emergencies attract more funds than do chronic conditions, and how nonprofits can change that. Stanford social Innovation Review, primavera de 2006, p. 48-57 http://www.ssireview.org/articles/entry/crisis_mentality

Deborah Small, George Loewenstein y Paul Slovic. Sympathy and Callousness: The impact of Deliberative Thought on donations to identifiable and statistical victims. Organizational behavior and human decision process, (2007) 102 (2), 143-153

Informe de Desarrollo Mundial, 2000-2001, prefacio. Disponible en: http://siteresources.worldbank.org/INTPOVERTY/Resources/WDR/Spoverv.pdf

Wolpin, K. (1979). A time-series cross-section analysis of international variation in crime and punishment. Review of economic and statistics, 62, p. 417-423

Wilson, J. Q. (1993). The moral sense, Nueva York, Free Press

Rilling, J., Gutman, D., Zeh, T., Pagnoni, G., Berns, G. y Kilts, C. (2002). A neural basis for social cooperation. Neuron, 35, p. 395-405


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jueves, 8 de marzo de 2012

LA FALSEDAD DE LOS RECUERDOS REPRIMIDOS


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

La falsedad de los recuerdos reprimidos

Recuerdos como haber sido abusado sexualmente en la infancia por sus propios padres, haber sido parte de rituales satánicos y participado en la muerte y canibalismo de niños, más otras muchas más inmundicias; todo esto lo recordaban unos 200 pacientes del Dr. Kenneth Olson como resultado de haber sido sometidos a su famosa “terapia de recuperación de recuerdos”.
Todo ello falso.
Este es uno de los mitos más extendidos que hay dentro de la psicología. Creer que hay eventos que son demasiado terribles como para poder enfrentarlos y que lo mejor es alejarlos de nuestra conciencia. A esta inhabilidad de recordar eventos traumáticos y que no puede ser explicada como un olvido normal, se le conoce como amnesia disociativa (American Psychiatric Association, 2000).
Semejante afirmación ha sido motivo de intensos debates desde que, a finales del siglo XIX, Sigmund Freud comenzó con el psicoanálisis; pero hay muchos investigadores en la actualidad que afirman que semejante aseveración es puro folklore psiquiátrico que carece de evidencia empírica (McNally, 2003).

El cine tiene la culpa
Parte de la culpa de su persistencia la podemos ubicar en los medios masivos de comunicación que la han utilizado como argumento en una buena cantidad de películas y series de televisión. Por solo mencionar una, en Batman se supone que Bruno Díaz fue testigo del asesinato de sus padres pero lo reprimió. También hay varios libros de auto-ayuda que dan por sentado que ser testigo en la infancia de un asesinato o haber sido víctima de abusos sexuales se va a olvidar. Así tenemos el ejemplo de Judith Blume (1990) la cual asegura que “la mitad de todos los sobrevivientes del incesto no recuerdan que ocurrió semejante abuso”; o bien Renee Frederickson (1992) quien asevera que “millones de personas han bloqueado años de horribles episodios de abuso, incluso han olvidado toda su infancia”.
Por ello no es de sorprender que haya muchísima gente que cree en semejante idea. En una encuesta llevada a cabo por Jonathan Golding y sus colegas (1996) en que entrevistó a 613 estudiantes de licenciatura, 89 % de ellos dijeron que habían reprimido recuerdos de su infancia y que debería de admitirse en las cortes de justicia penal como evidencia para sentenciar a la cárcel a aquellos que habían cometido los abusos.

El psicoanálisis, la fuente del mito
El origen de este mito, como muchos otros, se remonta a los escritos de Sigmund Freud sobre la represión. Él creía que la neurosis y la histeria eran producto de este mecanismo psíquico (Freud 1894) el cual causaba un olvido motivado ya sea de memorias molestas o de impulsos (McNally, 2003). En la actualidad, la represión es parte fundamental de algunas variedades de psicoanálisis (Galatzer-Levy, 1997) y de todas aquellas terapias de recuperación de recuerdos reprimidos (Crews, 1995).
Para mediados de la década de los 90´s, más o menos como el sesenta porciento de los terapeutas entrevistados en una investigación, creían que la represión era la causa de que se olvidaran eventos del pasado y cuarenta porciento de ellos creían que las personas no pueden recordar mucho de su niñez porque habían reprimido eventos traumáticos que les pasaron en esa época (Yapko, 1994). Además, como tres cuartos de los terapeutas reportaron usar al menos una técnica de recuperación de recuerdos reprimidos, ya sea por hipnosis, imaginación guiada o simplemente preguntando una y otra vez sobre abusos en la infancia (Poole y cols., 1995). Adicionalmente, un cuarto de ellos respondieron que la recuperación de recuerdos era una parte fundamental de su terapia y que en tan solo dos sesiones eran capaces de identificar quienes habían reprimido recuerdos. Resultados similares se han encontrado en otras investigaciones (Polusny y Follete, 1996).

La evidencia en contra
El problema con todo esto, es que la base de esta creencia han sido reportes clínicos y no investigación controlada. Hay montones de anécdotas de gente que parece recobrar décadas de su vida que había olvidado cuando asisten a psicoterapia.
Sin embargo, si nos ponemos a hacer una revisión de los últimos 60 años de investigaciones no vamos a encontrar una evidencia convincente de que existe la represión. Por ejemplo, Richard McNally (2003), concluye que no hay apoyo científico de que hay memorias reprimidas, que generalmente fallan en verificar la existencia de un evento traumático en la infancia y usualmente explican la pérdida de la memoria más en términos ordinarios de olvido y no de represión.
Incluso, la evidencia sugiere que más que olvidar los eventos traumáticos, estos se recuerdan mucho, sobre todo en la forma de imágenes intrusivas (Shobe y Kihlstrom, 1997).
Si a esto le agregamos que los supuestos recuerdos recuperados hacen referencia a eventos poco plausibles (como rituales satánicos) o francamente imposibles (ser secuestrado por alienígenas), la sustentabilidad de estos recuerdos cae por tierra. Además, un problemas mas que tienen los psicoterapeutas con este tema, es que no saben distinguir entre un recuerdo fidedigno y uno falso recuerdo, un fenómeno descubierto y bien investigado por Elizabeth Loftus (1993).
Una dificultad más para creer en la amnesia disociativa, es que el hecho de que una persona no hable de una situación traumática, no quiere decir que se le olvidó o que se le reprimió, sino solo que no quiere hablar de eso a la primera que se le pregunta. En un estudio reportado en el 2003, Goodman y sus coautores, entrevistaron en varias ocasiones a 175 víctimas de violencia sexual en su infancia, y fue hasta la tercera ocasión que lograron obtener información de ese evento.
Como es probable que esta creencia en las memorias reprimidas sea un signo de nuestros tiempos, el psiquiatra Harrison Pope y sus colegas (2006) ofrecieron mil dólares a quien les diera una referencia a la amnesia disociativa para un evento traumático en cualquier obra real o ficticia, en cualquier lenguaje, antes de 1800. De 100 respuestas que obtuvieron ninguna pudo demostrar claramente que se trataba de una amnesia disociativa; esto a diferencia de otros fenómenos psicológicos como las alucinaciones de los que sí se puede hacer un seguimiento hasta la antigüedad. Así, concluyeron que la creencia en la memoria reprimida es un producto cultural reciente que inició en el siglo XIX.
Así que si no existen las memorias reprimidas, entonces se debe apostar por otras explicaciones, como la parálisis del sueño, un fenómeno que se presenta al interrumpirse el ciclo normal de sueño (cuando dicen que se les subió el muerto) y que normalmente se liga a sensaciones de terror ya que se siente que hay alguien que nos está inmovilizando, lo que fácilmente puede interpretarse como una violación (McNally, 2007).
Pero, si a pesar de todas estas evidencias creen que pueden encontrarse un caso de memorias reprimidas, hay un capítulo de un libro escrito por Schooler y colaboradores (1997) quienes presentan un abordaje cognitivo para lograr establecer la veracidad de los recuerdos reprimidos; ellos sugieren la búsqueda de elementos confirmatorios y de testigos que corroboren lo que el paciente está recordando en la terapia. Solo así se podría creer que realmente pasó algo que se olvidó.

Bibliografía

American Psychiatric Association. (2000). Diagnostic and statistical manual of mental disorders (4th ed, rext rev). Washington, DC

McNally, R. J. (2003). Remembering trauma. Cambridge, MA: Harvard University Press.

Blume, S. E. (1990). Secret survivors: Uncovering incest and its aftereffects in women. Chichester: John Wiley & Sons.

Frederickson, R. (1992). Repressed memories. New York: Fireside.

Golding, J. M., Sanchez, R. P., & Sego, S. A. (1996). Do you believe in repressed memories? Professional Psychology: Research and Practice, 27, 429-437

Freud, S. (1894). The psycho-neuroses of defense. Standard Edition, 13, 255-278

Galatzer-Levy, R. M. (1997). Psychoanalysis, memory, and trauma. London: Oxford University Press.

Crews, F. (1995). The memory wars: Freud´s legacy in dispute. New York: New York Book Review.

Yapko, M. D.(1994). Suggestibility and repressed memories of abuse: A survey of psychotherapist´s beliefs. American Journal of Clinical Hypnosis, 36, 163-171

Poole, D. A., Lindsay, D. S., Memon, A., & Bull, R. (1995). Psychotherapist´s opinions, practices, and experiences with recovery of memories of incestuous abuse. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 68, 426-437

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Shobe, K. K., & Kihlstrom, J. F. (1997). Is traumatic memory special? Current Directions in Psychological Science, 6, 70-74

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