jueves, 24 de septiembre de 2015

Bases biológicas y cerebrales de la felicidad

Por Juan Gerardo Martínez Borrayo La felicidad es un estado al que todas las personas tienen derecho, o así se cree desde la revolución francesa (Bruckner, 2001). Pero su definición es motivo de controversia. De acuerdo a Nettle (2006) deberíamos de distinguir al menos tres niveles: el primero en el que interviene más lo inmediato y directo; son los placeres transitorios. El nivel 2 hace referencia al balance de placeres y dolores a largo plazo; si el resultado es razonablemente positivo entonces consideramos que fuimos felices. Por último, el nivel 3, es la acepción que tiene el sentido más amplio; tiene que ver con el ideal de la buena vida. Vida en la que la persona realiza su verdadero potencial. Al primer nivel se le conoce como hedonia y al último como eudamonia. Esta última es más difícil medir, por ello la primera forma que tenemos para indagar qué es la felicidad va a ser la hedonia y al final diremos unas palabras sobre la eudamonia. Mecanismos cerebrales de la hedonia La hedonia se le divide en tres esferas: el “liking” (impacto hedónico o el componente de placer de las cosas que nos hacen sentir bien), el “wanting” (que es la motivación para la recompensa) y el aprendizaje (que tiene que ver con las asociaciones, representaciones y predicciones sobre futuras recompensas basados en las pasadas experiencias). Se ha observado que participan más o menos los mismos mecanismos neuronales en la generación de reacciones afectivas en numerosos animales (Robinson y Berridge, 2003), probablemente porque cumplen con una finalidad adaptativa. Se ha encontrado que el cerebro tiene muchísimas regiones involucradas en los mecanismos que causan las reacciones placenteras (o liking de acuerdo a la terminología que apuntamos antes); hay áreas subcorticales, tales como el núcleo accumbens (Smith y Berridge, 2007), el pálido ventral, regiones límbicas, el tallo cerebral y el núcleo parabranquial del puente; así como regiones corticales, por ejemplo la región orbitofrontal (Kringelbach, 2005), la ínsula, el prefrontal medial y la corteza cingulada. No todas contribuyen de la misma manera a la sensaciones placenteras; por ejemplo, placeres concretos como comer y tener relaciones sexuales se registran en la parte de atrás de la corteza orbitofrontal (Small, y cols., 2001), mientras que placeres más abstractos como la apreciación del arte, el ganar dinero, el sentido de trascendencia y el altruismo, se registran sobre todo en la parte delantera de la misma corteza orbitofrontal (O´Doherty y cols., 2001). O bien se ha propuesto que la corteza frontal del hemisferio izquierdo tiene un papel especial en los afectos positivos (Davidson e Irvin, 1999), hecho en el que nos centraremos más delante. Pérdida del placer ¿Hasta qué punto se puede ser feliz si se carece de la capacidad de disfrutar de los placeres de la vida? Pues al parecer poco como nos lo demuestran los deprimidos quienes la pérdida del placer (anhedonia) es uno de los síntomas principales (Gorwood, 2008). Es difícil abolir el placer pero, pero se ha encontrado que se haya muy relacionado con el pálido ventral ya que se ha observado que se deteriora la capacidad de disfrutar cuando se le extirpa (Miller y cols., 2006) o cuando se le estimula; aunque se pierden más los placeres concretos que los abstractos. Bioquímica del wanting y el liking El más conocido de todos los antidepresivos es el prozac, que es el nombre comercial de la fluoxetina. Este y otros antidepresivos se les conocen como inhibidores de la recaptura de la serotonina (o simplemente ISRS). Sin embargo, se ha constatado que en sujetos sanos aumentó la extraversión y la emoción positiva (Knutson y cols., 1998), aunque para ello necesitaron muchas semanas de consumo para que los efectos se presentaran, aunque de manera un poco sutil. Se ha observado también que los antidepresivos también reducen la ansiedad, las fobias, el trastorno obsesivo compulsivo y la timidez. El problema es que no se sabe exactamente que hace el sistema de la serotonina con respecto a las emociones. Una explicación es que la sustancia modula el equilibrio entre las emociones positivas y negativas, desplazando el peso de lo negativo hacía lo positivo. Esta hipótesis se corrobora con el estudio de la forma de acción del éxtasis (IUPAC 3,4-metilendioximetanfetamina o más fácilmente MDMA) y de la dietilamida de ácido lisérgico (LSD). El consumo del éxtasis produce sentimientos de bienestar, claridad mental y compasión. Aunque su abuso se ha visto asociado a depresión y agresividad. En lo que respecta al LSD (y las otras drogas alucinógenas), en general su acción en el sistema nervioso es muy parecida a la serotonina; cuando se le consume, los sujetos reportan sentimientos de expansividad y trascendencia personal. La otra sustancia química que está muy ligada a nuestro tema es la dopamina. La tomografía por emisión de positrones (TEP) en adictos a las drogas ha mostrado que hay una mayor activación de la amígdala y el núcleo accumbens en ellos (Grant y cols., 1996). La amígdala funciona ligando una respuesta emocional adecuada con la información perceptual que va llegando. Mientras que cuando el núcleo accumbens recibe la dopamina está asociada a la urgencia (wanting) de obtener una recompensa. La distinción entre wanting y liking, nos dice que no es lo mismo querer que gustar (Berridge y Valenstein, 1991). Nos podemos imaginar cómo nos hará feliz algo en el futuro, pero no es lo mismo imaginarlo que tenerlo. Sin embargo, cuando la dopamina interactúa con los opioides, se juntan el querer y el gustar, ya que los opioides están implicados con el placer (una demostración de ello es que los antagonistas a los opioides nos inhiben el placer –Drewnowski y cols., 1995). La asimetría cerebral Toda la experiencia humana está mediada por los dos hemisferios, pero cada uno tiene modos diferentes de lidiar con el mundo. En lo que toca al tema de la felicidad, hay personas que tienen tendencias hacía la felicidad o infelicidad porque está más activo en ellos uno u otro hemisferio. En general, el hemisferio izquierdo está ligado al optimismo, mientras que el derecho lo está hacía el pesimismo. Hay dos formas generales en que se ha estudiado este fenómeno: por medio del análisis de casos particulares de personas que tuvieron la desgracia de sufrir un accidente cuyo resultado fue una lesión cerebral. El otro método de investigación es tomar a personas sanas y llevarlas a un laboratorio. Con estos dos métodos se han observado diferencias entre los optimistas y los pesimistas en lo que respecta a la atención selectiva y procesamiento de la información; creencia (o falta de ella) de que uno tiene el poder de influir en las situaciones relevante, eventos y relaciones (Locus de control); y el esquema general que uno sustenta para interpretar los eventos personales (estilo de atribución). Veamos con detalle estas diferencias. Los optimistas tienen sesgos atencionales que les hacen centrarse en la información positiva y rechazar la negativa. Esto ha sido confirmado en estudios de estimulación auditiva, sesgos atencionales y de rastreo ocular. Por ejemplo, en una tarea de rastreo, se encontró que los optimistas, al presentárseles imágenes de cáncer de piel, mueven su mirada alrededor de la mancha, mientras que los pesimistas sí centran sus ojos en la ella (Isaacowitz, 2005). Se ha encontrado que se puede ser optimista de manera voluntaria, hecho en el que se centran las terapias psicológicas. En una investigación en la que se pidió que el sujeto hiciera una re-evaluación de las cosas que consideraba malas en su vida, después de un tiempo se pasó de un bajo nivel de activación del hemisferio izquierdo a uno mucho más alto (Ochsner, Bunge, Gross y Gabrieli, 2002). Al parecer la re-evaluación hizo que el hemisferio izquierdo tuviera mayores niveles de actividad metabólica en los frontales. El locus de control, la segunda de las diferencias entre felices y deprimidos, es la creencia en la habilidad de uno en controlar o no los elementos importantes de la vida. Si creo que mi vida está controlada por fuerzas externas, el locus de control es externo y tiendo a ser pesimista. Si se cree que es uno quien controla su vida, el locus es interno y se es más optimista. Se ha encontrado una relación entre locus interno con mayores niveles de activación del hemisferio izquierdo. Esto ha sido demostrado de varias maneras. Si una persona padece de epilepsia y el origen de esa actividad paroxística se encuentra en el lado izquierdo tienden a ser personas de locus interno y optimistas. Y viceversa. Los optimistas se desempeñan mejor en tareas de lenguaje, mientras que los pesimistas lo hacen en tareas visuo-espaciales. Se ha observado también, que cambiar la creencia sobre nuestro locus de control cambia la fisiología de los hemisferios. En una investigación con estudiantes a los que se les enfrentó a tareas que se les hacía creer que eran solubles o no, se encontró que su actividad cerebral cambiaba de acuerdo a esa creencia. Había mayor activación izquierda si creían que el problema era soluble (Harmon-Jones, Sigelman, Bohlig y Harmon-Jones, 2003). La tercera diferencia es con respecto a los estilos de atribución, que es la manera en que las personas interpretan los eventos importantes de su vida. En estudios de escucha dicótica (cuando la información que se dirige a cada oído es diferente), los participantes escucharon un conjunto de instrucciones. Quienes hicieron caso a las indicaciones que le llegaron por el oído derecho (y que es procesado por el hemisferio izquierdo) atribuyeron su éxito a causas internas, mientras que si fallaban culpaban de su fracaso a causas externas (Drake y Seligman, 1989). Hay otras condiciones que han confirmado este sesgo optimista, los hipocondriacos suelen manifestar más dolor en el lado izquierdo de su cuerpo (Gagliese, Schiff y Taylor, 1995); los anosognósicos (aquellos pacientes que niegan tener problemas) son muchos más frecuentes cuando su lesión cerebral es en el hemisferio derecho (Pia, Neppi-Modona, Ricci y Berti, 2004); una alta autoestima está asociada al hemisferio izquierdo (Nusslock y cols., 2011); los individuos con desorden de la identidad corporal tienen anormalidades en el hemisferio derecho (Giummarra, Bradshaw, Nicholls, Hilti y Brugger, 2011); los anoréxicos y los bulímicos también tienen más actividad en el derecho (Uher y cols., 2005); la toma de riesgos está asociada con el izquierdo y la evitación al derecho (Fecteau y cols., 2007); la depresión está asociada a una hiperactivación del hemisferio derecho (Barnhofer, Chittka, Nightingale, Visser y Crane, 2010); cuando hay un accidente vascular cerebral en el hemisferio derecho los pacientes se ponen eufóricos (Koreki, Takahata, Tabuchi y Kato, 2012) y los suicidas suelen tener una mayor activación derecha (graae y cols., 1996). ¿Por qué esto es así? La respuesta son al menos tres: los pensamientos pesimistas están coloreados por el miedo y el estrés que está mediado por el sistema nervioso simpático (se encarga de prepararnos para la acción); como el simpático se relaciona mucho con el hemisferio derecho se puede decir que este hemisferio tiene que ver con el mantenimiento de un estado de alerta. Esto se confirma por muchos datos como puede ser que la estimulación de la mano derecha enlentece el corazón, mientras que en la izquierda lo aumenta; la reacción de alarma es mayor si el estímulo es aplicado al oído izquierdo; altos niveles de cortisol (la hormona del estrés) correlaciona con un aumento de la actividad del hemisferio derecho (Hewig y cols., 2008); el estrés pos-traumático está relacionado con mayor activación de la mitad derecha del cerebro (Rabe, Beauducel, Zöllner, Maercker y Karl, 2006); y lo mismo con la fobia social y desorden de pánico, hay mayor activación de la parte derecha Bruder, Schneier, Stewart, McGrath y Quitkin, 2004). La segunda respuesta es que el optimismo está relacionado con una actitud proactiva y resulta que la activación conductual está más relacionada con el hemisferio izquierdo, mientras que la inhibición lo está con el derecho. Esta división se extiende a todos los fenómenos mentales, como puede ser el alcanzar metas (izquierdo) o tener una forma cauta de accionar (derecho). Hay, pues, una relación entre pesimismo y pasividad o reducción de la actividad física. Esto explicaría porque el ejercicio ayuda a la depresión (Herring, Puetz, O’Connor y Dishman, 2012) y porque el ejercicio hace que aumente la activación del hemisferio izquierdo. En tercer lugar, existe la propuesta de que todos los procesos mentales están íntimamente entrelazados con el cuerpo; en inglés se utiliza el término embodied, que se podría traducir como “encarnado”. Por ejemplo, si uno se pone una pluma en la boca sosteniéndolo con los dientes, creando así una sonrisa falsa, se aumenta el sentido del humor, comparado con la condición en la que se sostiene la pluma con los labios (simulando un ceño fruncido) (Strack, Martin y Stepper, 1988). En general, se propone (Hecht, 2013) que ser derecho está asociado al sentido de potencia y por ello al hemisferio izquierdo. La eudamonia Antes de terminar cabe decir unas cuantas palabras sobre la segunda acepción del término felicidad, el de la eudamonia, el que define la felicidad como la vida bien vivida. Se tiene documentada un conjunto de áreas cerebrales conocidas como la red de “default”; esta red tiene varias funciones entre las que se encuentran la representación del sí mismo, los modos internos de la cognición y, probablemente, con la consciencia; todos ellos pueden ser componentes importantes para los placeres de alto nivel, así como con los aspectos más significativos de la felicidad (Bruckner y cols., 2008). Hay varios datos que hacen pensar que esta red está conectada tanto con la hedonia y la eudamonia: primero, áreas clave de esta red de “default” son las mismas que la red que sustenta a la hedonia; segundo, todas estas regiones contienen muchos receptores opioides; tercero, porque cambios en la red de “default” correlacionan con cambios en la experiencia subjetiva hedónica y, en cuarto lugar, porque las terapias cognitivas suelen tratar la depresión cambiando las representaciones patológicas que sobre sí mismo tienen las personas y, como habíamos apuntado, esta es una de las funciones que tiene la red de default. Conclusión Para terminar cabe hacer una reflexión. Hay varios estudios que demuestran que los optimistas tienen una mejor autorregulación (ha sido ligado a la capacidad para terminar los estudios y se observa que tienen mejores salarios); tienen muy buenas relaciones sociales (se esfuerzan más en las relaciones, se involucran más en soluciones constructivas de problemas, permanecen más tiempo teniendo satisfacción marital, tienen más apoyo social y predice mayor resiliencia al aislamiento al final de la vida); tienen una orientación hacia la experiencia que los hace manejar mejor el dolor, el placebo para el dolor actúan mejor en ellos, no catastrofizan el dolor, no se ponen ansiosos por evaluaciones médicas, no tienen ideaciones suicidas en tiempos malos, no rumian las ideas y creen que tienen más apoyo de su familia; y, por si fuera poco, tienen mejor salud (tienen menos problemas con el corazón, menos mortalidad por problemas coronarios, tienen menos accidentes vasculares cerebrales, se re-hospitalizan menos, tienen menos problemas inflamatorios y más antioxidantes). Entonces, según todos estos datos, lo ideal sería ser optimista y estar siempre felices. Pero resulta que esto sería paradójico ya que las personas tienen a ser más optimistas de lo que deberían de ser y se comportan de manera irracional. Por ejemplo, se les pregunta sobre sus posibilidades de padecer cáncer o alzheimer o bien de ganarse la lotería o tener un matrimonio feliz y siempre presentan un sesgo optimista (Sharot, Korn y Dolan, 2011), de tal manera que minimizan sus posibilidades de sufrir cosas malas y maximizan las de gozar de las buenas. Al parecer esta irracionalidad es benéfica ya que ayuda a enfrentar el futuro y protege la autoestima. Pero no deja de ser irracional su conducta. Como dice la biblia, “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Bibliografía Berridge KC, Valenstein ES. What psychological process mediates feeding evoked by electrical stimulation of the lateral hypothalamus? Behav Neurosci. 1991 Feb;105(1):3-14. 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