lunes, 12 de marzo de 2012

¿Por que ayudamos a unos y no a otros?


LECTURAS DE LA MENTE
Por Juan Gerardo Martínez Borrayo
Departamento de Neurociencias
Universidad de Guadalajara

¿Por qué ayudamos a unos y no a otros?
Jessica McClure tenía 18 meses de edad en 1987; estaba jugando en el patio de la casa de su tía en Midland, Texas, EEUU, cuando cayó en un pozo de agua de siete metros de profundidad y quedó atrapada. Su rescate fue seguido por millones de persona en todo el mundo y, al ser finalmente rescatada, generó tanta alegría que después del rescate, la familia recibió 700, 000 dólares en donaciones.
Para 1994 ocurrió el genocidio en Ruanda cuando los Hutus asesinaron a unos 800, 000 Tutsis y la cobertura que realizó la cadena de noticias de la CNN fue mucho menor que la dedicada a la tragedia de la niña. ¿Por qué?
Se trata de un asunto muy complejo que involucra factores como la falta de información sobre la evolución de un determinado acontecimiento, el racismo, la magnitud de la tragedia y la distancia que hay entre nosotros y el lugar en donde está ocurriendo el problema. Pero lo que nos interesa aquí son los procesos psicológicos que subyacen al altruismo ya que nos permitirán pensar sobre nuestro propio comportamiento.

Víctima identificable  
Por increíble que nos parezca, somos mucho más sensibles al sufrimiento de un individuo que el sufrimiento de una masa de personas. Small y Loewenstein realizaron un experimento en el 2005 en el que, por llenar un cuestionario, a los participantes les daban 5 dólares. Al terminar se les daba información sobre el problema del hambre en el mundo y se les preguntaba cuánto estaban dispuestos a donar.
Esa información sobre el hambre se les dio en dos versiones, en una se les daba datos estadísticos como a cuantas personas estaba afectando la escases de alimentos, la cantidad de lluvia que había caído y el número de personas que se había tenido que mover de residencia debido al hambre. Había otro grupo se les proporcionaba información sobre Rokia, una niña de 7 años de Mali, que vivía en extrema pobreza y estaba a punto de morir de inanición.
Ellos encontraron que a los que se les dieron la información de la niña donaron el doble comparados con los del grupo de estadísticas. A esto se le llama el efecto de la víctima identificable.
En otras investigaciones se ha encontrado (Catherine Spence, 2006) que a mayor número de víctimas, menor es el dinero recibido en donativos. Incluso, se capta menos dinero si el donativo que se pide es para la prevención, más que para salvar a personas que ya están enfermas.

Una gota en el océano
Experimentos como estos y otro más, demuestran que estamos más dispuestos a donar dinero, tiempo y esfuerzo para ayudar a víctimas identificables, pero ¿Cuáles son las razones de esta forma de actuar?
En primer lugar está la proximidad, ya sea física o bien los sentimientos de parentesco; no sólo no conocemos personalmente a la inmensa mayoría de las personas que sufren, sino que además nos resulta difícil sentir tanta empatía hacía ellas como hacia nuestros parientes, amigos y vecinos.
Un segundo factor se llama intensidad. Si alguien se corta el dedo y no grita, llora y enseña la piel desgarrada y sangrante es poco probable que nos conmueva. Por último, existe el llamado efecto de una gota de agua en el océano, el cual señala que la fe que tenemos en nuestra capacidad individual de ayudar a las víctimas disminuyen entre más grande sea el problema.

El sr. Spock es inhumano
Lo que nos dicen las investigaciones es que para hacer que las personas sean altruistas debemos de mover los sentimientos de los sujetos, haciéndonos sentir a las víctimas como cercanas, verlas como sufren y que podemos hacer algo por ellas.
Pero también nos dicen algo que es mucho más interesante y perturbador: el pensamiento racional bloquea la empatía. Small y colaboradores (2007) realizaron un experimento que nos lo demuestra; en su estudio dividieron a sus participantes en dos grupos, a unos les pusieron a resolver un problema matemático y a otros les pidieron que pensaran en un político (para hacerlos enojar). Posteriormente les pusieron las dos reseñas del problema de hambre que mencionamos antes (la condición estadística y la de la niña Rokia).
Desgraciadamente, a quienes se les había puesto en un modo calculador (como el señor Spock de la serie “Viaje a las estrellas”) se volvieron unos avaros, ya que donaban una cantidad muy pequeña para ayudar a paliar el hambre, no solo en la condición en la que habían leído las estadísticas, sino que también, y lo que es más deprimente, en la condición en la que habían leído la historia de Rokia.

Combatir la desigualdad
Para miles de millones de personas el hambre y las enfermedades es una realidad cotidiana; en el caso del tercer mundo estamos hablando de unos tres mil millones de personas que viven con menos de 2 dólares al día (World Development Report, 2000).
Las investigaciones que ha realizado Daniel Kahneman han confirmado que el dinero extra les es indiferente a los ricos, mientras que es vital para los pobres. De esto se deduce que si el dinero pasara de un rico a un pobre, la persona pobre experimentaría un grado de felicidad mayor que la que perdería la persona rica; así un país tendría un mayor nivel de felicidad media cuanto más equitativo esté distribuido el dinero.
Como sociedad podríamos poner como objetivo combatir la pobreza ya sea por medio de las donaciones altruistas, pero también por medio de políticas económicas que combatan la desigualdad.
En ambas estrategias la cooperación es indispensable. La cooperación puede ser el resultado de que tenemos miedo al castigo (Wolpin, 1979), o por mantener una reputación (Wilson, 1993), pero sobre todo porque tenemos un sentido moral innato que nos produce placer cuando hacemos lo correcto.
En un experimento, se pidió a los participantes que jugaran un juego en el que se podía cooperar o hacer trampa. Cuando los sujetos cooperaban, las áreas del cerebro que corresponden a las experiencias gratificantes se activaban, y esto ocurría antes de que supiera si su oponente jugaría limpio, por lo que no sabía si saldría beneficiado o no. En este sentido, la virtud era una recompensa. Así pues, al menos algunas veces, nuestro cerebro hace que nos sintamos mejor cuando nos comportamos bien (Rilling y cols., 2002).

Bibliografía
Deborah Small y George Loewenstein. The devil you know: the effects of identifiability on punishment. Journal of behavioral decision makin. (2005) 18, 5, p. 311-318

Catherine Spence. Mismatching money and need. En Keith Epstein, Crisis Mentality: Why sudden emergencies attract more funds than do chronic conditions, and how nonprofits can change that. Stanford social Innovation Review, primavera de 2006, p. 48-57 http://www.ssireview.org/articles/entry/crisis_mentality

Deborah Small, George Loewenstein y Paul Slovic. Sympathy and Callousness: The impact of Deliberative Thought on donations to identifiable and statistical victims. Organizational behavior and human decision process, (2007) 102 (2), 143-153

Informe de Desarrollo Mundial, 2000-2001, prefacio. Disponible en: http://siteresources.worldbank.org/INTPOVERTY/Resources/WDR/Spoverv.pdf

Wolpin, K. (1979). A time-series cross-section analysis of international variation in crime and punishment. Review of economic and statistics, 62, p. 417-423

Wilson, J. Q. (1993). The moral sense, Nueva York, Free Press

Rilling, J., Gutman, D., Zeh, T., Pagnoni, G., Berns, G. y Kilts, C. (2002). A neural basis for social cooperation. Neuron, 35, p. 395-405


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