LECTURAS DE LA
MENTE
Por Juan Gerardo
Martínez Borrayo
Departamento de
Neurociencias
Universidad de
Guadalajara
El mito del votante racional
Corría el año de 1767, cuando el rey de España Carlos III, decretó la
expulsión de los jesuitas de todos sus territorios, incluida la Nueva España,
la cual estaba entonces gobernada por el virrey Carlos Francisco de Croix,
marqués de Croix, quien publicó una proclama en la cual advertía a los vasallos
que deberían de aceptar las leyes del rey “Pues de una vez para lo venidero
deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que
nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos
asuntos del gobierno”.
La democracia presupone precisamente lo contrario: que nacimos para
discutir y opinar en los altos asuntos del gobierno. Pero ¿y que tal si tenemos
creencias que están mal con respecto a temas de relevancia política y
económica? Esto es lo que preocupó a Bryan Caplan, un economista de los Estados
Unidos que escribió un libro llamado “El mito del votante racional” que es el
que me permito resumir aquí.
En ese libro divide en cuatro categorías los errores de los electores
gringos: Los
prejuicios contra el mercado, los cuales tienen su raíz en pensar que los
asuntos de comercio y beneficio son juegos de suma cero en los que el beneficio
de una persona es la pérdida de otra. No han aprendido que el libre intercambio
es una situación en la que ganan ambas partes y que en un mercado libre los
beneficios llegan con la innovación en la reducción de costos.
Los prejuicios
contra los extranjeros, vestigio quizá del hombre primitivo, consisten en
desconfiar "de ellos", incluso cuando nuestra prosperidad se
incrementa en función de lo global que es la división del trabajo. Los
extranjeros no quieren invadirnos; quieren vendernos cosas útiles.
Los prejuicios a
favor del trabajo son la creencia de que lo que nos hace ricos son los empleos,
en lugar de los bienes, y que por lo tanto cualquier cosa que elimine puestos
de trabajo es mala. Si eso fuera realmente cierto, podríamos prosperar
ilegalizando todos los inventos creados después de 1920. ¡Piense en todos los
puestos de trabajo que crearía!
Finalmente, los
prejuicios pesimistas son la opinión de que cualquier problema económico es
prueba de un declive más general. ¡Hay muchas personas que realmente se creen
que somos más pobres de lo que lo eran nuestros abuelos!
Permítanme explicar
un poco más a detalle dos de estos sesgos que creo nos quedan más a los
mexicanos. El del trabajo y el del pesimismo.
Sesgo a favor de la creación de empleos
Se cree que generar empleos es la esencia del
crecimiento económico, cuando podría plantearse las cosas completamente al
revés: la destrucción de empleos como la esencia del crecimiento. La idea es
que es la productividad y no el empleo lo que hace crecer a los países.
Si se les pregunta directamente a las personas
si es mejor poca productividad contra mucha productividad, pocas personas
estarían a favor de la primera opción. Pero si se les pregunta sobre la
creación de empleos las cosas cambian. El problema es que los solo generar
trabajo es malo porque no aumenta la cantidad de bienes que se producen. Entonces,
si tenemos mucha gente produciendo lo que poca gente podría producir, no se
crea riqueza sino pobreza.
El ejemplo clásico es la revolución industrial.
Cuando aparecieron máquinas que podían hacer el trabajo de muchos empleados,
estos comenzaron a destruirlas por temor a perder su trabajo. Pero a la larga,
las máquinas aumentaron la productividad y se generó más riqueza y más
trabajos.
El problema es que como individuos, para
prosperar, solo se necesita tener un trabajo. Pero como sociedad, para que haya
prosperidad, se requiere de los individuos generen su trabajo, creando bienes y
servicios que otros necesitan.
Para progresar, lo que se requiere es
incrementar la proporción en que un esfuerzo da un resultado. Frédéric Bastiat,
un economista francés, decía un poco en broma, que el arquetipo de esta forma
de trabajo es Dios: Él sin esfuerzo alguno puede lograr resultados infinitos.
Veamos un ejemplo, en 1800 95 de cada 100
gringos eran necesarios para alimentar a los EEUU; para 1900 esa proporción se
redujo al 40%; en la actualidad se necesita solo el 3 %.
Esta idea es dura, razón por la cual es
impopular. Es cierto que los momentos de transición son difíciles, pero
requieren adaptación por parte de las personas. Recuerdo una anécdota que me
contó mi hermano que trabajó en un banco cuando estos comenzaron a fusionarse
entre ellos. Uno de los empleados más viejos no pudo adaptarse a usar
computadora y decidió renunciar antes que aprender a usarlas.
Claro que no todos están de acuerdo con esta
visión. La Organización Internacional del Trabajo, propone todo lo contrario,
que la generación de empleos ocupe un lugar importante en las políticas económicas
y sociales de los países. Esta organización creo un documento llamado Programa
Global de Empleo en donde expone su visión.
Prejuicios pesimistas
En general, todas las personas tienden a pensar
que las condiciones económicas no son tan buenas como en realidad son. Siempre se
dice que las cosas van de mal a peor. Es una tendencia a sobre-estimar la
severidad de los problemas económicos.
Caplan hace la siguiente analogía. Supóngase que
se lleva a un médico pesimista un paciente que tiene 102 grados (Fahrenheit);
el galeno puede decir que tiene una “fiebre peligrosa”, pero también exagerar
que al paciente solo le van a quedar dos semanas de vida.
El pesimismo sobre la economía tiene la misma
estructura. Se puede ser pesimista sobre los síntomas de problemas en la
economía o sobre toda la economía. Su sugerencia es que deberíamos de tomar
distancia y ver el progreso utilizando periodos de tiempo lo suficientemente
grandes.
Me voy a permitir dar solo unos datos del libro
“Optimismo racional” de Matt Ridley. Desde 1800, la población mundial se ha
multiplicado por seis y, sin embargo, la esperanza de vida es más del doble y
el ingreso real se ha incrementado más de nueve veces. Tomando una perspectiva
más corta, en 2005, comparado con 1955, el ser humano promedio del planeta Tierra
ganaba casi tres veces más dinero (corregido por la inflación), comía un tercio
más de calorías de comida, enterraba un tercio menos de hijos y podía esperar
vivir un tercio más de vida.
Como muestra de que las cosas no van tan mal y
que, de hecho, van a ir mejor, presento una de las gráficas del libro en la que
se observan las previsiones para el Producto Interno Bruto o PIB, el PIB per
cápita y la población mundial para los siguientes cien años. Como se puede
observar, las cosas pintan bien.
Bibliografía
Caplan, Rryan. The myth of rational voter. Why
democracies choose bad policies. Princenton University Press, 2006
Ridley, Matt. El optimista racional. ¿Tiene límites la capacidad de
progreso de la raza humana?. Taurus, 2010
Comentarios
y sugerencias favor de dirigirlos a la redacción de EL OCCIDENTAL, a la
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