LECTURAS DE LA
MENTE
Por Juan Gerardo
Martínez Borrayo
Departamento de
Neurociencias
Universidad de
Guadalajara
La falsedad de los recuerdos reprimidos
Recuerdos como haber sido abusado sexualmente
en la infancia por sus propios padres, haber sido parte de rituales satánicos y
participado en la muerte y canibalismo de niños, más otras muchas más
inmundicias; todo esto lo recordaban unos 200 pacientes del Dr. Kenneth Olson
como resultado de haber sido sometidos a su famosa “terapia de recuperación de
recuerdos”.
Todo ello falso.
Este es uno de los mitos más extendidos que hay
dentro de la psicología. Creer que hay eventos que son demasiado terribles como
para poder enfrentarlos y que lo mejor es alejarlos de nuestra conciencia. A esta
inhabilidad de recordar eventos traumáticos y que no puede ser explicada como un
olvido normal, se le conoce como amnesia disociativa (American Psychiatric
Association, 2000).
Semejante afirmación ha sido motivo de intensos
debates desde que, a finales del siglo XIX, Sigmund Freud comenzó con el
psicoanálisis; pero hay muchos investigadores en la actualidad que afirman que
semejante aseveración es puro folklore psiquiátrico que carece de evidencia
empírica (McNally, 2003).
El cine tiene la culpa
Parte de la culpa de su persistencia la podemos
ubicar en los medios masivos de comunicación que la han utilizado como argumento
en una buena cantidad de películas y series de televisión. Por solo mencionar una,
en Batman se supone que Bruno Díaz fue testigo del asesinato de sus padres pero
lo reprimió. También hay varios libros de auto-ayuda que dan por sentado que
ser testigo en la infancia de un asesinato o haber sido víctima de abusos
sexuales se va a olvidar. Así tenemos el ejemplo de Judith Blume (1990) la cual
asegura que “la mitad de todos los sobrevivientes del incesto no recuerdan que
ocurrió semejante abuso”; o bien Renee Frederickson (1992) quien asevera que “millones
de personas han bloqueado años de horribles episodios de abuso, incluso han
olvidado toda su infancia”.
Por ello no es de sorprender que haya muchísima
gente que cree en semejante idea. En una encuesta llevada a cabo por Jonathan
Golding y sus colegas (1996) en que entrevistó a 613 estudiantes de
licenciatura, 89 % de ellos dijeron que habían reprimido recuerdos de su
infancia y que debería de admitirse en las cortes de justicia penal como
evidencia para sentenciar a la cárcel a aquellos que habían cometido los
abusos.
El psicoanálisis, la fuente del mito
El origen de este mito, como muchos otros, se
remonta a los escritos de Sigmund Freud sobre la represión. Él creía que la
neurosis y la histeria eran producto de este mecanismo psíquico (Freud 1894) el
cual causaba un olvido motivado ya sea de memorias molestas o de impulsos
(McNally, 2003). En la actualidad, la represión es parte fundamental de algunas
variedades de psicoanálisis (Galatzer-Levy, 1997) y de todas aquellas terapias
de recuperación de recuerdos reprimidos (Crews, 1995).
Para mediados de la década de los 90´s, más o
menos como el sesenta porciento de los terapeutas entrevistados en una
investigación, creían que la represión era la causa de que se olvidaran eventos
del pasado y cuarenta porciento de ellos creían que las personas no pueden
recordar mucho de su niñez porque habían reprimido eventos traumáticos que les
pasaron en esa época (Yapko, 1994). Además, como tres cuartos de los terapeutas
reportaron usar al menos una técnica de recuperación de recuerdos reprimidos, ya
sea por hipnosis, imaginación guiada o simplemente preguntando una y otra vez
sobre abusos en la infancia (Poole y cols., 1995). Adicionalmente, un cuarto de
ellos respondieron que la recuperación de recuerdos era una parte fundamental
de su terapia y que en tan solo dos sesiones eran capaces de identificar quienes
habían reprimido recuerdos. Resultados similares se han encontrado en otras
investigaciones (Polusny y Follete, 1996).
La evidencia en contra
El problema con todo esto, es que la base de
esta creencia han sido reportes clínicos y no investigación controlada. Hay montones
de anécdotas de gente que parece recobrar décadas de su vida que había olvidado
cuando asisten a psicoterapia.
Sin embargo, si nos ponemos a hacer una
revisión de los últimos 60 años de investigaciones no vamos a encontrar una
evidencia convincente de que existe la represión. Por ejemplo, Richard McNally
(2003), concluye que no hay apoyo científico de que hay memorias reprimidas,
que generalmente fallan en verificar la existencia de un evento traumático en
la infancia y usualmente explican la pérdida de la memoria más en términos ordinarios
de olvido y no de represión.
Incluso, la evidencia sugiere que más que
olvidar los eventos traumáticos, estos se recuerdan mucho, sobre todo en la
forma de imágenes intrusivas (Shobe y Kihlstrom, 1997).
Si a esto le agregamos que los supuestos
recuerdos recuperados hacen referencia a eventos poco plausibles (como rituales
satánicos) o francamente imposibles (ser secuestrado por alienígenas), la
sustentabilidad de estos recuerdos cae por tierra. Además, un problemas mas que
tienen los psicoterapeutas con este tema, es que no saben distinguir entre un
recuerdo fidedigno y uno falso recuerdo, un fenómeno descubierto y bien
investigado por Elizabeth Loftus (1993).
Una dificultad más para creer en la amnesia
disociativa, es que el hecho de que una persona no hable de una situación
traumática, no quiere decir que se le olvidó o que se le reprimió, sino solo
que no quiere hablar de eso a la primera que se le pregunta. En un estudio
reportado en el 2003, Goodman y sus coautores, entrevistaron en varias
ocasiones a 175 víctimas de violencia sexual en su infancia, y fue hasta la
tercera ocasión que lograron obtener información de ese evento.
Como es probable que esta creencia en las
memorias reprimidas sea un signo de nuestros tiempos, el psiquiatra Harrison
Pope y sus colegas (2006) ofrecieron mil dólares a quien les diera una
referencia a la amnesia disociativa para un evento traumático en cualquier obra
real o ficticia, en cualquier lenguaje, antes de 1800. De 100 respuestas que
obtuvieron ninguna pudo demostrar claramente que se trataba de una amnesia
disociativa; esto a diferencia de otros fenómenos psicológicos como las
alucinaciones de los que sí se puede hacer un seguimiento hasta la antigüedad. Así,
concluyeron que la creencia en la memoria reprimida es un producto cultural reciente
que inició en el siglo XIX.
Así que si no existen las memorias reprimidas,
entonces se debe apostar por otras explicaciones, como la parálisis del sueño,
un fenómeno que se presenta al interrumpirse el ciclo normal de sueño (cuando
dicen que se les subió el muerto) y que normalmente se liga a sensaciones de
terror ya que se siente que hay alguien que nos está inmovilizando, lo que
fácilmente puede interpretarse como una violación (McNally, 2007).
Pero, si a pesar de todas estas evidencias creen
que pueden encontrarse un caso de memorias reprimidas, hay un capítulo de un
libro escrito por Schooler y colaboradores (1997) quienes presentan un abordaje
cognitivo para lograr establecer la veracidad de los recuerdos reprimidos;
ellos sugieren la búsqueda de elementos confirmatorios y de testigos que
corroboren lo que el paciente está recordando en la terapia. Solo así se podría
creer que realmente pasó algo que se olvidó.
Bibliografía
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M. (1997). A cognitive corroborative case study approach for investigating
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Recollections of trauma: Scientific evidence and clinical practice (pp.
379-388). New York: Plenum.
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