LECTURAS DE LA
MENTE
Por Juan Gerardo
Martínez Borrayo
Departamento de
Neurociencias
Universidad de
Guadalajara
¿Qué tan malo es reprobar?
Debo admitirlo, en la primaria era bien burro; reprobé segundo y cuarto;
y para cuando llegue a sexto todo el mundo pensó que iba a seguir reprobando
todos los años pares. Pero eso no pasó, ya que me fue muy bien y al finalizar el
año me llegó una invitación del Instituto de Ciencias de que me fuera a
estudiar con ellos con beca. Cosa que cierto no acepte y que creo que no les he
dicho a mis padres hasta ahora. Supongo que todavía me merecería un regaño de
su parte.
Estoy escuchando ahora que la Secretaría de Educación Pública de México
está implementando unos cambios en sus sistema de evaluación, entre los que se
encuentra que en primaria no van a haber reprobados y argumentan que este
cambio es porque quieren bajar la deserción escolar.
En mi opinión la justificación podría ir por otro lado; basándome en mi
propia historia personal diría que en los primeros años de vida, cambiamos
tanto que es difícil decir cómo nos va a ir en el futuro, sobre todo si nuestro
único criterio que utilizamos son mediciones tales como calificaciones y
puntuaciones de pruebas de inteligencia.
La ineficacia
de las pruebas de inteligencia
En los Estados Unidos, a los niños se les aplican pruebas de
inteligencia para ver si son superdotados y llevarlos a escuelas de educación especial.
Esas pruebas son variantes de las pruebas clásicas de inteligencia en donde se
mide el razonamiento o la aptitud para aprender; esas pruebas se aplican en
primero y se supone que predicen cómo les va a ir en el futuro; pero lo que se
ha visto es que no atinan a adivinar cómo les va a ir ni siquiera en segundo y
tercero. De cada cien niños que en prescolar se les considera avanzados, en
tercero solo un 27 % de ellos seguirán mereciendo esa clasificación. Es decir, dejan
fuera un 73 % de alumnos que sí deberían haberse ganado la distinción.
Como decía en un anterior escrito (“El CI y la discriminación social”) el
punto clave de las pruebas de inteligencia es que son capaces de predecir los
resultados a futuro de cómo les va a ir a los sujetos posteriormente; pero si
son demasiado chicos no existe todavía esa capacidad de predicción.
Por ejemplo, hay una serie de pruebas de inteligencia conocidas a nivel
mundial conocidas como baterías de inteligencia Weschler que tiene pruebas para
diversas edades; una de ellas se llama WPPSI (Acrónimo de las palabras en
inglés escala Weschler de inteligencia para prescolar y primaria); cuando el
periodista Po Bronson entrevistó al Dr. Lawrence Weiss, vicepresidente de la
compañía propietaria de la prueba, le preguntó con que eficacia predice su
prueba el rendimiento escolar dentro de dos o tres años y Weiss le explicó que
la recopilación de esos datos no formaban parte de la política de su compañía “no
les hacemos un seguimiento en el tiempo. No registramos la validez predictora”
(Bronson y Merryman, 2009).
Investigación
sobre la predicción
Si los fabricantes de las pruebas de inteligencia no se interesan sobre
la cuestión de la predicción de sus pruebas que evalúan la inteligencia en
niños pequeños, a los psicólogos investigadores sí les interesa.
Uno de ellos es el Dr. Hoi Suen, quien trabaja en la Universidad
Estatal de Pensilvania, él publicó un meta-análisis (Kim y Suen, 2003) de 44
estudios que analizaban hasta qué punto las pruebas realizadas antes de
prescolar o prescolar predecían las puntuaciones en las pruebas que se les
aplicarían dos años después. Descubrieron que las puntuaciones obtenidas en las
pruebas de inteligencia antes de que los niños empezaran la escuela, como
media, solo tenía una correlación del 40%, con los resultados de las pruebas
posteriores.
Investigadores de la Universidad de Carolina del Norte, en Charlotte,
analizaron las puntuaciones obtenidas a lo largo de tres años en una escuela
que aplicaba el WPPSI al entrar a la escuela y una batería de comprensión que
se desarrolló para encajar con los programas de estudios de las escuelas. La correlación
entre las dos pruebas fue otra vez del 40%.
Y para los alumnos situados en el extremo superior, las correlaciones
parecen ser peores. El doctor William Tsushima estudió dos escuelas privadas de
Hawái, en una de ellas el CI promedio de sus alumnos era de 130 y en la otra de
126; pero sus puntuaciones en lectura en segundo mantenían una correlación del
26% (Tsushima y cols., 1983).
Para Donald Rock (2005), la cantidad de falsos positivos y negativos es
preocupante, lo único que está indicando es que la identificación de niños
sobresalientes en prescolar y los primeros años de primaria no se hace sobre
bases sólidas. Según este investigador, es hasta tercero cuando las pruebas
pueden dar resultados reveladores.
Pero el problema no es un fallo intrínseco en las pruebas de evaluación
de la inteligencia, sino en que los niños que hacen las pruebas son demasiado
jóvenes. Robert Strand, de la Universidad de Conventry, Inglaterra, publicó un
estudio en el 2007, en el que analizó las puntuaciones de miles de niños
británicos comparando sus resultados en las pruebas de inteligencia realizados
a los once años con un examen realizado a los dieciséis. Las correlaciones
entre ambos era muy altas.
Inteligencia
emocional. No sirve
Al ver que las pruebas de inteligencia no son muy precisos (40% según
hemos visto) entonces resulta tentador buscar otro método para evaluar el
talento. Una opción que se ha propuesto es la inteligencia emocional. Desde la
publicación de la obra de Daniel Goleman de su libro en 1995, se ha aceptado
ampliamente que las habilidades interpersonales podrían ser más importantes
para el éxito que el intelecto cognitivo.
En las últimas décadas han surgido varios métodos para medir la
inteligencia emocional. Uno de ellos es el MSCEIT (de la cual ya hay una
versión en español realizada en España), una prueba que procede del equipo que
acuñó originalmente el término inteligencia emocional, entre los que se
encuentran Peter Salovey, decano del Yale College; él en una conferencia
presentada en el 2008 vapuleó repetidamente a Goleman por haber malinterpretado
y exagerado los datos de la investigación.
Por ejemplo, Goleman escribió en su libro que “los datos existentes
sugieren que la inteligencia emocional podría ser tan poderosa, y a veces más,
que el coeficiente de inteligencia”; y saben cuantos datos había en ese
momento: ninguno. O bien, en otra parte de su libro dice “casi el 90% de la
diferencia entre los trabajadores más brillantes en el puesto de trabajo y los
que están en la media se debe a la inteligencia emocional” y tampoco contaba
con pruebas en ese momento.
Y con respecto al entrenamiento escolar de los niños en inteligencia
emocional, el primer estudio verdadero de si se puede detectar y medir, y si
eso supondría un beneficio académico, los investigadores concluyeron que la
correlación entre inteligencia emocional y el rendimiento académico es de sólo
10 % (recuerdan que con las pruebas de inteligencia era de 40%).
En el 2007, Greg Duncan publicó un análisis de 34 mil niños en donde
todos los niños hicieron pruebas de todo aquello que pudiera afectar el
rendimiento escolar, desde pruebas de inteligencia, de rendimiento escolar, habilidades
sociales, temperamento, etc. Y encontraron que las pruebas de inteligencia tenían
una correlación de 40% con la lectura, mientras que la capacidad de atención correlacionaba
20% y las puntuaciones conductuales un 8% (Duncan y cols., 2007).
Cerebro,
inteligencia y niños
Habíamos dicho antes que es hasta que tienen once o doce años que las
pruebas de inteligencia parecen predecir consistentemente cómo les va a ir a
las personas en el futuro. Entonces ¿qué pasa en el cerebro de los niños que
unos son más inteligentes que otros, pero que después ya no lo son tanto?
Antes se consideraba que la inteligencia se relacionaba con el grosor
de la corteza cerebral; y el máximo grosor se alcanza como a los 7 años. Pero en
el 2006 una investigación mandó a la basura esta idea, ya que se encontró que
los niños más inteligentes tenían una corteza cerebral más delgada a los 7 años
de edad, pero que desde ese momento y hasta los 11 o 12 años se les iba
ensanchando poco a poco. Es decir, en los niños brillantes, su inteligencia
varía más que la de los más lentos (Shaw y cols., 2006).
Además, su uso del cerebro es diferente de como lo usan los adultos. En
un estudio se descubrió que los niños y los adultos utilizan unas 40 regiones
diferentes del cerebro cuando realizan pruebas verbales, pero los niños
utilizan al menos unas 20 áreas diferentes que las de los adultos (Schlaggar y cols., 2002). Lo que nos quiere
decir que al menos la mitad de los mecanismos de la inteligencia no están
funcionando en los niños.
Así pues, ser inteligente puede significar ser “tardío”,
podría ser desarrollarse de manera desigual. Y tal y como están diseñadas las
clases ahora, nunca se considera esto. Tal vez esa sea la razón por la cual
reprobé en la primaria dos años y ahora tengo un doctorado en neurociencias.
Bibliografía
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Comentarios
y sugerencias favor de dirigirlos a la redacción de EL OCCIDENTAL, a la
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